¿CISMA O FE ? 1971-1972 (R.P. Saenz y Arriaga)

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Pero, en la misma Constitución "Gaudium et spes" (44, 2), el Concilio, al volver a insistir en la idea de que la Iglesia ha empleado las diversas culturas para difundir su mensaje, dice: "Esta (la Iglesia), desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo, y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto sea posible. Esta adaptación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización. Porque así, en todos los pueblos, se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos y, al mismo tiempo, se fomenta un vivo intercambio entre la Iglesia y las diversas culturas".


Aquí tampoco estamos, ni podemos estar de acuerdo en fomentar ese "intercambio" entre la Iglesia y las culturas. ¿Acaso la Iglesia necesita afinar las facultades espirituales del hombre con lo que las culturas anticristianas puedan ofrecerle? ¿No tenemos la plenitud superabundante, que dimana de Cristo y de su Evangelio? Claro que la Iglesia tiene que usar las lenguas o los dialectos propios de cada pueblo o tribu para enseñarles y explicarles las enseñanzas de Cristo; pero no los conceptos, si éstos no responden a la doctrina inmutable del Evangelio eterno. Así como la ciencia puede reducirse y explicarse por sus principios elementales, así la doctrina católica, la doctrina revelada por Dios, puede y debe enseñarse, de acuerdo con la capacidad de los neófitos o de los niños o de los ignorantes a quienes se enseña y explica. Pero, en manera alguna, puede ser adulterada por la así llamada cultura de los pueblos que no poseen la verdad. Las tradiciones de cada pueblo y de cada edad no pueden ser incorporadas a formar parte del Depósito sagrado. La filosofía es sierva de la teología, no maestra de ella. Cualquier filosofía en tanto puede ser aceptada y aceptable para expresar y metodizar la enseñanza católica, en tanto expresa con la mayor perfección posible la Verdad revelada.


CONTINUARÁ... (pág. 41)
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Y, en el Decreto Ad Gentes (22, 2), los padres conciliares nos hablan de la acomodación de la vida cristiana a cualquier cultura: "con ellos se descubrirán los caminos para una acomodación más profunda en todo el ámbito de la vida cristiana. Con este modo de proceder se excluirá toda especie de sincretismo y de falso particularismo; se acomodará la vida cristiana a la índole y al carácter de cualquier cultura y se agregarán a la unidad católica las tradiciones particulares con las cualidades propias de cada raza, ilustradas con la luz del Evangelio".


Nos encontramos en una postura ambigua, inestable y equívoca. Con esa adaptación, el particularismo de nuestra fe católica se pierde y necesariamente caemos en el sincretismo que de palabra se rehúsa. A no ser que queramos hacer un catolicismo para cada pueblo y para cada cultura. La Iglesia de Cristo es católica, es universal, pero no es, no puede ser ecuménica, en el sentido equívoco y falso que quiere darse a este movimiento. "Una sola fe, un solo bautismo, un sólo Señor Padre de todos", como dice San Pablo a los Efesios.


CONTINUARÁ... (pág. 42)
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LA PRINCIPAL MISIÓN SACERDOTAL


No puedo entender ésa que el Cardenal Primado de España llama dimensión cultural-sacramental. He expuesto lo que el Vaticano II nos dice sobre la cultura y no he encontrado ahí ninguna relación o nexo entre la cultura personal o la acción cultural del sacerdote con la que su Eminencia llama celebración -yo llamaría mejor "administración"- de los sacramentos. Esta es, sin duda, lo que especifica y caracteriza al sacerdote del resto de los hombres, según la institución misma de Cristo. El sacerdocio dice, en su misma esencia, el poder sacrificar, en nombre del pueblo. El sacerdote es el hombre dedicado y consagrado a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios. En la ley de gracia, es el hombre consagrado a Dios, ungido y ordenado para celebrar y ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa. Simple sacerdote es el que carece de jurisdicción y de todo cargo pastoral confiado por el obispo, pero no por eso deja de ser sacerdote, ni de poder celebrar la Santa Misa. Recordemos bien que uno es el poder sacerdotal y otro el poder jurisdiccional y magisterial. El poder sacerdotal lo adquiere el sacerdote para siempre en su ordenación sacerdotal, como en el bautismo adquiere el hombre su carácter indeleble de cristiano. El poder jurisdiccional y el poder magisterial los recibe también, in actu primo, en la ordenación, aunque, para poder usar esos poderes, se necesite la delegación de la Jerarquía. Esto es en las circunstancias normales, porque en las anormales "supplet Ecclesia", como en un error común, en una necesidad urgente.


