La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

Message par InHocSignoVinces »

Con frecuencia me he preguntado cómo Solesmes, del cual se hubiera tenido que esperar la coronación de la restauración litúrgica iniciada por Dom Guéranger y proseguida por Pío X y Pío XII, pudo zozobrar con el Vaticano II para, finalmente, ponerse a la zaga de la burocracia vaticano-galicana que, mediante el saqueo de la liturgia, parece haber asumido la tarea de destruir la Iglesia. Dom Oury me da la respuesta en su prólogo: “Que estas páginas puedan ser de utilidad a los que creen que la Iglesia no puede desfallecer en su fe y que la asistencia del Espíritu Santo le ha sido prometida hasta la consumación de los siglos” 26. ¿Dónde coloca, pues, Dom Oury la fe de la Iglesia y su infalibilidad? Si leemos con atención, vemos que su respuesta se atiene a una serie de proposiciones que se encadenan unas con otras para constituir una
tesis que él considera irrefutable.

1º) La liturgia es “norma de expresión de la fe” (p. 42). “La enseñanza doctrinal y las fórmulas de la
liturgia están en conexión necesaria; por ser proclamación de la fe bajo forma de alabanza o bajo forma
de acción, la liturgia es el ejercicio del magisterio de la Iglesia”
(p. 44). En una palabra, lex orandi, lex
credendi.


2º) En el conjunto de la liturgia hay que distinguir la liturgia romana. Se puede “considerar regla
que la autonomía doctrinal de un elemento de la liturgia se halla en dependencia muy particular con
respecto a la autoridad doctrinal que posee el que la ha compuesto, aprobado y promulgado: de allí la
situación privilegiada de la liturgia de la Iglesia romana”
(p. 42). “...cuando se trata de realidades tan
esenciales, tan vitales para la Iglesia como la celebración de la Eucaristía, resulta imposible admitir que
se hayan deslizado en la liturgia de la Iglesia romana fórmulas de una teología imprecisa o equívoca”
(p.
42). “Sea cual fuere la manera en que se enfoque la cuestión, está claro que la liturgia de la Iglesia
romana se halla en situación privilegiada en razón de haber sido aprobada y promulgada por una
autoridad que goza del carisma de la infalibilidad desde el momento en que imparte una enseñanza
constante (... ) la liturgia legítima26 de la Iglesia romana es, pues, una garantía, de la misma manera que
el ejercicio de su magisterio por la asistencia del Espíritu Santo y en las mismas condiciones para todo lo
que atañe al objeto mismo de la fe”
(p. 44). En una palabra, lex credendi, lex orandi.

3º) En el caso de la Nueva Misa, nos hallamos en presencia de la liturgia legítima, y regularmente
promulgada, de la Iglesia romana. Así pues, todos los problemas se resuelven.
Ayer estaba la misa de San
Pío V.
Hoy está la misa de Paulo VI. Es nada más que un punto. La Iglesia no cambia.

¿Cuál es el punto fijo en todo eso? Evidentemente, Roma. La fe de la Iglesia era romana, siempre lo
es. La fe de Solesmes era romana, siempre lo es. Eso es lo que se llama fideísmo. Ya no se quiere ejercitar la
inteligencia: se "cree". El fideísmo de ayer consistía en creer en Dios, en Jesucristo, en las verdades
reveladas, sin preocuparse por los motivos de credibilidad o considerándolos ridículos, hasta inexistentes.
El nuevo fideísmo consiste en creer en Roma, en el Papa, en la Santa Sede, sin más preocupación, en cuanto
a lo que de ello surge, que justificar su forma y su fondo. Roma locuta est, causa finita. El
“fundamentalismo” pasa de los textos de la Sagrada Escritura a los del Vaticano.

En realidad, cada eslabón de la cadena demostrativa de Dom Oury debería ser objeto de distingos
infinitos. En cuanto a la cadena, cruje cada vez que se la toca.
La Iglesia misma se ha preocupado mucho
por definir aquello que es infalible en su enseñanza. Para eso se necesita que el papa o el concilio tengan la
voluntad expresa de promulgar una verdad que compromete la infalibilidad de la Iglesia. Es algo rarísimo.
En los dos últimos siglos, si mencionamos la Inmaculada Concepción, la infalibilidad pontificia y la
Asunción, quizá los hayamos nombrado a todos. Luego nos internamos en la jerarquía sumamente sutil y
delicada de los actos del Magisterio. No se trata en absoluto de poner en duda el valor, ni la obediencia que
requieren normalmente. Pero nos hallamos en el dominio de la Ley, en el que la conciencia y la inteligencia
gozan de una libertad de ejercicio que, no por estar de suyo sometida a reglas es menos real, so pena de caer
en el fideísmo. Fuera del objeto de fe definido por la Iglesia, no hay criterio absoluto para detectar la verdad
y obligar a la obediencia.
Querer obstaculizar tal o cual criterio para asegurarse de que se está dentro de la
fe de la Iglesia es idolatría. El nuevo fideísmo inclina a ese integrismo idólatra. Resulta temible porque si
hoy en día hay algo de lo cual “asegurar” a las mentes, éstas quedarían sin tener a qué recurrir el día en que
las formas exteriores de la Iglesia llegaran a desaparecer. ¿Quién nos asegura que mañana no lleguemos a
tener dos papas, o un papa no aceptado, o ningún papa, o un nuevo sistema de gobierno de la Iglesia? La “revolución de octubre” que fue el Vaticano II ya nos ha llevado bastante lejos para que no pensemos que todas las hipótesis son posibles.



CONTINUARÁ...


26. Pág. 8. La frase es equívoca pero, por supuesto, se la toma en el buen sentido.
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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

Message par InHocSignoVinces »

Dom Oury jura sólo por Roma. Su apología de la Nueva Misa no tiene en cuenta más que el Ordo
Missae. Se abstiene de decirnos qué piensa de la Nueva Misa tal como existe en Francia y en francés, en los
textos y en la práctica. En ocasiones condena los excesos, los abusos. ¿Pero la liturgia misma? ¿La identifica
con la liturgia romana? Nuestros obispos deberían decirle que todo eso que publican, aprueban, protegen o
toleran cuenta con la aprobación expresa o tácita de Roma. Para limitarnos a los textos, el P. Renié ha hecho
un estudio crítico de las traducciones francesas del Misal y de los Leccionarios 27. Resulta edificante. Un
sacerdote francés que, sin la menor fantasía, de su cosecha, celebra la Nueva Misa utilizando las
traducciones francesas, aprobadas por Roma, ¿está en la línea de obediencia a Roma? ¿Observa la liturgia
romana? Y nosotros ¿tenemos motivos para criticar las ordenanzas, las directivas, los decretos y otros actos
de toda índole que prescriben o autorizan el empleo de dichos textos?



Dom Oury probablemente me diría que hay que distinguir. Es justo lo que yo pienso: hay que
distinguir, en esto como en otras cosas.

En Solesmes, donde se celebra, según creo, la Nueva Misa en latín, ¿se da la comunión en la mano? Si Solesmes, en este punto, se conforma con la liturgia del episcopado francés, ¿considera que obedece a Roma, que lo ha prohibido en Italia? Y si no se conforma, ¿no lo considera desobedecer a Roma, que ha permitido al episcopado francés derogar, en ese punto, la liturgia “romana”?

