DESOLACIÓN EN EL LUGAR SANTO, por Gloria Riestra.

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La Comisión «Ecclesia Dei»


La Comisión «Ecclesia Dei» fue fundada por Juan Pablo II después de emitido el «Motu Proprio» para facilitar no sólo el retorno de los miembros de la Sociedad de San Pío X a la Iglesia, sino también la celebración de la Misa en latín a los sacerdotes y fieles que independientemente lo solicitaran; el indulto concede a los obispos diocesanos la facultad de otorgar el permiso para dichas celebraciones. Las condiciones generales para esta concesión deben ser:

-La celebración de la Misa debe tener lugar exclusivamente para el beneficio de aquellos que la han solicitado...

-Debe tener lugar en un templo u oratorio designado por el Obispo diocesano pero no en Iglesias Parroquiales-salvo en circunstancias especiales aprobadas-.

-La celebración debe hacerse siguiendo el Misal Romano de 1962 y únicamente en latín. «En la celebración no debe mezclarse ritos o textos de ambos Misales» -o sea con el de 1969- (tantas precauciones para celebrar un ritual que no es el Tridentino).


La Comisión no tuvo éxito durante los primeros años pero se fortaleció favoreciendo la Fraternidad San Pedro; ésta fue fundada por el clero que abandonó la Sociedad de San Pío X, con la aprobación de Juan Pablo II, con el objeto de que los miembros de la Fraternidad que quisieran, después de las consagraciones de obispos por parte de Monseñor Lefebvre, seguir perteneciendo a la Iglesia (postconciliar) pudieran continuar con la Misa Latina de 1962; la Fraternidad recibiría también a otros Sacerdotes de fuera. Algunos sacerdotes de la Fraternidad San Pedro han sido ordenados por Juan Pablo II.


En un principio el obispo diocesano que hacía concesiones según el indulto a sacerdotes y fieles para la celebración de la Misa en latín, debía notificar sobre las mismas a la Comisión «Ecclesia Dei» en Roma, pero posteriormente se ampliaron las condiciones en torno al uso del indulto; los sacerdotes y fieles deberían enviar copia de su solicitud hecha al obispo para la celebración de la Misa directamente a Roma.


Las solicitudes para el uso del indulto se han extendido por todo el mundo católico, accediendo numerosos obispos a su aplicación. Particularmente en Europa y Estados Unidos ha tenido éxito; hasta 1994 -última estadística que conocemos- sólo en Estados Unidos existían 174 sitios donde sacerdotes de la Fraternidad San Pedro o independientemente de ella adheridos a «Ecclesia Dei» donde era celebrada la Misa de Juan XXIII de 1962. De esta manera se mantienen satisfechos los deseos de los católicos que desean tener la Misa en latín continuando adheridos a Roma, manteniéndolos alejados de la celebración de la Misa de Trento.


A CONTINUACIÓN... Las concesiones de Juan Pablo II a la Tradición
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Las concesiones de Juan Pablo II a la Tradición


En los últimos tiempos Juan Pablo II ha estado dando muestras de un supuesto retorno a la Tradición. El 25 de marzo (2004) ha emitido la Encíclica «Ecclesia de Eucharistia» a la cual ha correspondido la instrucción «Redemptionis Sacramentum» -29 de marzo del mismo año-; en este último se dictan normas para corregir los abusos particularmente cometidos durante la celebración eucarística mencionados por Juan Pablo II. En su carta manifiesta él mismo entre otras cuestiones que: «Desea volver a despertar el asombro Eucarístico... Que hay ciertos abusos que contribuyen a obscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable sacramento... De que se percibe a veces una comprensión muy limitada del misterio Eucarístico que privado de su valor sacrificial se vive como si no tuviera otro significado o valor que el de un encuentro convival fraterno... Que queda a veces obscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial que se funda en la sucesión apostólica...Que hay sitios donde se constata un abandono del culto de adoración Eucarística...»


