DESOLACIÓN EN EL LUGAR SANTO, por Gloria Riestra.

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DESOLACIÓN EN EL LUGAR SANTO, por Gloria Riestra.

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DESOLACIÓN EN EL LUGAR SANTO, por Gloria Riestra.


No ha existido en la historia del mundo fenómeno religioso más significativo, ni que afecte tanto negativamente a una civilización, que el suscitado actualmente en la Iglesia Católica, por la imposición en su seno de una filosofía – que no llega a doctrina por su complejidad- totalmente extraña y contraria a la milenaria institución.

No se trata aquí de un cisma entre católicos; se trata de la bárbara invasión judeo-masónica, secta que desde hace siglos habia programado la destrucción de ésta a través de la infiltración, cuyos resultados comprueban hoy propios y extraños.

Lo peor de todo es que todas las sedes de la Iglesia están siendo hoy usurpadas, ya sea por sujetos miembros de la conspiración, o por otros ignominiosamente complacientes con ésta. Pero lo más grave consiste en la ocupación arbitraria de la Sede Romana, desde la cual descienden las enseñanzas y las consignas que, en la ignorancia de la situación, mantienen colaborando con la Gran Sinarquía a las multitudes católicas, esto además con grave daño propio.

Alzar la voz en señal de protesta y de advertencia es lo menos que podemos hacer hoy los católicos, reafirmando ante el mundo, a pesar de todo, nuestra fe en la perennidad de la divina Institución.

Atentamente,

La Autora.
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Gloria Riestra de Wolff, amiga y colaboradora del Rev. P. Joaquín Sáenz y Arriaga. La señorita Riestra es Secretaria General y Comisionada de Prensa de la UNIÓN CATÓLICA TRENTO de México.
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Desolación en el lugar Santo

Apuntes esenciales sobre la cuestión actual de la nueva misa

por Gloria Riestra




«La misa es una cena. La misa es una asamblea. La misa es un memorial» (Definición de la Misa en el Nuevo Ordo de Paulo VI)


Introducción

Ante los problemas surgidos de la existencia de dos ritos o formas de celebrar la Misa que existen actualmente en la Iglesia, la Misa Católica del Concilio Dogmático de Trento y el rito experimental-evolutivo o Misa de Paulo VI, surgido del Concilio Vaticano II, se impone una breve exposición de cuestiones fundamentales al alcance de todos los católicos y otros lectores interesados en el tema.

Lo que ante todo hay que exponer es la clase de Concilios de donde emergen los dos ritos, uno, un Concilio Dogmático, el de Trento, celebrado en los años de 1545 a 1565, bajo los Papas Paulo III, Julio III y Pío IV; el otro un Concilio Pastoral del Vaticano II iniciado por Juan XXIII en 1962 y culminado por Paulo VI en 1965. El primero del cual emanan definiciones irreformables que son continuación y reafirmación de doctrinas seculares de la Iglesia; el segundo que comprobadamente se opone a las doctrinas dogmáticas del primero, tanto en la documentación expresa emitida (del Vaticano II) como en lo concerniente a las reformas posteriores del culto y la disciplina.



Explicitación de los Concilios de la Iglesia Católica

Hay que recordar ante todo en qué consiste un Concilio. Este es la reunión plenaria de todos los Obispos del mundo y Abades (presentes y por delegación) presidida por el Romano Pontífice para tratar asuntos relacionados con la fe y costumbres según la doctrina de la Iglesia, u otras cuestiones. Un Concilio Dogmático es aquél donde precisamente se definen verdades de fe, o se renueva la fe de la Iglesia de dichas verdades. En cuanto al dogma, es una verdad revelada por Dios propuesta a la fe de los fieles por el Magisterio infalible del Papa quien define y confirma las decisiones de los padres conciliares. Las definiciones de los Concilios Dogmáticos no pueden ser jamás reformadas ni abrogadas por su misma naturaleza, o sea en cuanto a divinamente reveladas.

La perpetuidad de los Cánones dogmáticos se sustenta en la infalibilidad del Romano Pontífice. La infalibilidad que significa que el Papa no puede errar se funda en la asistencia del Espíritu Santo prometida por Cristo a Pedro y sus sucesores cuando le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella... a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo» (San Lucas 22, 31-32).

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"La perpetuidad de los Cánones dogmáticos se sustenta en la infalibilidad del Romano Pontífice. La infalibilidad que significa que el Papa no puede errar se funda en la asistencia del Espíritu Santo prometida por Cristo a Pedro y sus sucesores cuando le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella... a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo» (San Lucas 22, 31-32).
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Esta infalibilidad tiene condiciones. El Papa es infalible: 1. Cuando al hablar lo hace en su calidad de Pastor y Maestro Universal de la Iglesia, 2. Que manifiesta voluntad de dirigirse a la Iglesia Universal y no sólo a un grupo particular, 3. Que defina sobre una verdad revelada tratándose de fe o costumbre, lo cual significa afirmar que dicha verdad está contenida en el depósito de la divina revelación, o sea, que la podemos encontrar expresamente manifiesta en una de las dos fuentes de la revelación que son la Sagrada Escritura y la tradición. Si no habla bajo estas estrictas condiciones, el Papa puede errar hablando como Doctor privado, o sea, no hablando ex cathedra. Así pues, la infalibilidad no constituye una divinización de su persona; es un atributo divino que precisa de condiciones especiales para ser ejercitado; el Papa puede errar inclusive enseñando la herejía en sus sermones privados, en sus audiencias públicas en sus documentos a grupos particulares, en sus disposiciones disciplinarias, inclusive, en sus obras escritas como autor privado. «El Papa no ha sido puesto para la destrucción sino para la edificación de la Iglesia», dice la doctrina católica, y es fácil deducir de sus enseñanzas si está edificando o destruyendo la Iglesia.