Adherirse a la liturgia romana ¿es adherirse a qué cosa, cuando Roma favorece en todas partes la eclosión de liturgias nacionales en una concepción general de la liturgia que quiere que ésta sea indefinidamente evolutiva, adaptable y creativa?


Entre todos los silencios de Dom Oury, uno de los más pasmosos se refiere a las misas de niños y a las cinco nuevas oraciones eucarísticas (tres para las misas "con" niños y dos “de reconciliación”).

Dejemos las misas de niños, que no son sino esqueletos de misa —esqueletos romanos-- y consideremos las oraciones eucarísticas. Las Conferencias episcopales tienen para elegir una misa en cada categoría (niños y reconciliación). Como, por supuesto, esas nuevas oraciones se dirán en lengua vulgar, es necesario que “la interpretación popular del texto elegido esté aprobada por las Conferencias episcopales y sometida a esta S. Congregación [del Culto divino] para confirmación”. Sin duda alguien pensará que se trata de la palabra latina "interpretatio”, que comúnmente se vierte como “traducción”. Error. Enseguida se nos aclara: “La interpretación popular (interpretatio popularis) del texto elegido puede hacerse con cierta libertad con el fin de responder plenamente a las exigencias y al genio de cada lengua y podrá diferir un poco (aliquantulum differre) del texto latino, según lo que se dice en los “Praenotanda” de las misas con los niños, nºs 9-11. Sin embargo, a la estructura (structura) de la Oración eucarística y el significado del texto han de conservarse (sic), y las fórmulas de consagración que deben ser las mismas en todas las Oraciones eucarísticas, han de interpretarse (interpretandae — de traducirse) fiel y literalmente".

¿Quién ha decidido eso? El papa. Lo decidió (statuit) el 26 de octubre de 1974.

Dom Oury hallará todos los datos en el n9 101 de Notitiae de enero 1975, o en su defecto en el estudio que allí le dedica "LA REVOLUCIÓN PERMANENTE EN LA LITURGIA" (por “Missus Romanus”del Courrier de Rome - Ed. du Cèdre). Según lo enunciado por Annibal Bugnini nos hallamos en la etapa de “la adaptación o encarnación de la forma romana de la liturgia en los usos y mentalidades de cada Iglesia”. Como lo explica la S. Congregación del culto divino: "Cada día surgen nuevos problemas que muestran la necesidad de una renovación continua (necessitatem continuae renovationis) y al mismo tiempo la importancia y la eficacia de la liturgia en la Iglesia”.

Liturgias nacionales, en lengua vulgar y en perpetua evolución, pero aprobadas por Roma, ¿son o no son expresiones de esa liturgia romana que Dom Oury ve como garantía infalible de la fe de la Iglesia?

Dom Oury responderá, sin duda, que en eso se atiene al MISSALE ROMANUM. Pero ¿por qué?
¿Habrá un papa del MISSALE ROMANUM, que será el de la liturgia romana, estable y sin tachas, y otro
papa que será el de la liturgia pluralista, evolutiva y fantasiosa? Si el papa, en tanto papa y obispo de
Roma, es quien por sí mismo y sus dicasterios garantiza la liturgia, ¿cómo se puede canonizar a la liturgia
romana en detrimento de las varias formas de la liturgia universal? También la expresión “liturgia
romana” tenía un sentido cuando había liturgias tradicionales diversas.
¿Qué sentido puede tener cuando la tradición es reemplazada por la voluntad popular (burocrática) ratificada por Roma según la norma o el espíritu del Concilio?

Positivamente, ya no hay liturgia romana. La reforma litúrgica la ha abolido. En la medida en que Dom Oury querría distinguirla de la actual inflación anárquica, ello no podría ser sino uniéndola a la misa
tradicional de San Pío V, ¡justamente a lo que él se niega! El simple hecho de que el nuevo Misal “Romano”
autoriza nuevos cánones en pie de igualdad con el antiguo “canon romano”, vacía de toda sustancia la idea
de una liturgia romana que hoy subsistiría diferente de otras liturgias. La voluntad misma de Dom Oury
de considerar como regular y obligatoria una legislación dudosa emanada de Roma lo lleva a encerrarse en
una contradicción insoluble.
Roma proclama: “Ya no hay liturgia romana”. Dom Oury declara: "En nombre de mi fidelidad a la liturgia romana acento con alegría la decisión de Roma".

De eso Dom Oury no podrá salir sino distinguiendo, distinguiendo, distinguiendo... Y tendrá razón.
Pero ¿por qué los distingos, los análisis y las críticas se detendrían en la Nueva Misa?

Porque —sin duda nos respondería— el nuevo misal romano fue promulgado regularmente.


Observo que el análisis de esa cuestión constituye el tema del primer capítulo de su libro. Es
interesante. Cuando la anarquía empieza a manifestarse en una sociedad —grande o pequeña, eclesiástica o
laica— se comienza a disputar sobre la legitimidad, la legalidad, la validez, la licitud de los textos y los actos.
Es inevitable.
Antes del Concilio lo que venía de Roma, bueno o malo, agradable o desagradable, al menos era cierto. Hoy en día (1975) todo se discute, en nombre mismo de ese Concilio que se declaró pastoral y no doctrinal.


CONTINUARÁ...


27. MISSALE ROMANUM ET MISSEL ROMAIN, por el R.P. J. Renié, O.M. (Ed du Cèdre, 1975, 112 págs.).
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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

Message par InHocSignoVinces »

Limitémonos a la Constitución MISSALE ROMANUM. Para Dom Oury está regularmente promulgada y es perfectamente clara.

Eso es algo sobre lo cual estoy mucho menos seguro que él. Como aquí nos hallamos en pleno "jurismo", se necesitarían páginas y páginas para examinar la cuestión en todos sus aspectos. No puedo menos que remitir a mi libro y a mis artículos, en especial al que dediqué al “problema de la misa en la perspectiva de la obediencia” 28.

Dice Dom Oury: "El Jueves Santo de 1963, como el nuevo «Ordo Missae» ya estaba listo y el misal
a punto de aparecer, el Papa Paulo VI promulga el uno y el otro (el segundo con anticipación) mediante la
Constitución apostólica «MISSALE ROMANUM» (3-4-69)"
(p. 16).
Eso merece algunas observaciones.

1) Promulgar “con anticipación” un texto que aun no existe —el Missale Romanum será presentado
al papa el 11 de mayo de 1970, o sea, un año más tarde— no es cosa trivial. He ahí algo para hacer
estremecer a los canonistas.


2) Hubo tres ediciones típicas del ORDO MISSAE con una modificación sustancial (entre la primera
y la segunda edición) del texto de la Constitución (agregado del parágrafo sobre la fecha de entrada en
vigor).

3) El título de la Constitución es: “Constitutio apostolica qua Missale Romanum (...) promulgatur",
pero el texto mismo de la Constitución no promulga nada en absoluto.


4) Al frente de la edición típica del Ordo Missae, un decreto del 6 de abril de 1969, firmado por el cardenal Gut, prefecto de la Congregación de ritos y presidente del Consilium, y de Mons. Antonelli, secretario de la Congregación, promulga el nuevo Ordo en estos términos: “Ordine Missae ad normam Constitutionis de sacra liturgia instaurato, eodemque a Summo Pontifice Paulo VI per Constitutionem Apostolicam Missale Romanum, die 3 aprilis 1969 datam, approbato, haec Sacra Rituum Congregatio de speciali mandato eiusdem Summi Pontificis proedictum Ordinem Missae promulgat..." Aquí el decreto del cardenal, por mandato especial del papa, promulga el nuevo Ordo Missae, aprobado por el papa según la Constitución que dio el 3 de abril.