Aquí hay que hacer notar -recordando páginas anteriores-, acerca de la contrarreforma de Juan Pablo II, que todos los errores doctrinales y disciplinares sobre el Santo Sacramento de la Eucaristía están resumidos en el Nuevo Ordo de la Misa de Paulo VI impuesto al mundo católico, sobre cuyo sentido se ha desarrollado el caos litúrgico desde hace cerca de cuarenta años. Juan Pablo II no está sino llevando a cabo una farsa. Si éste quisiera realmente volver a la recta doctrina y disciplina católica sobre el Santo Sacrificio, tendría que derogar el Nuevo Ordo en su totalidad, surgiendo en la Nueva Iglesia la problemática «de una autoridad contra la autoridad». Después de tanto tiempo, cuando toda una generación ha sido educada en un nuevo sentido de la fe, es imposible que se dé marcha atrás; eso constituiría la abolición de la nueva Iglesia llevada a cabo por ella misma.


Está de más hacer cualquier otra observación cuando Juan Pablo II reitera en su misma carta su adhesión a la herejía de Teilhard de Chardin, lo que por sí solo bastaría para conocer el espíritu que informa -valga la redundancia- su reforma. He aquí lo que expresa: «Los variados escenarios de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y por así decir cósmico. ¡Sí,cósmico! porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra siempre en cierto sentido, sobre el altar del mundo (Aparece subrayado en la edición L'Osservatore de 18 de abril de 2003). Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza a Aquel que lo hizo de la nada. De este modo, el Sumo y Eterno Sacerdote entrando en el Santuario eterno, mediante la Sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida». He aquí repetida la doctrina herética de la salvación universal incondicional.


A CONTINUACIÓN... Un Tridentinismo de conveniencia
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Un Tridentinismo de conveniencia


Irónicamente Juan Pablo II -sin duda para impresionar a los católicos tridentinos-, hace en su Carta memoria y dedica elogiosas palabras al Concilio de Trento: «Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Santo Sacrificio de la Misa promulgado por el Concilio de Trento. Aquellas páginas han inspirado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son puntos de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía»... «Se recuerda la doctrina siempre válida del Concilio de Trento sobre la transubstanciación». La referencia al Concilio parece ser en los últimos tiempos una pauta a seguir por los reformadores de la reforma. Las lamentaciones de Juan Pablo II no son propiamente suyas ni novedosas; anteriormente hemos citado algo acerca del Sínodo de Obispos en 1985 convocado por él para revisar el período postconciliar; fueron invitados representantes de las iglesias anglicanas, luteranas, episcopal, waldesiana y metodista, para hacerlo más ecuménico.


En este Sínodo que puede ser titulado «Sínodo de las lamentaciones», volvió a hacerse referencia al Concilio de Trento. En él diversos expositores pusieron en evidencia el desastre en que ha caído la Iglesia del Vaticano II, habiendo tomado particularmente la palabra el Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien después de enumerar las desgracias, como «la falta de vocaciones sacerdotales, la deserción continua de sacerdotes, la pérdida por parte de los fieles de todo sentido auténtico de la Iglesia como realidad sobrehumana, el deterioro del principio de obediencia y la pérdida de una visión sacramental y jerárquica de la Iglesia, la propagación de dudas en torno a la doctrina, en especial sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el descenso en la asistencia de fieles a la misa, los cambios tumultuosos en el pensamiento moral y en la sociedad misma», afirmó «que había sido un serio error suprimir el catecismo de Trento y declararlo obsoleto...». ¿Cabe mayor cinismo? (un resumen detallado de lo acontecido en dicho Sínodo se encuentra en la obra, Su Santidad, biografía de Juan Pablo II por Carl Bernstein y Marco Politi).