Ahora bien, en la hipótesis -pongamos el caso de la Reforma o de Inglaterra-, cuando la mayoría de los obispos han caído en la herejía o en la apostasía, cuando hay razones gravísimas para dudar de la legitimidad de esos malos pastores o de esos lobos revestidos con pieles de oveja; cuando el abuso del poder retira las facultades al que ha sido debidamente ordenado y con apego a los dictámenes de su conciencia, a su ciencia teológica, a la opinión de personas de reconocida ciencia, conciencia y experiencia, éste se adhiere a la fe recibida y se rehúsa a seguir a los malos pastores, ¿pierde las facultades, que por su poder de orden o con su poder de orden había válidamente recibido de pastores legítimos, de verdaderos sucesores de los Apóstoles? Las leyes de la Iglesia son para ser aplicadas en circunstancias normales, no en circunstancias de cisma, de herejía o de apostasía. Por institución divina, por la ordenación sacerdotal, el sacerdote recibe el poder sacrificial, y por lo menos, in actu primo, también el poder de magisterio y el poder de jurisdicción. La Iglesia, por su legítima Jerarquía, con los poderes recibidos de Cristo, condiciona y restringe, in actu secundo, tanto el poder de jurisdicción, como el poder de magisterio, por la delegación personal de los Obispos y del Papa, al ordenado. Pero, estas restricciones suponen siempre la legitimidad de derecho y de hecho de los pastores.


Supongamos un caso hipotético. Un obispo o un grupo de obispos, como en tiempo del arrianismo, perdieron la fe, cayeron en la herejía. San Atanasio se resiste, arguye, condena, se aparta de los malos pastores. Estos lo excomulgan, lo suspenden, no por otra causa, sino por negarse a seguir el error, por defender la verdad, ¿perdería por eso San Atanasio su carácter sacerdotal y episcopal? ¿Perdería sus facultades ministeriales?


CONTINUARÁ... (pág. 42)
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La facultad o el poder de orden llevan consigo, salvas las restricciones del Derecho, en los casos en que se necesite la jurisdicción, el poder administrar los sacramentos, que son los canales por donde se deriva a las almas la vida sobrenatural, la vida divina, que viene de Cristo. El sacerdote es sacerdote, ante todo y sobre todo, para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa y para administrar a los fieles los sacramentos. Culto o inculto, santo o pecador, el sacerdote, al actuar en nombre de Cristo, con el poder de Cristo, bien sea celebrando el Santo Oficio de la Misa, bien sea administrando los sacramentos, hace que la gracia redentora, no por sus méritos personales, sino por su ministerio, llegue a las almas justificándolas, santificándolas. Esta es la grandeza del sacerdocio católico, participación real del sacerdocio de Cristo, que ningún poder humano puede nunca quitarle.


Los otros trabajos, como la enseñanza, la asistencia a los organismos de Acción Católica, la misma predicación, están subordinados a la misión sacerdotal; pueden, en casos especiales, ser desempeñados por diáconos, por religiosos y, aún por los mismos laicos. En caso de grave necesidad, como en peligro de muerte o en tiempos de persecución, pueden también los seglares administrar el bautismo y distribuir la Sagrada Comunión. Lo que no entiendo; lo que me parece un abuso, un desacato es el permitir ahora el que simples seglares, el que mujeres, el que niñas vestidas con minifaldas o con pantalones se pongan a leer la epístola y distribuir también la Sagrada Comunión. Esa desacralización de lo más sagrado es para mí un verdadero sacrilegio.