5) Al frente de la edición típica del Missale Romanum (que incluye el Ordo Missae) un decreto del 26 de marzo de 1970, firmado por el cardenal Gut y por A. Bugnini, promulga “la nueva edición del Misal Romano” (... novum hanc editionem Missalis Romani (...) promulgar...). En esa edición figura el texto corregido de la INSTITUTIO GENERALIS, diferente, por tanto, del texto original de las tres primeras ediciones típicas del Ordo Missae (ya promulgado, según otro texto).

6) Se advierte, curiosamente, que en el Missale Romanum la Constitución apostólica figura en el
índice con el título de "Litterae Apostolicae Pauli VI, quibus novum Missale Romanum approbatur",
mientras que en el índice de la edición típica del Ordo Missae figura con el título de "Constitutio Apostolica
qua Missale Romanum (...) promulgatur".


7) Así como el texto de la Constitución apostólica no promulga nada —la promulgación figura sólo
en el título—, así también la "CONSTITUCIÓN" es mencionada como tal solamente en el título. La palabra
“Constitución” aparece sólo en el parágrafo agregado subrepticiamente a la segunda edición típica del Ordo
Missae (Quae Constitutione hac Nostra praescripsimus...”).


Si doy todos estos detalles fastidiosos es porque Dom Oury se empeña en demostrar que el nuevo
misal fue “promulgado regularmente”. Cuando al hablar del Ordo Missae y del misal dice que “el Papa
Paulo VI promulga el uno y el otro (el segundo con anticipación)”,
me veo obligado a verificar que la
fórmula es inexacta. Al mencionar el decreto del 6 de abril de 1969 agrega que “un simple decreto de la
Congregación de ritos habría bastado para promulgar el Ordo Missae"
(p. 18); no me cuesta imaginarlo,
sin ser canonista, puesto que efectivamente el decreto del 6 de abril de 1969 que promulgó el Ordo Missae
figura al frente de dicho Ordo, como el decreto del 26 de marzo de 1970 figura al frente de dicho Misal.
Pero
que todas esas promulgaciones diversas, emanadas (dudosamente) ya sea del papa, de la Congregación de Ritos o de la del Culto divino, puedan indicar a los ojos de Dom Oury que el nuevo Ordo Missae fue no sólo promulgado regularmente y, si puedo agregar, archipromulgado y de manera archirregular, dos o tres veces por falta de una, es algo en lo que, por mi parte, veo una enorme confusión y un gran desorden, porque al fin y al cabo ya no se sabe quién promulga y quién tiene facultad de promulgar, puesto que se trata de textos que varían de una edición a otra del Ordo Missae y, en lo que respecta a los textos del Ordo Missae, de la última edición de éste a la edición del Missale Romanum al cual se incorporaron. ¡Si eso es promulgación “regular”, estamos bien servidos!


Pero, dejando aparte el asunto de la promulgación, ¿qué prescribe la Constitución Missale Romanum?

Para Dom Oury la respuesta es sencilla. El Nuevo Misal —"regularmente promulgado"— es
obligatorio y por ese hecho revoca el Misal de San Pío V así como la Bula Quo Primum en todas sus
disposiciones.


Pero, una vez más, ¿qué prescribe la Constitución? Es, esencialmente, una presentación del Nuevo
Misal. Hacia el final figura la famosa frase:

“Ad extremum, ex üs quae hectnus de novo Missale Romano exposuimus quiddam nunc cogere et
efficere placet",
cuya traducción francesa oficial decía: "Para terminar, queremos dar fuerza de ley a todo lo
que hemos expuesto antes sobre el nuevo Misal Romano”.
Se trataba de inculcar en el espíritu del lector las
ideas de ley y obligación. Los latinistas rectificaron. Además de que no se ve cómo sería posible “dar fuerza
de ley” a una “exposición”, cogere y efficere significan algo muy diferente 29. Dom Oury traduce
medianamente: "Para terminar, de lo que hemos expuesto con respecto al nuevo Misal Romano nos
complace deducir y aclarar un punto particular”
(p. 17).



CONTINUARÁ...
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El penúltimo párrafo de la Constitución es el que se agregó a la segunda edición típica: “Quae
Constitutione hac nostra prescripsimus vigere incipient a die XXX proximi mensis Novembris hoc anno,
id est a Dominica 1 Adventus”.
“Lo que hemos prescrito por nuestra Constitución entrará en vigor el 30 de
noviembre próximo de este año [1969], primer domingo de Adviento”.
Ese párrafo adicional aparece,
según dice Dom Oury, en las ACTA APOSTOLICAE SEDIS “poco después” de la primera edición del nuevo
Ordo y figura luego en las ediciones sucesivas. El agregado, perfectamente irregular plantea numerosos
problemas jurídicos (que no examinaremos). Pero lo que se puede preguntar es a qué intención responde.
Fija una fecha. Pero esa misma fecha fue fijada por el decreto del 6 de abril del cardenal Gut. ¿Era
insuficiente? Parece como si la introducción de la palabra Constitutione y su vinculación con
praescripsimus hubiese tenido por objeto evocar confusa y solemnemente la idea de obligación. La
traducción oficial no tenía empacho en decir: "Nos ordenamos que las prescripciones de esta
Constitución...”
Al mismo Dom Oury traduce (sin exactitud): “Esta Constitución presente nos prescribimos
que entre en vigor...”


Sea como fuere, el último párrafo es el único que nos permite contestar la pregunta: ¿qué prescribe
la Constitución? La respuesta es: “Nostra haec autem statuta et praescripta nunc et in posterum firma et
efficacia esse et fore volumus, non obstantibus, etc.”. “Nos queremos que esto que hemos estatuido y
prescrito quede firme y eficaz ahora y en el futuro...”


Por lo tanto, lo que el papa ha “estatuido y prescrito” es lo que debe mantenerse firme y eficazmente.

Ignoro si los términos firma y efficacia tienen un sentido preciso en derecho canónico. En cualquier
caso, su sentido general resulta claro: "Nos queremos que se mantenga firme y eficazmente lo que hemos
estatuido y prescrito".


¿Qué es, pues, lo que se ha estatuido y prescrito en la Constitución? Porque ya hemos dicho que en
conjunto no es más que una presentación del nuevo Ordo Missae. No se estatuye ni se prescribe una
exposición de presentación ("ex üs quae hactenus de novo Missali Romano exposuimus..."). ¿Paulo VI
estatuye que habrá un nuevo Ordo? Ni siquiera eso. Se refiere en este punto a la Constitución conciliar, la
cual sí había estatuido, no que hubiese un nuevo Ordo sino que el ordo fuese revisado ("Recens autem
concilium [...] statuens ut [...] Ordo Missae ita recognosceretur..."
).

Sin embargo, en su exposición Paulo VI estatuye y prescribe efectivamente en dos puntos 30.

Por una parte, decide agregar tres nuevos cánones a la misa: “Tres novi Canones adderentur sta
tuimus”.
Por otra parte, ordena que las palabras de la Congregación, modificadas, sean idénticas en cada
canon: "iussimus verba dominica in qualibet Canonis formula una eademque case”.