Aquí cabe hacer unas conjeturas acerca de la intención de los tridentinos reformadores. Evidentemente no se trata de una conversión o retorno a la Iglesia Católica por parte de Juan Pablo II y sus auxiliares; si así fuera, en vez de perderse en inútiles disquisiciones confesarían y se arrepentirían ante el mundo de haber profesado todas y cada una de las herejías enseñadas en el Concilio Vaticano II, y lógicamente abandonarían la Iglesia conciliar renunciando a sus sedes y cargos dentro de ella, ateniéndose a la vacancia ipso facto por herejía de que habla el Canon número 188 del Derecho Canónico. Esto sería lo lógico y congruente y no la búsqueda de paliativos a la enorme llaga abierta en el catolicismo por el mencionado Concilio; es preciso pensar en otro motivo, y tal vez sea éste el más seguro: se les está cayendo la Iglesia «escaparate» de la masonería que desde hace siglos la secta pretendía tener y al fin había conseguido, y necesitan ahora reforzarlo a fin de no perder tan importante escenario de la Gran Sinarquía. Para esto les es preciso ofrecer algunas novedades a los católicos, ya sea a los que están con ellos y quieren detener, ya a los que permanecen afuera y desean atraer. Esta novedad puede ser la oferta de un tridentinismo de estrategia haciendo concesiones vistosas a la Tradición.


Un gran número de católicos está descontento con lo que sucede en la iglesia postconciliar aun perteneciendo a ella; un número creciente la abandona cada día más, a los que es preciso detener. Están, por otra parte, los millares de tradicionalistas que persisten en situación de completa indefinición; y como un aguijón para sus propósitos está el reducto de los católicos tradicionalistas totalmente rebeldes a la integración, los «sede vacantistas». Los sacerdotes de «Ecclesia Dei» y la Fraternidad de San Pedro han recibido un renovado ímpetu últimamente para llevar a cabo la tarea de la «tridentización» en la Nueva Iglesia.


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Que la Misa de Trento nunca ha sido prohibida


El 24 de mayo de 2003 fue celebrada en Roma en la Basílica de Santa María la Mayor -significativamente donde descansan los restos de San Pío V- una misa que se dijo ser celebrada según el rito de San Pío V, en latín y de espaldas al pueblo. Fue el celebrante el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Congregación Vaticana para el Clero y Presidente de la Comisión Pontificia «Ecclesia Dei». La celebración contó con la asistencia de cinco cardenales procedentes de Estados Unidos, América Latina, España, Austria y la India, algunos de ellos eméritos de importantes Congregaciones de la Curia Romana. Las fuentes noticiosas consignan que entre los asistentes había grupos tradicionalistas de Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania, Suiza, Italia y Australia. Desde luego la celebración fue hecha según el Misal Romano de Juan XXIII de 1962. Según declaraciones hechas a los medios por los tradicionalistas asistentes, «la celebración en este rito constituía un gesto que podría significar que el Vaticano oye nuestras peticiones», lo cual manifestaron -se dice- con gran emoción, sonrisas y lágrimas (Zenit, del 25 de mayo del 2003). Actualmente existen en la iglesia conciliar veinte instituciones que se atienen al misal de Juan XXIII de 1962, atendidas principalmente por la Comisión «Ecclesia Dei» y la Fraternidad de San Pedro.


Ahora bien, lo que es importante señalar aquí es la manera sinuosa como se ha venido presentando a los católicos desinformados y a la opinión pública la cuestión de la Misa. Existen actualmente tres misales a los cuales hacer referencia: uno, el Misal Romano de San Pío V (1570); otro, el misal reformado bajo Juan XXIII de 1962, y el Misal del Nuevo Ordo de Paulo VI de 1969. Estos dos últimos compiten entre sí, gracias a lo que llama Juan Pablo II «unidad en la diversidad» que no debe desunir.


