EL PURGATORIO. Reflexión.

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InHocSignoVinces
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EL PURGATORIO. Reflexión.

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Saludos desde mi exilio.

Me gustaría compartir con vosotros una reflexión sobre el importante asunto del Purgatorio que he encontrado en un libro que estoy leyendo estos días. El libro en cuestión es "La vida interior", de Joseph Tissot, misionero de San Francisco de Sales. Se trata de una obra extraordinaria cuya lectura os recomiendo a todos encarecidamente. La reflexión sobre el Purgatorio me ha impresionado grandemente, a la vez que me ha llenado de un santo temor de Dios. Aquí os la dejo para que la leáis detenidamente y la meditéis. Seguro que os impresionará tanto como a mí y os hará ver muchas cosas de una manera diferente. Os mando un saludo cordial en los Sagrados Corazones de Jesús y de María Santísima.

In Hoc Signo Vinces !

Capítulo V: El purgatorio


Nada entra en el cielo sin purificarse.¡Con cuánta energía debería
yo apropiarme los deseos de San Francisco de Sales! Porque, esta
purificación total del ser humano, este tránsito completo de mí mismo al
reino del Hijo muy amado, que me hace digno y capaz de participar de la
compañía de los santos en la luz, deben hacerse y acabarse en mí
antes de entrar en el cielo.
Nadie entrará hasta que este trabajo se haya
llevado a cabo. Lo que no se haya hecho en este mundo se hará en el
purgatorio, si es que este trabajo está ya comenzado;
porque el pecado
mortal es la presa eterna del infierno.
Es preciso pasar por la muerte para
llegar a la vida.


Sí; todo este trabajo casi infinito de la purificación de mi ser, este despojo
de lo criado, este aniquilamiento de los apegos falsos, esta transformación
de lo humano, se harán, como condición previa, para entrar en el cielo.
“La
carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, ni la corrupción la
incorruptibilidad”,
dice San Pablo, “es necesario que lo que es corruptible
revista la incorruptibilidad, que lo que es mortal revista la inmortalidad”.

“Hasta su completa purificación”, dice San Juan de la Cruz, “el alma no
podrá poseer a Dios aquí abajo, por la pura transformación del amor, ni
allá arriba, por la clara visión”.
Si en este mundo no puede Dios
consumar con el alma esa unión completa que se llama el desposorio
místico, sino después de aniquilar todo lo humano, ¿cómo podría sin esto
consumar en el cielo la eterna unión de la gloria?


Detención del purgatorio.¡Dios mío! ¿Qué será, pues, el
purgatorio?... ¿Será preciso que sus llamas consuman en mí todo, no sólo
los pecados, no sólo las imperfecciones, sino todo lo que es humano?...
¿Todo lo criado?... ¿Todas sus adherencias fuera de Dios?... ¿Que obren
la completa transformación de mi ser?... Si en este mundo esas
operaciones son tan largas y tan dolorosas en los santos; si para
realizarlas son necesarias tantas cruces, tanta mortificación y tantas
tribulaciones; si el desprendimiento de todas las cosas me hace
estremecer, ¡Dios mío!, ¿qué será para mí el purgatorio?...
Detención del purgatorio.– ¡Dios mío! ¿Qué será, pues, el
purgatorio?... ¿Será preciso que sus llamas consuman en mí todo, no sólo
los pecados, no sólo las imperfecciones, sino todo lo que es humano?...
¿Todo lo criado?... ¿Todas sus adherencias fuera de Dios?... ¿Que obren
la completa transformación de mi ser?... Si en este mundo esas
operaciones son tan largas y tan dolorosas en los santos; si para
realizarlas son necesarias tantas cruces, tanta mortificación y tantas
tribulaciones; si el desprendimiento de todas las cosas me hace
estremecer, ¡Dios mío!, ¿qué será para mí el purgatorio?...



Ahora me explico el pequeño número de almas que entran directamente en el cielo, y también la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio, y la perseverante insistencia de esta tierna y cariñosa madre en recomendar la oración por los difuntos. “Cuando llegare mi tiempo, en los umbrales de la eternidad”, dice el Señor, “juzgaré las justicias”. He aquí el juicio de las justicias.