En una palabra, Paulo VI pone su sello a la obra cumplida en virtud del Concilio y le agrega dos
prescripciones personales. Sobre esas dos prescripciones giran las nociones de obligación e interdicción. En
el nuevo Ordo el sacerdote está obligado a utilizar la misma fórmula de consagración, cualquiera que sea el
canon que elija. Por lo tanto, se le prohíbe utilizar otra. En cuanto a los tres cánones nuevos, por el hecho de
que el papa ha estatuido que sean agregados al canon romano, están autorizados.

Pero, nos dirán, si el papa ha establecido el nuevo misal, será para que se lo use. Por cierto. Sólo que
necesitamos saber a qué atenernos. Empleo la palabra “establecer” por falta de otra, porque ya se ha visto,
no se sabe tampoco si se trata de una "promulgación". Salvo el título de la Constitución, todos los textos
desmienten que esa constitución "promulgue" el nuevo Ordo. El texto mismo publicado por la oficina de
prensa de la Santa Sede, al presentar el nuevo Ordo dice: "Por la Constitución apostólica Missale Romanum
fechada el 3 de abril de 1969, en la fiesta del Jueves Santo, el Santo Padre aprobó y ordenó la
promulgación del nuevo misal, revisado según las directivas del IIª Concilio del Vaticano”
31. El texto ni
siquiera dice que el Santo Padre haya aprobado el nuevo misal y ordenado su promulgación, ¡sino que ha
aprobado y ordenado la promulgación!

De una punta a la otra de este asunto de la Nueva Misa estamos en la duda, en lo incierto, lo
equívoco, lo ambiguo. La conclusión jurídica normal de este estado de cosas es la nulidad global de toda esa
pseudo-legislación. Lex dubia, lex nulla. Concretamente, no se puede llegar a más porque la vía no lo
permite. Pero no hay que inventar lo que no existe, ni aumentar lo que los textos mismos nos invitan a
minimizar. No vayamos a buscar obligaciones e interdicciones allí donde no las hay. En cuanto a la
Constitución Missale Romanum, si el papa hubiera querido decir: “Como el nuevo ordo reemplaza al de
San Pío V, ordenamos su uso por todos, prohibiendo a cualquiera que sea, salvo indulto personal, el uso
del antiguo”,
lo habría dicho. No lo dijo. Ni siquiera dijo nada que se le aproximara. ¿Hay otros textos que
lo dijeron? Lo dijeron abusivamente, ya que carecían del fundamento jurídico que se los permitiera.


Por encima de esa duda general planea una duda superior aún más grave. ¿En qué medida toda esa
legislación está de acuerdo con la Constitución conciliar sobre la liturgia y con la Tradición? Ambigua
también en muchas de sus disposiciones, la Constitución fija al menos ciertas orientaciones de manera
bastante clara. Según ella, la restauración litúrgica “debe consistir en ordenar los textos y los ritos de
manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan...” (§ 21).
¿Acaso la Nueva Misa
expresa “con mayor claridad” que la misa tradicional la “cosa santa” del sacrificio eucarístico?
“No se
introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia y sólo después de
haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente, a
partir de las ya existentes...”
(§ 23). ¿Acaso las innovaciones de la Nueva Misa “se desarrollan, por decirlo
así, orgánicamente, a partir de las formas ya existentes?”
Annibal Bugnini, que fue el agente de toda la
reforma litúrgica, declaró sin tapujos el 4 de enero de 1967 (tres años después de la Constitución conciliar,
que es del 4 de diciembre de 1963): “No se trata solamente de retocar una obra de arte de gran valor, sino
que algunas veces hay que proporcionar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata realmente de una
refundición y, en ciertos puntos, de una verdadera creación nueva”
32.


CONTINUARÁ...


30 Creo que fue el abate Dulac el primera que llamó la atención sobre este aspecto jurídico de la cuestión.
31 DOC. CATH., n° 1541, 1º de junio 1969, p. 517.
32 DOC. CATH , nº 4193, 7 mayo 1967.
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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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Resulta bastante extraño que Dom Oury cite dos textos de Paulo VI en los que se podría encontrar su “pensamiento verdadero”. Aparte de que no resulta fácil encontrar el pensamiento verdadero de Paulo VI a través de textos que suelen ir en direcciones muy diferentes, hasta opuestas, los elegidos no me parecen apoyar el sentido de la argumentación de Dom Oury.

—El 19 de noviembre de 1969: “Esta reforma inminente responde a un mandato oficial de la
Iglesia: es un acto de obediencia...”


—El 26 de noviembre de 1969: “Debemos examinar bien los motivos por los que se ha introducido este cambio tan grave: la obediencia al Concilio (...). Es la voluntad de Cristo, es el soplo del Espíritu Santo, que impulsan a la Iglesia a esta mutación” (p. 24, 25).

Por una parte, aquí se ve claramente que Paulo VI no quiere ser más que el ejecutor del Concilio, lo
que indica a las claras el alcance y el carácter de la Constitución MISSALE ROMANUM. Por la otra, nos
vemos obligados a comprobar que habla de mutación en lo que el Concilio sólo desea un desarrollo
orgánico.


La Nueva Misa no sólo no manifiesta una obediencia espiritual al Concilio, sino que ni siquiera
manifiesta una obediencia material.
Como prueba no necesito más que la cuestión del latín, en la cual el
Concilio es de una claridad absoluta.
La Constitución dispone que “se conservará el uso de la lengua latina
en los ritos latinos”,
con libertad para “dar mayor cabida a la lengua vulgar” (§ 36). Esto excluye
manifiestamente el uso exclusivo de las lenguas vulgares. Ya se sabe qué ha ocurrido.
Lo declaró el propio
Paulo VI en su alocución del 26 de noviembre de 1969: “La lengua principal de la misa ya no será el latín sino la lengua corriente (...) Perdemos la lengua de los siglos cristianos (...) Se trata de un sacrificio muy duro”. Confirma ese sacrificio litúrgico al agregar: “...No por eso desaparecerá el latín de nuestra Iglesia.
Seguirá siendo la noble lengua de los actos oficiales de la Sede apostólica; permanecerá siempre como un
instrumento de enseñanza en los estudios eclesiásticos...”
No pienso que Dom Oury acuerde a esas palabras
un valor superior al de la Constitución conciliar, ni que encuentre en ellas la expresión suprema de la
liturgia romana.

Desgraciadamente, para todo el mundo la Nueva Misa es realmente una misa nueva, de la que no se puede dudar que se trata de una mutación, y, por otra parte, también la Congregación del culto divino lo expresa candorosamente en los términos que Paulo VI le tomó en préstamo para su alocución del 26 de noviembre de 1969: “...los sacerdotes que celebran en latín (...) pueden usar, hasta el 28 de noviembre de 1971, o bien el misal romano, o bien el nuevo rito (...). Si usan el misal romano, pueden, etc. (...). Si utilizan el nuevo rito, deben, etc.". El nuevo rito se ha convertido en el misal romano, pero es un nuevo misal y no el misal tradicional sencillamente revisado.

Para terminar con el aspecto jurídico de la Nueva Misa, traeré a colación las palabras que me dijo el
cardenal Ottaviani en respuesta a las preguntas que sobre la Misa le formulé en Pentecostés en 1971: "El rito
tradicional de la Misa según el Ordo de San Pío V, que yo sepa, no está abolido.
En consecuencia los
ordinarios en los lugares, en especial para proteger la pureza del rito tanto como su comprensión
comunitaria por la asamblea, harían bien, en mi humilde opinión, en estimular el mantenimiento del rito
de San Pío V"
(CARREFOUR, 9 de junio de 1971). Erudito jurista a la par que eminente teólogo, el cardenal Ottaviani presidió durante largos años los destinos del Santo Oficio, en cuya sede me expresó lo citado. Sabe
lo que significa hablar y tiene conciencia de sus responsabilidades. Nadie discutirá que sus palabras tienen
peso.