Como hemos visto, el Misal de San Pío V jamás ha sido mencionado en la Nueva Iglesia. Del editado en 1962 se dice que es la Misa antigua, «la anterior al Vaticano II», siendo que nació en pleno concilio. El de 1969 fue el definitivo promulgado por Paulo VI. Del rito de 1962 se ha querido dar a entender que se trata del Misal Romano Preconciliar o Tridentino, siendo que se trata de un nuevo rito con cambio de rúbricas, supresiones y adiciones por lo que constituye un rito distinto. ¿Por qué, si afirman ser el de 1962 el antiguo misal, jamás hemos oído decir claramente que se trata del Misal Romano de San Pío V de 1570? La verdad es que ni siquiera como un rito más entre la diversidad aceptada aparece este Misal de San Pío V; al decir esto no estamos lamentando la falta de tal inclusión, que si llegara a tener lugar como estrategia, ello significaría una contradicción inadmisible e inconveniente para los conciliares, una ignominia y humillación para la Misa Católica, y un diabólico truco para atraer la atención de los católicos.


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Un Papa que no sabe lo que pasa en su Iglesia


Respecto al Misal Romano de San Pío V, Juan Pablo II ha declarado no saber «si había sido o no abrogado». He aquí un Papa que ignora lo que pasa en su Iglesia. El Cardenal Alfonso María Stickler reveló a los medios con motivo de la celebración el 24 de mayo de 2003 en Roma que Juan Pablo II había nombrado una comisión secreta en 1984, encargada de examinar si el antiguo Misal Romano preconciliar -de San Pío V- había sido oficialmente abrogado. Los cardenales miembros de la comisión -el propio Stickler entre ellos- concluyeron que no, nunca había sido abrogado.


A nuestro ver, la cuestión de la derogación es fácil de entender para cualquier lego en lamateria, tal como se da entender. Además de la evidencia de que jamás es mencionado el Misal de San Pío V, es posible afirmar que éste sí ha sido derogado, según se deduce de la Constitución Apostólica Missale Romanum de Paulo VI de 1969. Después de hacer encendidos elogios del Misal de San Pío V, Paulo VI impone el suyo con fuerza de ley. Dice: «ahora y en el futuro, no obstante, si fuere el caso, las Constituciones y Ordenaciones Apostólicas emanadas por Nuestros Predecesores o cualquier otra prescripción, incluso digna de especial mención y con poder de derogar la ley». La Constitución entró en vigor con toda su fuerza de ley el 30 de noviembre de 1969. Dejamos a la consideración del lector si la promulgación de Juan XXIII no constituye la abrogación de la Bula «Quo Primum Tempore» del Romano Pontífice San Pío V.


Acerca de aquello de que la Misa de Trento nunca estuvo prohibida, debemos recordar que la primera ruptura importante y pública de una gran masa de católicos con la Iglesia del Vaticano II se debió a la prohibición de la celebración de la Misa de Trento en los templos. Principalmente podemos recordar que la notificación aparecida después de promulgado el Nuevo Ordo establecía «que los sacerdotes que por enfermedad o especiales dificultades no pudieran adaptarse al Nuevo Ordo, deberían celebrar la Misa de Paulo VI promulgada en 1962, pero absolutamente en privado, sin pueblo», lo que provocó que millares de sacerdotes no sólo por ancianidad o enfermedad, sino por no contradecir su convicción de fe ni violar sus juramentos sacerdotales, terminaran despedidos de sus parroquias, depuestos de sus cargos y corridos de sus cátedras, siendo condenados al desprestigio, al ostracismo, y la miseria, excomulgados, muchos por levantar públicamente su voz en defensa de la Misa Católica.