En el Decreto "Optatam totius" (4, 1), el Vaticano II dice que los sacerdotes "orando y celebrando las funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos". Y en el Decreto "Presbyterorum ordinis" (2, 5) añade: "En consecuencia, los presbíteros, ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el Sacrificio Eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y a la dirección de los hombres en la vida divina".


Dios, que es el solo Santo y Santificador, quiso tener a los hombres como socios y colaboradores suyos, a fin de que le sirvan humildemente en la obra de la santificación. Por eso consagra Dios a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para que, participando de una forma especial del sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia. Por el bautismo introducen a los hombres en el pueblo de Dios; por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la extremaunción alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la Misa, ofrecen sacramentalmente el sacrificio de Cristo. En la administración de todos los sacramentos, como atestigua San Ignacio mártir, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, los presbíteros se unen jerárquicamente con el obispo, y así lo hacen presente en cierto modo en cada una de las asambleas de los fieles". (5, 1)


Parece increíble que, después de haber dicho estas cosas en el Concilio, nuestros obispos hayan usado otro lenguaje en el último sínodo y, lo que es peor, hayan tenido -a lo que parece- intenciones tan adversas hacia el sacerdocio jerárquico de la Iglesia.


CONTINUARÁ ...(pág. 43)
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Citemos algunos otros puntos expuestos por los padres en el sínodo:

"La actividad política del sacerdote: En este campo, arduo y complejo, no es fácil armonizar el éxito político con la sinceridad y las exigencias evangélicas.

Propuestas: a) El sacerdote, en cuanto ciudadano y ministro de la Iglesia, está obligado a adoptar una postura concreta cuando se trata de defender los derechos del hombre, de la promoción integral de la persona, de la causa de la paz y de la justicia. Todo esto debe ser interpretado no solamente en el ámbito individual, sino también en el colectivo; b) En aquellos campos, en los que pueden tenerse diversas opciones políticas, económicas y sociales, el sacerdote, en cuanto ciudadano, tiene derecho a escoger sus propias opciones. Sin embargo, debe acompañar el ejercicio de tal derecho con un análisis prudente de las circunstancias pastorales. Sobre todo, debe tratar de que su elección no aparezca a los cristianos como la única legítima y que no sea motivo de división entre los fieles; c) El asumir funciones directivas o de compromiso militante a favor de una facción política debe ser excluido por el sacerdote, a menos que, con el consentimiento del obispo, esto no sea requerido, en circunstancias concretas y excepcionales, por el bien de la comunidad.

Preguntas: ¿Qué medios se deben adoptar para realizar con mayor seguridad tales actividades en la comunión eclesial? b) El asumir actividades profanas por parte de sacerdotes no debe conducir a minimizar la situación de aquellos sacerdotes, que perseveran en las actividades tradicionales. ¿De qué forma hacer más segura la revalorización y la coherencia de tales ministerios en el seno del presbiterio?"



Aquí tenemos, en documento oficial, la nueva postura, propuesta en el último sínodo de Roma sobre el candente tema de la actividad política del sacerdote. Antiguamente, en tiempos de Pío XI, se había dicho que la Acción Católica estaba y debía estar por encima de todo partido político y de toda política de partido. Hoy, en cambio, se afirma que el sacerdote, como ciudadano y ministro de la Iglesia, está obligado a adoptar una postura concreta, cuando se trata de defender los derechos del hombre, de la promoción integral de la persona, de la causa de la paz y de la justicia. Es decir, compendiando el pensamiento, el sacerdote debe tomar, no sólo como ciudadano, sino como ministro de la Iglesia, una postura política, ya que todos esos motivos justificantes, de que nos hablan los padres sinodales, están siempre involucrados en la política, sobre todo si se tiene en cuenta la problemática de la Iglesia Montiniana.