***


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La crítica principal que concita el libro de Dom Oury se refiere a un punto que fluctúa un poco en
todas sus páginas pero que aborda más precisamente en su tercer capítulo: “El Ordo Missae de Paulo VI
¿testimonio de una fe equívoca?”


Yo no diría que el Ordo de Paulo VI atestigua una fe equívoca porque la expresión “fe equívoca”
corre el riesgo de ser ella misma equívoca y provocar interminables equívocos a su respecto: pero digo que
es un testimonio equívoco de la fe católica.

Dom Oury cita algunas objeciones que se hacen a la Nueva Misa. Tomemos las dos últimas: “Está
concebida de manera tal que su propósito, al desdibujar la fe es favorecer un falso ecumenismo”. “Puede
ser lícita y válida, pero la intención que presidió su elaboración la vuelve intrínsecamente mala y
peligrosa”.
Dom Oury agrega: "Si esto fuera verdad, se comprende que la fe de los cristianos fieles se haya
sentido justamente alarmada: la resistencia se volvería inclusive un deber"
(p. 39).

Y bien, aun cuando las dos objeciones presentadas deberían redactarse de forma algo diferente,
sucede que eso es verdad. Por ello la resistencia constituye un deber.


No hay duda de que para juzgar al Ordo mismo se necesita estar provisto de una doctrina firme y de
vastos conocimientos. Con ellos contaban los cardenales Ottaviani y Bacci cuando dirigieron a Paulo VI su
famosa carta de la cual Dom Oury se abstiene de citar una sola línea. No puedo reproducir aquí completa
dicha carta ni el “breve examen crítico” que la acompaña. Pero al menos citaré algunos fragmentos:

"...el nuevo Ordo Missae (...) se aleja de manera impresionante, tanto en conjunto como en el
detalle, de la teología católica de la Santa Misa (…).


“Las razones pastorales invocadas para justificar tan grave ruptura, aun cuando tuvieran derecho a subsistir frente a razones doctrinales, no parecen suficientes. Tantas son las novedades que aparecen en el nuevo Ordo Missae y, en cambio, tantas las cosas eternas que en él se ven relegadas a un lugar secundario o a otro lugar —si es que todavía encuentran lugar— que podría llegar a verse reforzada y convertida en certeza la duda, que por desgracia se insinúa en numerosos ambientes, según la cual verdades que siempre fueron creídas por el pueblo cristiano podrían cambiar o ser omitidas sin que eso signifique infidelidad al depósito sagrado de la doctrina a la cual la fe católica se halla ligada para toda la eternidad" 33.

Dom Oury, que no tiene lugar para ubicar estas declaraciones, lo tiene, empero, para publicar una
especie de vaga puntualización posterior del cardenal Ottaviani, la autenticidad de la cual, por lo demás,
resulta dudosa. Jean Madiran ya explicó la cuestión y ha de volver sobre ello, si lo considera oportuno.

Sin embargo, el cargo principal que debe hacérsele a Dom Oury es la espesa niebla de que rodea al
escándalo de la INSTITUTIO GENERALIS.

El nuevo ORDO MISSAE iba precedido por una "PRESENTACIÓN GENERAL" (INSTITUTIO
GENERALIS)
en la cual se definía la misa en los siguientes términos:

"Art. 17. — Cena dominica sive Missa est sacra synaxis seu congregatio populi Dei in unum convenientis, sacerdote praeside, ad memoriale Domini celebrandum. Quare de sanctae Ecclesiae locali congregatione eminenta valet promissio Christi: «Ubi sunt duo vel tres congregati in nomine meo, ibi sum in medio eorum» (Mt. 18, 20)".

“La Cena del Señor o misa es la sinaxis sagrada o reunión del pueblo de Dios bajo la presidencia
del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por eso se aplica eminentemente a la reunión local de
la Santa Iglesia la promesa de Cristo: «Allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de
ellos» (Mt. 18, 20)".


Esa definición de la misa, cuya doctrina se volvía a encontrar en varios otros artículos, dejó estupefactos a los lectores católicos. Se estaba en pleno protestantismo.


CONTINUARÁ...


33 Dom Oury nos dice que el Ordo Missae "pasó por las manos de los teólogos de la Congregación para la doctrina de la fe antes de
ser promulgado"
(p. 94). A juzgar por la carta del cardenal Ottaviani su opinión no debió de tener mucho peso. (Quisiéramos
conocer su texto).
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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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Esa definición de la misa, cuya doctrina se volvía a encontrar en varios otros artículos, dejó
estupefactos a los lectores católicos. Se estaba en pleno protestantismo. El papa hizo corregir el artículo 7 (y
muchos otros) e hizo agregar a la INSTITUTO GENERALIS un PROEMIUM (Prefacio) que recordaba la
doctrina católica. El MISSALE ROMANUM incluye ese PROEMIUM y la INSTITUTIO rectificada. Dom
Oury reproduce íntegramente (Anexo IV) el PROEMIUM con el fin de mostrar a las claras la ortodoxia de la
Nueva Misa. Asimismo, en su último anexo reproduce el texto del n9 55 a de la INSTITUTIO GENERALIS:
“Por las palabras y las acciones de Cristo se realiza el sacrificio que Cristo mismo instituyó en la última
Cena cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino”,
pero no informa a sus
lectores que ese texto es la versión corregida del texto original, que expresaba: “Por las palabras y las
acciones de Cristo se representa la última Cena en la que el Señor Jesucristo mismo instituyó el sacramento
de su pasión y de su resurrección, cuando dio a comer y a beber a sus Apóstoles, bajo las especies del pan y
del vino, su cuerpo y su sangre”.
Por otra parte, el artículo 55 tiene rectificado su título. La versión original
decía: “El relato de la Institución”. La versión rectificada expresa: “El relato de la Institución y de la
Consagración".


El Prefacio y la Presentación general rectificada nos dan la doctrina, más o menos bien expresada,
de la misa católica. Pero la nueva misa misma no ha sido rectificada. Como los autores de la Presentación general (INSTITUTIO GENERALIS) son también autores de la Nueva Misa, sabemos por ellos mismos el carácter que quisieron darle, y que fue claramente percibido por la mirada penetrante de los cardenales Ottaviani y Bacci. Es un rito que puede ser aceptado por los católicos pero que puede ser aceptado
igualmente por los protestantes.
Por lo demás, estos últimos nos lo han confirmado en diversas ocasiones.
En otras partes he dado a conocer sus testimonios, en especial el de Taizé, el del profesor Siegvalt, el del
Consistorio superior de la Confesión de Augsburgo de Alsacia-Lorena. En La Croix del 10 de diciembre de
1969, Jean Guitton cita la siguiente observación leída por él “en una de las más grandes revistas
protestantes”:
Las nuevas oraciones eucarísticas católicas han eliminado la falsa perspectiva de un
sacrificio ofrecido a Dios". En LE MONDE del 10 de septiembre de 1970, Roger Mehl (protestante), al
analizar un libro del teólogo sueco Vajta, escribe: "Si se tiene en cuenta la evolución decisiva de la liturgia
católica, la posibilidad de reemplazar el canon de la misa por otras oraciones litúrgicas, la desaparición de
la idea según la cual la misa constituiría un sacrificio, la posibilidad de comulgar bajo las dos especies, ya
no existen razones para que las Iglesias de la Reforma prohíban a sus fieles tomar parte en la Eucaristía
en la Iglesia romana”.