Testigos como hemos sido, enterados desde un principio a partir del Vaticano II de los sucesos que se siguieron a la promulgación del rito de PauloVI, podemos recordar que grandes grupos organizados de católicos se dirigieron a Paulo VI con públicas peticiones de que se permitiera la celebración de la Misa de Trento al par del Nuevo ritual. Recordamos entre otros «Una Voce» de Italia. Un grupo de católicos italianos se había dedicado a recolectar firmas para un documento petitorio al respecto, y Radio Vaticano les advertía al mismo tiempo: «Si quieren desobedecer al Papa, firmen». La misma petición hicieron grupos tradicionalistas de Francia, Suiza, Alemania, sobresaliendo un documento firmado por más de seis mil sacerdotes españoles suplicando el permiso para celebrar la Misa de San Pío V, sin ningún resultado. Es de público conocimiento el caso del Señor Arzobispo Marcel Lefebvre; éste pidió al Vaticano «que le permitieran hacer junto con sus sacerdotes el experimento de la Tradición»,y el resultado que obtuvo fue primero la suspensión, y después la excomunión.


En México hubo el caso de las excomuniones de los sacerdotes Joaquín Sáenz y Arriaga y Moisés Carmona Rivera.


Constituye una enorme e increíble contradicción afirmar que la Misa de San Pío V no ha sido derogada, y que nunca ha sido prohibida.


«El antiguo rito Romano conserva el derecho de ciudadanía dentro de la Iglesia, y no se puede considerar extinguido», afirmó el Cardenal Castrillón en el sermón durante la Misa en Roma; «ciudadanía» o sea que la Misa de Trento puede serconsiderada democráticamente como una ciudadana más entre los ritos, cristianos, cristiano católico, y paganos adaptados, que se celebran en la babel litúrgica de la Iglesia conciliar. Mas si pretendieran, como hemos anotado antes, celebrar la Misa de Trento en los Templos, esto constituiría una profanación de la Misa, una humillación intolerable de la misma, tomado como instrumento para conservar a los católicos en la complicidad con la herejía del Vaticano II. No podemos imaginar la Misa católica mediante un indulto; se indulta a los delincuentes condonándoles la pena o parte de ella. La Misa Católica no puede tener permiso, tiene todo el derecho; debe ser celebrada sólo en el seno de la Iglesia Católica y no en el de la Iglesia herética del Vaticano II.


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Juan Pablo II elogia ahora el arte que su Iglesia destruyó


Después de la terrible devastación que ha tenido lugar en la Iglesia durante los últimos cuarenta años, a causa de la reforma litúrgica que incluye la libertad de adaptación a las costumbres y genios de los pueblos, Juan Pablo II elogia irónicamente el arte religioso desarrollado a través de los siglos en torno al Sacramento de la Eucaristía. Así dice en su última encíclica: «...La fe de la Iglesia en el Misterio Eucarístico se ha expresado en la historia no solamente mediante laexigencia de una actitud interior de devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas (aparece subrayado en el texto) orientadas a evocar y subrayarla magnitud del acontecimiento que se celebra. ...sobre esta base se ha ido creando un rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música,dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía directa o indirectamente un motivo de gran inspiración».


Mencionando los diversos estilos de los templos católicos, se refiere a «las formas de los altares y tabernáculos que se han desarrollado dentro de los espacios de las sedes litúrgicas, siguiendo en cada paso no sólo el motivo de inspiración estética, sino también las exigencias de una precisa comprensión del misterio...». Además se refiere a la música sacra: «Lo mismo se puede decir de la música sacra, para lo que basta pensar en las inspiradas melodías gregorianas y en los numerosos y a menudo insignes autores que se han afirmado con los textos litúrgicos de la Santa Misa». Por último, hace notar «la enorme cantidad de producciones artísticas, desde lo realizado por una buena artesanía hasta verdaderas obras de arte, en el sector de los objetos y ornamentos utilizados para la celebración eucarística». En resumen, ampliamente se explaya reconociendo que, «La Eucaristía ha tenido una fuerte incidencia en la cultura especialmente en el ámbito estético».


He aquí otra evidente contradicción. Podemos afirmar que tal vez no existe un solo católico en el mundo que no haya sido espectador de la destrucción vandálica de todas las formas del arte sacro, durante los últimos cuarenta años. A varios aspectos de esta destrucción nos hemos referido en anteriores páginas, y hay que hacer notar al respecto, que esta destrucción ha tenido lugar pese a las públicas protestas de los católicos, de las comisiones de arte profanas, en todos los países católicos y por todos los medios, sin que de nada hayan valido.