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Esta postura política debe interpretarse no sólo en el ámbito individual sino también en el ámbito colectivo. La expresión puede tener dos sentidos distintos: ámbito individual, es decir, ámbito personal y exclusivo de cada sacerdote; ámbito colectivo, es decir, ámbito de la colectividad eclesial, que abarca y compromete a todos los laicos de la asamblea religiosa. Este es un sentido. El otro es: ámbito individual, es decir, ámbito que comprende a cada sacerdote, y ámbito colectivo, ámbito que encierra a todos los sacerdotes de una diócesis, de una región, de un país o de todo el mundo. En ambas interpretaciones, nos encontramos con la posibilidad y, tal vez, la exigencia de que los sacerdotes, como ciudadanos y como ministros de la Iglesia, estén obligados a tomar parte en la política.


Como los campos políticos están divididos, los sacerdotes pueden tener diversas opciones, como ciudadanos, en el terreno político, en el terreno económico y en el terreno social. Unos pueden ser democristianos, otros del PRI y otros, si así lo optan, del partido comunista o socialista. Lo único que aconsejan los padres sinodales es que el ejercicio de tal derecho vaya acompañado de un análisis prudente, no de la bondad intrínseca de los programas de los partidos, no de la compatibilidad de su doctrina partidarista con la doctrina de la Iglesia, sino de las circunstancias pastorales. Dada la imprecisión y amplitud de la pastoral postconciliar, no creo tan fácil el poder precisar el pensamiento de los padres sinodales.


Hay, sin embargo, una advertencia que en el orden político sí tiene suma importancia: "el sacerdote, sobre todo, debe tratar de que su elección no aparezca a los cristianos como la única legítima y que no sea motivo de división entre los fieles". Es difícil seguir este consejo, una vez que se ha tomado ya partido. La política es absorbente y apasionante y comprometedora. Si no que lo digan los progresistas que militan en la Democracia Cristiana de Chile, en el Partido Comunista de Cuba o en nuestras organizaciones nacionales, como el PAN. Que lo diga nuestro Obispo "charro" de Cuernavaca, que ahora pretende heredar el liderazgo de su pariente, Lázaro Cárdenas del Río.


Cuando el cura se mete en política, cuando ha hecho su elección definida, es imposible que su decisión pase desapercibida para los fieles y que él no trate de defender su posición como la única aceptable, como la única que interpreta el pensamiento de la Iglesia o de la Biblia, como nos lo quiso demostrar el jesuita marxista, a quien fustigamos en el libro "¡APÓSTATA!"


No dejan de advertir los padres sinodales los peligros internos que esta toma de posición en la política puede traer no sólo para los fieles, sino para la misma unión del clero. Por eso dicen: "El asumir actividades profanas por parte de sacerdotes no debe conducir a minimizar la situación de aquellos sacerdotes que perseveran en las actividades tradicionales". En la cual advertencia, encontramos ya una manifiesta división en el clero -, el clero político y el clero apolítico. El clero que traiciona su vocación y el que lucha por convertir en realidad sus compromisos con Dios y con la Iglesia.


Pregunto yo: ¿es posible armonizar, como desean los padres sinodales, el éxito político con la sinceridad y las exigencias evangélicas? La respuesta sería ciertamente negativa, si no estuviéramos dominados por la política comprometida de Paulo VI. Yo no puedo entender cómo ha sido posible que los obispos, olvidando sus estudios eclesiásticos, hayan podido y puedan aceptar esta teología disolvente.


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LA CORRESPONSABILIDAD


Otro punto capital se planteó en el sínodo, el de la corresponsabilidad en la acción pastoral. La palabra es progresista. El Cardenal Suenens, al querer compartir con el Papa el gobierno de la Iglesia Universal, nos habló de esta "corresponsabilidad", a la que quiso asociar no sólo a los obispos y sacerdotes, sino a los mismos laicos. Aquí se trata de la corresponsabilidad pastoral, no jurisdiccional. Se habla de las relaciones entre obispos y sacerdotes:

"Tiene una gran importancia - dice el documento que comentamos- poner en práctica el principio de subsidiaridad: a) Necesidad de confianza y amistad en las relaciones obispo-sacerdotes. ¿Qué dificultades tienen a este respecto? ¿Somos conscientes de que, incluso en las circunstancias más favorables, nuestra comunión recíproca es insuficiente y que es necesario promover una responsabilidad (corresponsabilidad) institucional? b) Vista la experiencia de los Consejos Presbiteriales, ¿cómo incrementarlos garantizando al mismo tiempo la participación de los sacerdotes en las decisiones y en la responsabilidad del obispo? c) ¿No se hace necesario - y con qué criterios- dividir las grandes diócesis, a fin de favorecer relaciones personales y amistosas entre obispos y sacerdotes? d) ¿Cómo promover de hecho las relaciones de los presbíteros con los obispos, las Conferencias Episcopales, el Colegio de los Obispos? y ¿qué criterios seguir para la integración de los religiosos en la planificación y realización de la pastoral, a nivel diocesano y nacional?"

"Se propone que este problema sea estudiado, durante estos días, por un Comité restringido, compuesto de miembros de la Congregación de los religiosos, de la Jerarquía, de los representantes de los sacerdotes y de los superiores de los religiosos y las religiosas. e) ¿Qué criterios adoptar para reconocer e integrar (o rechazar, si es necesario) las asociaciones de sacerdotes en la pastoral diocesana, nacional e internacional? f) la acción pastoral debe tomar los movimientos de una ordenada planificación, a la que deben cooperar obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Esta planificación requiere una revisión de las estructuras diocesanas: de la curia (que debe ser instrumento apostólico y no sólo administrativo), del Consejo Presbiterial y del Consejo Pastoral (en éste debe estar representado todo el pueblo de Dios, de suerte que los laicos sean partícipes de la planificación y de la ejecución de la actividad pastoral)".

La simple lectura de la cita hecha aquí de ese documento sobre la "corresponsabilidad" en la acción pastoral, nos hace ver que la idea de "democratizar" (como escribe el sacerdote español, apóstata de lo más peligroso, en su reciente libro "ANATOMÍA DEL ANTICRISTO") la vetusta estructuración de la Iglesia Católica, sigue flotando, como en los tiempos del Vaticano II, en la mente de los padres sinodales. "El cambio de estructuras" es la panacea insustituible, a juicio de nuestra actual jerarquía, para remediar todas las dolencias de esta humanidad agónica, que "bajo el peso del orgullo mismo, rueda al profundo abismo, acaso más enferma que culpable", como diría Núñez de Arce.

Las relaciones obispo-sacerdotales, por mucha amistad y confianza que adquieran, no pueden superar la relación autoridad-obediencia, superior-súbdito, que, por institución divina, ha de mediar entre el obispo y su clero. Es evidente que la armonía de estas relaciones puede romperse así por la falta de la debida obediencia, humildad y respeto del súbdito, como por el abuso del poder, por la incomprensión, por intrigas o por la política eclesiástica, que, cuando existe, es ciertamente peligrosa.


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Yo pienso que todas las medidas externas que se tomen, para crear esta armonía tan deseable, dentro de la debida sujeción, serán estériles, si no se fundan en la sinceridad, en la rectitud de espíritu, en la interior ley de la caridad y amor, que San Ignacio presuponía en sus hijos, para vivir en verdad el espíritu de su vocación. Esa que llaman "nuestra comunión", o sea, el trato filial de súbditos y superiores, no puede institucionalizarse, no puede imponerse por decretos o por leyes, sino por la verdad con que unos y otros procuren ajustar sus vidas a la Voluntad Santísima de Dios. Las Conferencias Episcopales, los Consejos Presbiteriales y todas esas nuevas instituciones sólo han servido para implantar ese cambio de estructuras, para crear la sensación de la inseguridad, y para facilitar la formación de camarillas, grupos de influencia, que rodean al prelado y le hacen tomar decisiones no siempre tan de acuerdo con la equidad y con la caridad. Y, a la larga, cuando las relaciones obispo-sacerdotes no se fundan en Dios, acaban por ocasionar a los mismos obispos graves conflictos; muchas veces los más favorecidos se convierten en los más agresivos enemigos.