Por eso la nueva misa es equívoca. Es un testimonio equívoco de la fe católica. Si bien la intención de la Iglesia hace de ella un rito católico, la intención de sus autores hace de ella un rito ecuménico con predominio protestante.

A propósito de las declaraciones de los protestantes relativas a la Nueva Misa, Dom Oury, a quien
parecen causarle asombro, dice que “sería buen método interrogar a los interesados y pedirles que
explicitasen plenamente su pensamiento, el sentido que han querido dar a sus declaraciones, las que luego
han sido disecadas y pinchadas con alfileres”
(p. 94-95). Dom Oury ha leído mi libro: si lo relee hallará las
preguntas que formulé en Taizé y la respuesta que me envió por carta el prior Roger Schutz. De hecho, la
respuesta era una ausencia total de respuesta a las preguntas formuladas.34

Mis preguntas eran las siguientes: “¿Por qué los hermanos de Taizé, que no aceptan la misa tradicional —la de San Pío V—, aceptan la nueva misa? ¿Cuál es, a sus ojos, la diferencia sustancial entre las dos misas que les permite aceptar la nueva en tanto rechazan la de antes?”

Lo repito: no me llegó ni la sombra de una respuesta a esas preguntas sencillas.

Entonces me pregunto y pregunto a los peritos: ¿Cómo es posible que los cambios de la Nueva Misa,
si son secundarios para los católicos, sean esenciales para los protestantes? Cuando el papa y el prior de
Taizé dicen por igual que de un Ordo al otro la sustancia de la misa no ha cambiado, esa sustancia resulta
necesariamente diferente para su intelecto. Porque para el papa lo que se ha eliminado era lo superfluo,
superfluo pero conforme a la sustancia de la misa en tanto que para el prior de Taizé era también lo
superfluo, pero algo superfluo que no se conformaba a la sustancia de la misa.
De ahí la reflexión del
Hermano Max Thurian que en lo sucesivo católicos y protestantes pueden usar por igual las oraciones del
nuevo ordo. En efecto, pueden hacerlo, pero por razones inversas. Los católicos pueden porque el nuevo
ordo conserva la sustancia de la misa. Los protestantes pueden porque el nuevo ordo vuelve a descartar la
sustancia de la misa. Estamos, pues, en la confusión total”
35.

La confusión total es el equívoco. ¿Cómo puede negar Dom Oury que la Nueva Misa sea un testimonio equívoco de la fe católica? Los autores de la Nueva Misa han hecho de ella un rito equívoco y lo han hecho deliberadamente dado que ellos mismos presentan ese rito en términos equívocos en la INSTITUTIO GENERALIS.

La única tesis que Dom Oury podría invocar por lógica es la utilidad del equívoco. Podría decir que
un rito común favorece el retorno a la unidad. La praxis tendrá éxito allí donde la theoria fracasa.
Personalmente, yo no creo nada de eso. La intercelebración y la intercomunión establecidas, en el equívoco, sobre dos objetivos de fe diferentes, instituyen la división en el corazón mismo del sacramento de la unidad. El camino no tiene salida. Por otra parte, ya se ve que no tiene salida dado que Roma lo rechaza (¿Cómo podría aprobarlo?)


CONTINUARÁ...


34 Ver anteriormente, págs. 119 a 132.
35 Cf. págs. 119-123.
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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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Necesitaría, como dije, todo un libro para refutar las aserciones de Dom Oury. Pero me contentaré
con los ejemplos que acabo de dar: me parecen suficientes para hacer entender el quantum mutatus que
lamento a propósito de Solesmes.

¿De qué se trata? De la fidelidad a la Iglesia, al papa y a Roma. Dom Oury estima que hoy en día esa
fidelidad no puede manifestarse más que siguiendo la “liturgia romana” tal como la imponen textos cuya
legalidad se empeña en demostrarnos, sin querer tomar en cuenta las objeciones a dicha legalidad desde el
punto de vista jurídico y teológico. El desastre litúrgico en que estamos sumidos para Dom Oury no es
efecto de la reforma sino de la desobediencia a la reforma. De paso se aflige por el desastre, pero lo que
condena es la desobediencia. Aunque se expresa con moderación, va en eso una rebelión contra Roma.

¿Cree, en efecto, Dom Oury que la fidelidad a la Iglesia, al papa y a Roma no puede en ciertas
ocasiones manifestarse mediante una resistencia cuyo solo objeto y cuyo efecto cierto es servir a la Iglesia,
al papa y a Roma?


Ya que de Solesmes se trata, le recordaré que en el momento de la "condena" de la Acción Francesa,
Solesmes constituyó un polo de la resistencia a las decisiones romanas. Ello irritó tanto a Pío XI que pensó
en cerrar la abadía y repartir a los monjes en otros monasterios. Sin embargo, Solesmes tenía razón, como
Pío XI, que se había equivocado (y que había sido engañado) se dio cuenta más tarde, dedicándose a
preparar la reconciliación que efectuó Pío XII. ¿Dom Oury considera que la fiel resistencia de Solesmes no
sirvió a la Iglesia, al papa y a Roma?

Y ya que se trata de la misa, ¿tendré que recordarle que en 1970 cuarenta ingleses, mártires de la
misa tradicional,
fueron, al igual que Thomas More y John Fisher, solemnemente canonizados en Roma?
El
otoño anterior el cardenal Heenan visitó a Paulo VI. “Hablamos —dijo en una carta que el 16 de noviembre fue leída en todas las iglesias de su diócesis— de los mártires ingleses que prefirieron morir antes que
reemplazar el sacrificio de la misa por un servicio de comunión.
Por lo demás, era superfluo recordar a la
Santa Sede que nuestros mártires habían dado su vida por defender la autoridad de la Santa Sede"
36.
Actualmente no se trata de martirio ni de defender la autoridad de la Santa Sede contra un poder temporal
cualquiera, sino de defenderla contra la autoridad de las Conferencias episcopales y de burocracia que tanto
en Roma como en Francia atentan contra la autoridad del papa y de los obispos.


36 Doc. CATH., 18 de enero de 1970.

No es cuestión de informes confidenciales: basta leer los periódicos para comprobar que la Santa
Sede hoy en día despliega esfuerzos por disipar el “humo de Satanás” que obscurece la verdad cristiana en
la liturgia y en la teología. La restauración de la misa, sobre todo, constituye una de las preocupaciones de la
Iglesia. No hay más que ver el cuidado con que, cada vez que en circunstancias diversas se esgrimen
sanciones o acusaciones contra tradicionalistas, siempre se aclara —lo cual es una novedad— que la misa
tradicional no tiene nada que ver. Dom Oury, pese a sus excelentes intenciones, con su libro no contribuye
para nada a los esfuerzos de Roma y del papa. Lo único que logra, mal que le pese, es llevar agua al molino
de los demoledores de la misa y de la liturgia.