Citamos por lo menos dos testimonios al respecto de lo sucedido en Italia y en Francia a la puesta en marcha de la reforma litúrgica. El escritor católico Tito Casini manifiesta en su obra «La Túnica rasgada»: «es vergonzosa la destrucción del arte sagrado, destrucción que sin cesar -con mayor o menor intensidad, según las regiones y diócesis se ha estado realizando a la vista de todos-. Hermosos candeleros, expuestos como gangas comerciales en las tiendas de antigüedades...Confesionarios destruidos o convertidos en libreros o guardarropas; los mismos altares, con sus hermosas ornamentaciones de mármol y mosaicos, con sus frisos sorprendentes, pueden ahora encontrarse en los salones de recepción de los hoteles, en las casas de veraneo de personas adineradas, y hasta en los mostradores de los bares... los ornamentos sacerdotales, que las limosnas y la devoción de nuestros antepasados con la austeridad y sacrificios de su vida ordinaria, habían hermosamente elaborado para el honor y culto de Dios, han sido desplazados y convertidos en tapices de muebles o cubiertas de divanes o cojines. Y todavía peor; preciosos relicarios los vemos ahora colocados entre los floreros y las botellas de licor... Las Custodias de oro y plata, en que se exponía el Santísimo Sacramento, usadas como cajas de reloj o barómetro. Aun los vasos sagrados no han sido perdonados y son utilizados como pedestales de lámparas y de estatuas profanas, en los tocadores de las damas elegantes, en donde también se ven, sobre las cubiertas, ceniceros hechos de patenas, en las que la señal de la Cruz aparece, cuando no está cubierta por las cenizas o los cigarrillos»...


Y el escritor añade citando a Christoper Sykes: «Está fuera de toda duda que los siglos que produjeron el mayor arte en Europa, hicieron también accesible por un arte la liturgia. ¿Es ahora accesible ese arte? Todo lo contrario...» (Casini, La Túnica Rasgada, págs. 24, 25).


De Francia ha quedado el testimonio de «Informaciones Católicas Internacionales» (abril de 1965): «Desde hace un mes se exhiben en venta en París 800 obras maestras de las iglesias de Francia, como estatuas, relicarios, tapices, diversos objetos de culto, creados entre los siglos VI y XIX. Lo expuesto forma un conjunto tan apasionante, que produce vértigo. Inmediatamente la prensa lanzó un grito: ¡Cuidado con los vándalos! Todavía quedan unas cinco mil obras maestras del pasado en nuestras iglesias, ¿cuál será su suerte? Los críticos de arte han hecho la lista de sus motivos de alarma: por todas partes hay sacerdotes que liquidan las reservas de la antigüedad. Sin miramientos hacia lo que constituye un patrimonio común, se deshacen, a veces por nada o por unos centavos, de grandes obras de arte en manos de maliciosos anticuarios. Nos estamos entregando a "modernizaciones" desaforadas... Se embadurna, se derrumba, se desmonta. Es un flagelo que causa una devastación feroz... y se alega que en las costumbres de los bárbaros de Atila tiene como justificación la renovación litúrgica...».


Consideramos un sarcasmo intolerable que Juan Pablo II se refiera elogiosamente al arte sagrado ancestral de la Iglesia. Para terminar, ¿cómo es posible que elogie la forma de los tabernáculos y altares antiguos cuando han sido derrumbados todos éstos para ser suplantados por una antiestética mesa y una caja fuerte empotrada en la pared para lo que llaman reserva Eucarística?... Queda a la inteligencia de cada quien comprender.


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¿Ha sido derrotada la Iglesia?