Purificación y glorificación.Desde el punto de vista de su purificación
interior, todas las almas serán iguales en el cielo; no habrá una más
purificada que otra, puesto que todas deben estar igualmente purificadas.
Desde este punto de vista la vocación es la misma para todos; todos son
llamados a llegar a la cima suprema. En este sentido, el mandamiento que
me obliga a amar a Dios con todo mi ser tiene la misma latitud absoluta
para mí que para los santos y para los ángeles: la palabra de Dios en su
gran mandamiento, ex toto, tiene un rigor sin límites.
Lo mismo en mi alma
que en la del ángel no puede subsistir ni mancha, ni impureza, ni
imperfección alguna. Soy, pues, llamado a la pureza perfecta, a la
consumación suprema.



Pero aquí es necesario recordar una distinción. Hay, en efecto, en el
trabajo de la vida interior y en sus ascensiones por los cinco grados de la
piedad, dos partes: una negativa, que es la de la purificación; otra positiva,
que es la de la glorificación. Durante esta vida mortal esas dos partes del
desarrollo divino no van jamás la una sin la otra. Toda purificación va
acompañada de una dilatación del alma y de un aumento de méritos.


Glorificación detenida.– En qué medida se hace la purificación acabo
de verlo recorriendo los cinco grados de la piedad, puesto que estos
grados están de hecho caracterizados por los progresos de la purificación
interior; pero en qué medida el alma aumenta su capacidad divina y sus
méritos eternos, esto es un secreto de Dios. Sé las miserias de que me
voy despojando, pero no sé las riquezas que voy adquiriendo. Cuál sea la
grandeza que la virtud ha alcanzado en mí, cuál sea la extensión de mis
méritos y la altura a que ha llegado mi alma, qué lugar tendré en el cielo:
todos estos misterios sólo me serán revelados en la claridad de la vida
futura.



Sé que en este mundo la gracia es dada a cada uno de nosotros según la medida de la donación de Cristo; sé que en la otra vida la gloria responderá a la medida de la gracia que yo haya hecho fructificar aquí abajo; sé que poseeré en la eternidad el desarrollo que yo haya adquirido en el tiempo; sé que lavándome de las manchas del mal me engrandezco al mismo tiempo; y esto es todo lo que sé.


Digo mal; sé más todavía: sé que cada uno tiene su medida en este
mundo y que en el firmamento de los elegidos cada estrella tendrá
diferente brillo; sé que el trabajo de crecimiento y de glorificación
termina irrevocablemente con la muerte,
que cada uno permanecerá
eternamente con la medida de méritos que tenga en el momento del
tránsito a la otra vida.
“Es preciso que yo haga las obras de aquel
que me envió, mientras es de día; viene la noche cuando nadie podrá
trabajar”.



Purificación continuada.– Por consiguiente, de las dos obras que se
hacen simultáneamente durante el período de la existencia terrestre, la
una cesa instantánea y completamente con la muerte, es la obra de mi
glorificación; la otra, si es necesaria, continúa más allá del sepulcro, hasta
su completa terminación, es la obra de mi purificación. Sus operaciones,
en este caso, se hacen en un lugar determinado por la justicia
misericordiosa del Juez supremo, que se llama purgatorio. Lo que se
efectúa en ese lugar es, pues, una purificación completamente desnuda,
sin méritos, sin aumento de ser, sin otro provecho que la purificación
misma. El purgatorio me conducirá al grado de pureza absoluta que se
requiere para comparecer ante Dios, y tendrá el alma, al salir de él, el
mismo grado de mérito que tenía al entrar.
¡Ah! ¡Cuánto me importa componerme con mi contrario mientras estoy con él todavía en este mundo, y antes que me ponga en manos del juez, y el juez me entregue en las del alguacil, y sea echado en la cárcel! Una vez allí no saldré hasta que pague el último cuadrante. Es preciso ser muy insensato y tener poca fe para condenarme yo mismo a una prisión rigurosa y a una expiación sin beneficios, cuando puedo ahora tanto ganar santificándome.
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