Esa "corresponsabilidad", esa participación de los sacerdotes en las decisiones y en la responsabilidad personal del obispo, de que habla el documento que comentamos, me parece totalmente contraria a la tradicional obediencia, que en su ordenación juraron los presbíteros a su obispo y que, mientras no se opusiera a la ley de Dios, les obligaba siempre. Ni la responsabilidad, ni el legítimo gobierno del obispo puede compartirse con su clero.


Es muy loable y muy dentro del espíritu evangélico el que los obispos se interesen en verdad por el bienestar espiritual y aun material de sus sacerdotes. El obispo es o debe ser como el padre de los fieles, pero muy principalmente de sus sacerdotes, que son los que en verdad llevan el pondus diei et aestus, el peso del día y del calor: son los que se agotan en el rudo trabajo del ministerio, del que depende el fruto apetecido de la cosecha. Lo menos que un sacerdote puede pedir a su obispo es un poco de comprensión, de bondad, de aliento.


Para la eficiencia del trabajo apostólico lo primero que hace falta es el celo apostólico, el deseo de salvar almas, de dar a Dios la gloria que le es debida. Sin este espíritu interior, salen sobrando todas las planificaciones, así como las nuevas estructuras que hoy proponen los Consejos Presbiterial y Pastoral. Se han multiplicado las comisiones, los organismos, las juntas, las conferencias; pero la fe se está perdiendo; las costumbres se degeneran y la deseada paz se aleja cada día más de nosotros.


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LA ORDENACIÓN DE HOMBRES CASADOS


"Ordenación de hombres casados. Sobre este punto han surgido tres orientaciones: a) Si bien teológicamente es posible, la ordenación de hombres casados en las circunstancias actuales de la Iglesia latina, no es oportuna ni necesaria. Es necesario proceder, en primer lugar, a una redistribución del clero, a una experiencia razonable de la institución del diaconado y a una diversificación de los ministerios que permita aprovecharse de una más amplia y efectiva colaboración del laicado. b) La escasez de sacerdotes podría ser tal que hiciese considerar oportuna, bien actualmente, bien en el futuro, la ordenación de hombres casados en algunas comunidades de la Iglesia latina. Las Conferencias Episcopales podrían someter el problema al Sumo Pontífice, el cual, teniendo presente el bien de la comunidad misma y de toda la Iglesia, podría autorizar en algunos casos particulares la nueva forma de ministerio sacerdotal. c) La escasez de sacerdotes en algunas comunidades, además de otras consideraciones pastorales y teológicas, inducen a creer que las Conferencias Episcopales, de acuerdo con el Sumo Pontífice, podrán ser autorizadas a admitir al sacerdocio a hombres casados".


Según este testimonio, los pareceres de los padres sinodales sobre este tema tan espinoso y debatido se redujeron a tres: el primero, que fue el que parece fue definitivo, opinaba que en las actuales circunstancias no es oportuna ni necesaria la ordenación de hombres casados. En las circunstancias futuras, la cosa, tal vez, pueda cambiar. Por ahora, hay que intentar otros medios para suplir la escasez del clero. ¿Qué medios son éstos? Una redistribución del clero, la nueva y postconciliar institución de la ordenación al diaconado de hombres casados y, finalmente, la diversificación de los ministerios, hasta ahora propios del sacerdocio, para aprovechar la colaboración del laicado.


Estudiando la solución de esa opinión, debemos notar, como ya lo dijimos antes, que, en principio, la puerta quedó abierta para el futuro, cuando, a juicio de los siguientes sínodos, institucionalizados por el Motu propio de Paulo VI, piensen que las actuales circunstancias han ya cambiado. Entonces, podrá parecer a los futuros padres sinodales que la ordenación de hombres casados será oportuna y necesaria. Teológicamente, afirmaron los padres del último sínodo, esta ordenación es posible; no ofrece obstáculos intrínsecos; depende de su oportunidad o necesidad, a juicio de los futuros padres de los siguientes sínodos.


