CAPITULO X - JUAN B. MONTINI Y SU PROGRAMA SOCIO-ECONÓMICO Y SOCIO-POLÍTICO
Vamos a entrar a fondo; vamos a descubrir los motores secretos de la política revolucionaria del Papa Montini,
en quien recae la tremenda responsabilidad de la autodemolición de la Iglesia. Nadie hubiera podido llevar a cabo esta empresa inaudita, si el Pontífice hubiera cumplido su deber, si "el Santo Oficio no hubiera cambiado de nombre y de funciones", si hubiera seguido ladrando y aún mordiendo cuando era necesario, si a la herejía se la hubiera seguido llamando herejía, si las censuras se hubieran fulminado contra esos cancilleres que reservadamente aconsejan y facultan a nombre de su Eminencia las más procaces profanaciones de los
templos, si, en una palabra, no hubiera cundido la subversión a nombre del Vaticano II y del espíritu
postconciliar. No con discursos piadosos dichos desde su balcón o en la nueva sala de audiencias, ricamente
construida, sino con Encíclicas definitivas y con penas canónicas se detiene el avance de la subversión. Sobre todo, cuando han sido los dos últimos Pontífices y sus Encíclicas y su Pastoral Concilio los que, sin duda
alguna, abrieron las compuertas a las aguas impetuosas, que el Magisterio de la Iglesia había estado
reprimiendo, a pesar de las secretas garantías que a los reformistas daba la carta paternal del entonces Superior
de los Jesuitas P. Juan B. Janssens.
La elección del Patriarca de Venecia, Roncalli, como sucesor de Pío XII llenó de sorpresa al mundo entero. Un viejo de cerca de ochenta años, un canceroso, un hombre de no mucha ciencia, un político complaciente, que autorizaba simulación de bautismos para salvar caritativamente a los judíos, perseguidos por Hitler, un amigo
de los grandes luminares del gran Oriente de la masonería francesa, iba a ocupar el trono, después de aquel
Papa rectilíneo, de aquel santo y aquel sabio que era Pío XII, quien con su rectitud asombrosa, con su santidad inconfundible y con su ciencia vasta, profunda, luminosa, había llevado a las conciencias la paz y la esperanza, después de la
segunda y sangrienta guerra mundial.
En cuatro años de gobierno y a pesar de su creciente enfermedad, el Papa bueno tuvo tiempo sobrado para
escribir dos encíclicas, que hicieron estremecer al mundo, y convocar, con inspiración divina, según dijo, un
"Concilio", que sacudió, en su mismo fundamento, el dos veces milenario edificio de la Iglesia de Cristo.
CONTINUARÁ...
"La elección del Patriarca de Venecia, Roncalli, como sucesor de Pío XII llenó de sorpresa al mundo entero. Un viejo de cerca de ochenta años, un canceroso, un hombre de no mucha ciencia, un político complaciente, que autorizaba simulación de bautismos para salvar caritativamente a los judíos, perseguidos por Hitler, un amigo
de los grandes luminares del gran Oriente de la masonería francesa, iba a ocupar el trono, después de aquel
Papa rectilíneo, de aquel santo y aquel sabio que era Pío XII, quien con su rectitud asombrosa, con su santidad inconfundible y con su ciencia vasta, profunda, luminosa, había llevado a las conciencias la paz y la esperanza, después de la
segunda y sangrienta guerra mundial".