Después del lanzamiento de la Nueva Misa lamenté que Solesmes no conservase la misa tradicional. Hubiera sido un formidable baluarte contra los embates de la anarquía litúrgica, y habría facilitado las reparaciones. Por lo menos había gente buena que, sin entrar en pormenores, cuando asistían a hermosas ceremonias en latín y con canto gregoriano se imaginaban que Solesmes mantenía la tradición contra la
revolución. Por desgracia, Dom Oury pone ahora la autoridad de su monasterio al servicio de la revolución. Hace saber a todos los que confían en Solesmes que la Nueva Misa, “regularmente promulgada”, es admirable, mucho más hermosa que la de antes, y de una notable ortodoxia. Al callar todo aquello que aniquila su argumentación, engaña a su mundo, al parecer con la conciencia perfectamente tranquila. Por otra parte, se engaña a sí mismo refugiándose detrás de la cortina de humo de una mítica “liturgia romana”que mucho le costaría explicarnos qué puede significar hoy en día. Es algo que lamento de veras.


¿Solesmes es siempre Solesmes? Este año se celebra el centenario de la muerte de Dom Guéranger.
En esa ocasión PENSÉE CATHOLIQUE re-editó, en su número 156, algunos pasajes de las
INSTITUCIONES LITÚRGICAS. Pueden releerse con provecho. Algunos extractos muy breves nos ilustrarán sobre su espíritu:

"1º El primer rasgo de la herejía antiliturgista es el odio a la Tradición en las fórmulas del culto divino (...) Todo sectario que quiera introducir una doctrina nueva se ve infaliblemente en presencia de la liturgia, que es la tradición a su máxima potencia, y no podría descansar hasta hacer callar esa voz, hasta desgarrar esas páginas en que se encierra la fe de los siglos pasados (...).

"2º Efectivamente, el segundo principio de la secta antiliturgista es reemplazar las fórmulas de estilo eclesiástico por lecturas de la Sagrada Escritura (...). En todas las épocas y bajo todas las formas sucederá lo mismo: nada de fórmulas eclesiásticas, la Sagrada Escritura sola, pero interpretada, seleccionada, presentada por aquel o aquellos que se benefician con la innovación (...).

"4º No debe asombrar la contradicción que presenta así la herejía en sus obras cuando se sepa que el cuarto principio o, si se quiere, la cuarta necesidad impuesta a los sectarios por la índole misma de su estado de rebelión es la contradicción habitual con sus propios principios (...). De esa manera, todos los sectarios, sin excepción, empiezan por reivindicar los derechos de la antigüedad; quieren arrancar del cristianismo todo aquello que el error y las pasiones humanas le han mezclado de falso e indigno de Dios; no quieren más que lo primitivo, y pretenden remontar a la cuna la institución cristiana. A tal efecto, expurgan, borran, recortan; todo cae bajo sus golpes, y cuando se espera ver resurgir en su prístina pureza el culto divino, se lo ve colmado de fórmulas nuevas que datan apenas de la víspera, que resultan indiscutiblemente humanas, porque aquel que las ha "redactado" vive todavía (...).

"5º: Como la reforma de la Liturgia es emprendida por los sectarios con el mismo objeto que la reforma del dogma de la cual es consecuencia, se sigue que así como los protestantes se separaron de la unidad para creer menos, se ven obligados a eliminar del culto todas las ceremonias y todas las fórmulas que expresan misterios (...). Ya no hay altar sino simplemente una mesa; ya no hay sacrificio, como en toda religión, sino simplemente una cena; ya no hay iglesia sino sólo un templo, como entre los griegos y los romanos; ya no hay arquitectura religiosa, porque ya no hay misterios; ya no hay pintura y esculturas cristianas, porque ya no hay religión sensible; por último, ya no hay poesía en un culto que no está fecundado por el amor ni por la fe (...).

"8º Como la reforma litúrgica se propone como uno de sus fines principales la abolición de los actos y las fórmulas místicas, se sigue necesariamente que sus autores deben reivindicar el uso de la lengua vulgar en el servicio divino. También es ese uno de los puntos más importantes a los ojos de los sectarios. El culto no es cosa secreta, dicen; es necesario que el pueblo entienda lo que canta. El odio a la lengua latina es algo innato en el corazón de todos los enemigos de Roma; ven en ella el vínculo que une a los católicos del mundo entero, el arsenal de la ortodoxia contra todas las sutilezas del espíritu de secta, el arma más poderosa del papado (…).

"11º La herejía antiliturgista, a fin de establecer para siempre su reinado, tenía necesidad de destruir de hecho y por principio todo sacerdocio en el cristianismo (...). De ahora en adelante ya no hay sacerdote propiamente dicho (...). La reforma de Lutero y de Calvino no conocerá, pues, más que ministros de Dios, o de los hombres, como se quiera (…) elegidos, establecidos por laicos, vestidos en el templo con la ropa de cierta magistratura, bastarda, los ministros no son sino laicos revestidos de funciones accidentales (…), y así debe ser ya que no hay más liturgia puesto que no hay más que laicos (...)".

Así hablaba Solesmes antes del Vaticano II, y aun antes del Vaticano I. Desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes del Tíber y del Sarthe.


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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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Anexo V


En momentos en que esta nueva edición entra en prensa, los periódicos publican el texto de la
alocución que Paulo VI pronunció en el Consistorio el 24 de mayo de 1976. A propósito de la resistencia
opuesta por los fieles tradicionalistas a las reformas litúrgicas, el Papa declara:

“Esto es tanto más grave que, en particular, se introduce la división precisamente allí donde «el
amor de Cristo nos ha reunido en un solo Cuerpo», congregavit nos in unum Christi amor, es decir, en la
liturgia y en el sacrificio eucarístico, negando el respeto debido a las normas establecidas en materia
litúrgica. En nombre de la Tradición Nos pedimos a todos nuestros Hijos, a todas las comunidades
católicas, celebrar con dignidad y fervor en la liturgia renovada. La adopción del nuevo Ordo Missae no se ha dejado del todo al libre arbitrio de sacerdotes o de fieles.
La Instrucción del 14 de junio de 1971 previó la celebración de la misa según el antiguo rito, con autorización del Ordinario, únicamente para sacerdotes ancianos o enfermos, que ofrecen el sacrificio divino sine populo. El nuevo Ordo fue promulgado para reemplazar al antiguo, después de una misma reflexión y como resultado de las instancias del Concilio Vaticano II. No de otro modo fue como nuestro santo predecesor Pío V hizo obligatorio el misal reformado bajo su autoridad después del Concilio de Trento.


“Con la misma autoridad suprema que nos viene de Jesucristo, Nos exigimos la misma disponibilidad para todas las otras reformas litúrgicas, disciplinares, pastorales, maduradas estos últimos años en aplicación de los decretos conciliares. Ninguna iniciativa que busque oponerse a ello puede atribuirse la prerrogativa de prestar un servicio a la Iglesia: en realidad, le causa grave daño”.

Estas líneas suscitarían un sinfín de comentarios. Limitémonos a lo esencial. Lo que el papa pide,
dice, lo pide “en nombre de la Tradición”. ¿Qué entiende exactamente por eso?
No podemos menos que
entregarnos a conjeturas que exigirían extensos desarrollos de los cuales nos abstendremos. Pero no hay
duda de que uno de los aspectos de esa Tradición es que un papa puede deshacer lo que hizo un papa
anterior. De ahí la frase: “No de otro modo fue como nuestro santo predecesor Pío V hizo obligatorio el
misal reformado bajo su autoridad, después del Concilio de Trento”.
Aun así, existen diferencias
sustanciales entre los dos casos.