En otras palabras, hay que seguir preparando el ambiente; hay que seguir elaborando una argumentación más sólida, fundada en estadísticas; hay que hacer patente la inoperancia de los "operarios de tiempo completo". Hay que demostrar con la experiencia que la vocación al sacerdocio como obligación al celibato es, en el mundo moderno, un imposible, para que se acepte el dilema: o sacerdotes casados o se acaba el sacerdocio. Esta es una concepción naturalista de la gracia divina, que escoge y llama a los que quiere y cuando quiere, que no ha abandonado ni abandonará nunca a su Iglesia.


Los medio propuestos, para solucionar por ahora el problema de la escasez de vocaciones no tocan, como advertimos antes, el punto central del problema gravísimo: faltan vocaciones, porque muchos de los sacerdotes progresistas están perdiendo el espíritu sobrenatural de su vida consagrada al servicio de Dios y a la salvación y santificación de sus propias almas y de las almas de sus prójimos; faltan sacerdotes, porque, el activismo externo de la Iglesia postconciliar y los errores que por todas partes se difunden han eliminado las prácticas indispensables de la vida espiritual, sin las cuales, se impiden las divinas comunicaciones de Dios con las almas, los auxilios divinos, sin los que la perseverancia en la virtud verdadera es imposible; faltan vocaciones, porque en los seminarios, a ciencia y conciencia de los prelados, se están deformando y corrompiendo los ideales sublimes que el llamamiento verdadero de Dios lleva consigo; faltan vocaciones, porque la misma ciencia sagrada, que debería capacitar a los futuros sacerdotes, ha sido hoy sustituida por el estudio de Marx, de Lenin, de Teilhard de Chardin y de toda esa ingente literatura de los "expertos", los neomodernistas, los que hoy por hoy controlan la enseñanza de la mayoría de los seminarios y de las casas de formación religiosa.



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REDISTRIBUCIÓN DEL CLERO


Redistribución del clero. ¿Qué significa? ¿Significa, por ventura, el destituir de sus cargos a los que no aceptan los errores del progresismo dominante, que tiene en sus manos el poder? ¿Significa marginar a los que todavía siguen creyendo en el Concilio de Trento, en el Concilio Vaticano I, y en sus definiciones dogmáticas, irreformables, de fe divina o de fe católica? ¿Significa el poner los cargos más importantes en los que se han doblegado a las consignas de la subversión y de la "mafia"? Redistribución del clero significa el hacer a un lado a los sacerdotes nacionales para traer un clero extranjero, que, por el hecho de ser extranjero, puede con más libertad, en nombre del Vaticano II y de los últimos Papas, desarraigar la fe tradicional, para imponernos el "cambio de mentalidad", que exige la "reforma" del último Concilio? En América Latina tenemos ya una experiencia dolorosa, en Chile, en Bolivia, en Perú y en nuestro mismo México. Mejor que no vengan, si no vienen a predicarnos el mismo Evangelio, si vienen a desarrollar la subversión, si vienen a destruir la obra grandiosa que hicieron España y sus santos y heroicos misioneros -la que nos hizo un pueblo católico, la que nos hizo un pueblo libre, la que forjó la patria mexicana, a la luz esplendorosa del Evangelio eterno.


No soy de los que piensan que el clero extranjero no debe ser recibido en nuestra patria. Si vienen en calidad de misioneros, no de reformadores; si vienen a sacrificar su vida en la enseñanza de la doctrina inmutable de Jesucristo, si vienen a buscar la verdadera redención de los indios, si vienen a construir, en los moldes de la Iglesia de siempre, un México mejor, más creyente, más moral, más hermanado, sean bienvenidos, los esperamos con los brazos abiertos, porque vendrán a continuar la obra de los antiguos misioneros, de aquellos hombres admirables que, sin políticas indebidas, con desinterés absoluto, sin pretender desviar nuestra fe católica, nos incorporaron a la civilización cristiana de Occidente. No queremos más Ertze Garamendis, ni Mateos, ni Monges, ni esos Lemerciers o Illichs, que han querido sembrar la subversión, el desquiciamiento, la ruptura con nuestras más hondas y arraigadas convicciones católicas, que forman las esencias de nuestra nacionalidad.


CONTINUARÁ... (pág. 50)
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