Es la pregunta que se hace el mundo ante el espectáculo negativo que ofrece lo que piensa que es la Iglesia Católica. Espectáculo que ciertamente ha confundido a la opinión pública. Es fácil comprobar cómo la Iglesia aparece como derrotada,contradictoria en sí misma, como expresa al respecto el escritor John Eppstein en su obra titulada «¿La Iglesia Católica se ha vuelto loca?». Eppstein se había convertido al catolicismo muchos años antes del Concilio Vaticano II, habiendo quedado posteriormente decepcionado, así pues, el interrogante se impone y pide respuesta; una explicación ante lo que aparece como decadencia visible de la Iglesia ante el mundo, respecto a sus instituciones, a la influencia de su doctrina en la sociedad, al indiferentismo y patente división entre los católicos. Nosotros mismos, los católicos, reconocemos la ruina: las Sedes Sagradas vacantes por herejía o usurpación; nuestros templos vaciados, profanados y desolados sin el Santo Sacrificio; la gran masa indefensa entregada sin saber al adoctrinamiento herético de la Nueva Iglesia. Mas, a pesar de todo esto, afirmamos: la Iglesia no ha sido derrotada. Quienes han sido derrotados son los hombres de la Iglesia de ayer y de hoy que manifiestamentese han adherido a la herejía y callado ante la usurpación; son éstos quienes cargan con su propia derrota y la culpabilidad del eclipse de la Iglesia.


Es necesario esclarecer esta cuestión. Ni la existencia de la Iglesia ni su efectividad sobrenatural dependen de su visibilidad o apariencia exitosa ante el mundo. La Iglesia constituye una realidad sobrenatural que está por encima de los condicionamientos humanos, y se sitúa más allá de toda medida de tiempo y limitación de espacio. Instituida para los hombres y realizada a través de ellos, está más arriba que ellos. Se trata de un reino espiritual; la Iglesia abarca a la vez la tierra y el cielo, y la mayor parte de la Iglesia está constituida por la Iglesia celeste donde radica el incontable número de sus miembros bienaventurados; ¿y quién derrotará a la Jerusalén Celeste? En cuanto a los confines de la Iglesia terrestre, sólo Dios puede conocer hasta dónde abarca, y quiénes actualmente están perteneciendo a ella dentro de las condiciones que pide el Cuerpo Místico; cuántos son los que diariamente mueren salvados, y cuántos los que triunfan en los combates por la gracia; la Iglesia triunfa a la vez que milita, en el mundo invisible de lo sobrenatural,y es imposible a los ojos humanos conocer las dimensiones del reino, porque al fin y al cabo cada alma es un secreto de Dios.


La Iglesia es un don gratuito de amor hecho por el Padre al mundo a través de su Verbo Encarnado, pero este don tiene que ser libremente aceptado para dar frutos visibles, según lo manifiesta el mismo Cristo refiriéndose a Sí mismo: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (San Juan, III-10). El rechazo del Verbo Encarnado y de su Iglesia que es su obra por parte del mundo no mengua el don del Padre. Por otra parte, no está el mundo para juzgar a la Iglesia, sino la Iglesia para juzgar al mundo; ya que, como lo manifiesta el Señor enseguida en este Evangelio: «El que no cree, ya está juzgado, y el juicio consiste en que vino la Luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz» (San Juan III, 19 y sigs.)


Y al fin de todo, la conclusión es ésta: ¿Creemos en la Divinidad de Cristo?, ¿creemos en la perennidad de su Iglesia?, ¿creemos que Él es su único y mejor garante?; ¿quién es el de mayor interés en ella? De no creerlo así, estaríamos renegando de nuestra fe, ¿pues no nació la Iglesia clavada en Sus Manos, y no elevó Él mismo para ella, un trono en su Cruz? ¿Cómo podemos, pues, desalentarnos? Después de todo, a pesar de las sombras del presente, ni un solo día ha dejado de ofrecerse el Santo Sacrificio sobre la tierra.


FIN
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