1) Pío V hizo obligatorio clara y expresamente el misal restaurado (no reformado). La Bula QUO PRIMUM está exenta de todo equívoco al respecto, cosa que no sucede con la Constitución MISSALE ROMANUM.

2) El misal de San Pío V se restauró y no se reformó en el sentido que no fue sino la restitución del texto más auténtico de la misa después de un cotejo con la mayor cantidad posible de manuscritos y del estudio “de los Antiguos y de autores autorizados”.

3) San Pío V tenía tanto respeto por la Tradición que, al imponer su misal, restaurado de acuerdo con esa Tradición, reconoció la validez de las misas que puedan contar con un uso ininterrumpido de más de doscientos años, cuya celebración se autoriza.

La revocación o la interdicción del misal de San Pío V procede, pues, de un espíritu totalmente diferente, por no decir opuesto.

Paulo VI declara: "Con la misma autoridad suprema que nos viene de Jesucristo, Nos exigimos la
misma disponibilidad para todas las otras reformas, etc.”.
La fórmula es extraña. En efecto, el papa no
compromete su autoridad suprema en el apartado precedente.
No dice: “Con la autoridad suprema que nos
viene de Jesucristo, Nos exigimos que el nuevo Ordo sea el único que se use y Nos prohibimos la utilización
del Ordo tradicional”.
Así habría resultado lógica la prohibición que sigue: “Con la misma autoridad
suprema... Nos exigimos la misma disponibilidad...”.
¿Por qué se ha expresado como lo ha hecho? Verosímilmente
porque no ha querido, o no se ha atrevido, a comprometer su autoridad suprema en la
prohibición de la misa de San Pío V. Con la fórmula que ha usado, se asegura la prohibición que desea: una
prohibición solemne de la misa de San Pío V.


¿Qué va a suceder? Por desgracia, ya casi no hay duda posible. Los obispos, los sacerdotes y los fieles que sigan adictos a la misa de San Pío V serán considerados (por la jerarquía) como cismáticos de hecho. El problema de la misa se halla realmente en el corazón de la crisis de la Iglesia, es un problema no resuelto.


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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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ANEXO ARGENTINO

Réplica sobre la validez de la Nueva Misa
y sobre el necesario retorno a la
Misa Tridentina




Mediante la solicitada que se publicó el día 30 de diciembre de 1975 en la página 10 del diario "La
Nación", hemos afirmado y acreditado que la validez de la Nueva Misa es dudosa; también hemos sostenido
que la Misa Tridentina es segura porque su validez jamás fue impugnada y porque no ha sido derogada por
el Papa Pablo VI; y hemos concluido que, conforme a la doctrina enseñada por San Alfonso María de
Ligorio, patrono de los moralistas católicos, debemos preferir lo más seguro, es decir: la Misa de San Pío V.
En consecuencia, hemos pedido que ella se facilite en todas partes para oponerla "como barrera infranqueable
contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio".
(Carta de los Cardenales
Ottaviani y Bacci, que acompaña el famoso "Breve Examen Crítico".)

Nuestra publicación fue contestada e impugnada por el Presbítero Jorge Mejía, Director de la
Revista "Criterio", con argumentos y recursos cuya seriedad y eficacia podrá juzgar el lector a la luz de la
presente réplica.

La cual, en primer lugar, debe dirigirse a mostrar el orden lógico que a nuestra exposición ha
conferido unidad y coherencia, orden que nuestro impugnante no ha logrado o no ha querido ver, y ha
negado con fácil gratuidad.


1. El orden.

Si el lector relee el párrafo inicial de esta réplica, verá allí una premisa menor, cuyo sujeto es la
validez de ambas Misas y establece que la de San Pío V es más segura; después sigue una premisa mayor
que establece una norma moral según la cual en materia de sacramentos es obligatorio optar por lo más
seguro; y por fin surge una rigurosa conclusión lógica en favor de la Misa de San Pío V.

Y como dicho párrafo expresa fielmente la síntesis de toda nuestra solicitada, resulta evidente que
ésta se ajusta a un orden estrictamente silogístico, tan denigrado por positivistas, marxistas y progresistas,
como elogiado por los mejores filósofos, que han visto y ven en el silogismo aristotélico un descubrimiento
de los más esplendorosos del espíritu humano.

Ahora bien: dado que orden es la adecuada disposición de las partes en el todo y, por tanto, también
la adecuación de los medios al fin, resulta claro que el examen atento del orden que anima desde adentro
nuestra solicitada, nos llevará con certeza a demostrar, por su estructura interna, su verdadero fin.


2. El fin.

Entonces, la conclusión del silogismo es la que contiene y revela el fin de nuestra solicitada, a saber:
"debemos optar por la Misa de San Pío V".

Ahora bien: al defender la Misa Tridentina nosotros no atacamos, sino que, por el contrario,
acatamos la autoridad pontificia: la de San Pío V que promulgó la Misa y también la del Papa Pablo VI
porque jamás la prohibió (como demostraremos más adelante); porque, además, la elogió calurosamente en
el mismo documento de promulgación de la Nueva Misa, calificándola de "...instrumento de unidad
litúrgica y monumento de genuino culto religioso en la Iglesia";
porque facilita su celebración incluso en la
misma Basílica de San Pedro, en Roma; y porque manifestó expresamente al Eminentísimo Cardenal
Heenan, Primado de Inglaterra, que "encontraba razonable el apego de los católicos ingleses al rito
multisecular y no pensaba impedirles que asistieran a Misas que conoció la cristiandad durante siglos..."

(Declaraciones del Cardenal del día 22 de noviembre de 1971, sobre las que volveremos más adelante.)

Nuestra solicitada acata, pues, plenamente, la autoridad pontificia de todos los Papas legítimos: de
San Pedro, de San Pío V y de Pablo VI, del Petrus de siempre, que no puede contradecirse a sí misma
porque la asiste el Espíritu Santo, a través de los siglos, con la garantía de la infalibilidad en los aspectos
sustanciales de la Fe.

Entonces puede apreciar el lector cómo nuestro impugnante "currit extra viam" (corre fuera del
camino) cuando en el mismo título de su artículo lanza contra nosotros la grave acusación de que nuestra
solicitada sobre la Misa constituye un "ataque a la autoridad del Papa”.

Pero ese extraviado intento de colocarnos contra el Papa se deshace como nieve al sol desde que,
según acabamos de demostrar, nuestra publicación se ordena a la defensa de la Misa de San Pío V, elogiada,
sostenida y mantenida por el Papa Pablo VI.

Es claro que si nuestro atacante no ha podido comprender el orden de nuestra solicitada (según se
desprende de sus propias palabras) tampoco ha podido comprender su fin. De allí su grave error.

Precisamente porque nosotros estamos con el Papa de siempre, Pablo, Pío, Juan o Pedro (porque
sólo El, el Vicario de Cristo, nos une a Nuestro Señor a través de la serie íntegra, solidaria y admirable de los
sucesores de Pedro), por eso no podemos estar con quienes pretenden oponer Papa contra Papa diciendo
que el Papa Pablo VI ha pronunciado contra la Misa de San Pío V una orden derogatoria que no existe.

Aclarado cuál es el verdadero fin de nuestra publicación, debemos ahora examinar la primera premisa del silogismo
que nos conduce a ese fin y constituye el nervio argumental de nuestra solicitada. Veamos, pues, en primer término,
cuál es el defecto de forma sacramental que compromete la validez de la Nueva Misa.


CONTINUARÁ...
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