La Sede Romana puede estar vacante por enseñanza herética de un Papa. Sede significa silla, sitio central donde radica un poder, en este caso el poder del Papa; se llama también Santa Sede, Sede Apostólica, Sede Papal. De dos modos enseña la Iglesia que la Santa Sede puede estar vacante, o sea vacía de poder, sin Papa existente. Esto puede suceder de dos modos: Por defecto de elección inválida al descubrirse que un Papa es hereje con anterioridad a su elección, o en el caso de un Papa electo evidentemente caído en herejía. Es de fe que en la Iglesia ha de existir perpetuamente un sucesor de San Pedro, pero no es de fe que no pueda haber interregnos, o sea, espacio de tiempo hasta prolongados, en que la Sede se encuentre vacante. Esta cuestión es de vital importancia en la actualidad ya que los postconciliares aducen ante los católicos que consideramos que la Santa Sede está actualmente vacante debido a la herejía de los Papas del Vaticano II, un axioma que dice: «La Santa Sede por nadie puede ser juzgada», pero omiten el resto de la frase que dice: «... a menos que sea cogida en desviación de la fe». Esta es la doctrina de Santos, Doctores y Papas, recogida en los más antiguos cánones de la Iglesia.

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Los Papas mismos han hablado sobre la posibilidad de la herejía de un Papa y por consiguiente, de la vacancia de la Sede, además de la obligación de resistirlos. El documento más antiguo en el cual un Papa habla nada menos a un Concilio de la posibilidad de la herejía de un Papa es el de Adriano II dirigido al VI Concilio Ecuménico III de Constantinopla (años 678-681); en él, invocado a propósito de Honorio (un Papa declarado por el Concilio excomulgado después de muerto) el derecho de los fieles a resistir al Papa hereje dice: «todos deben resistir a la herejía y combatirla, aun si viene del Papa... dijo, que si se considera la Iglesia Romana como encarnada en su cabeza, es decir en el Pontífice, es cierto que puede errar aun en las cosas que se refieren a la fe, afirmando la herejía por su determinación o por algún decreto».

Por su parte el Papa Inocencio IV, dice en su sermón «En consagración del Pontífice Romano», Patrología latina CCXVII, col. 653: «Puede el Pontífice ser juzgado por los hombres, o mejor dicho, dado a conocer si cayere en la herejía, porque el que no cree ya está juzgado». Afirma él mismo: «si por mis pecados propios -o sea, personales-, en cuanto a simple hombre no puede juzgarme la Iglesia, en cambio puede hacerlo si fallare en lo que respecta a la fe». Santo Tomás recoge esta doctrina cuando escribe: «Hay que saber que cuando hay un peligro inminente para la fe deben los prelados ser argüidos, aun públicamente, por sus súbditos. Por esto Pablo que era súbdito de Pedro, por el peligro inminente de un escándalo contra la fe, arguyó contra Pedro, y dio ejemplo a los que gobiernan, para que si alguna vez abandonaran el camino recto no lleven a mal ni crean que es contra su dignidad, el que sus inferiores les hicieran esta corrección» (Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Epístola a los Gálatas II, VIII).

También el Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino, siguiendo esta doctrina, afirma: «El Romano Pontífice, si cayere en herejía notoria y públicamente divulgada, por el mismo hecho, y aun antes de cualquier sentencia declaratoria de la Iglesia, queda privado de su potestad de jurisdicción» (San Roberto Belarmino, Del Romano Pontífice 1, 2, cap. 30).

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Mas existe un documento que puede ser considerado fundamental en la cuestión que nos ocupa, se trata de una Bula Papal. La Bula es uno de los más solemnes documentos públicos emanados de Romanos Pontífices, que tiene una forma externa fija y un contenido vario según el fin pretendido por el Papa. El contenido puede ser dogmático o disciplinar. Ejemplo de bula dogmática, la bula «Quo Primum» del Papa S. S. Pío V, por la que entrega a la Iglesia el Misal Romano restituido en el Concilio de Trento; en ella el Papa habla infaliblemente. La Bula fundamental de la que hablamos en referencia a la posible vacancia de la Santa Sede es la titulada «Cum ex - apostolatus officio» del Papa Paulo IV. En ésta el Pontífice confirma el acuerdo tenido con todos los cardenales en lo referente a asegurar la defensa de la Iglesia en el caso de un Papa hereje.

Reproducimos: «Considerando la gravedad particular de esta situación y sus peligros. Al punto que el Romano Pontífice en la tierra es Vicario de Dios y Nuestro Señor y que ha recibido una plena potestad sobre pueblos y reinos, y a todos juzga y no puede ser juzgado por nadie en este mundo, si fuese sorprendido en una desviación de la fe, podría ser acusado; y dado que donde surge un peligro mayor, ahí es preciso resolver con mayor diligencia, para que los falsos profetas y otros personajes que detentan jurisdicciones seculares no tiendan lamentables lazos a las almas simples, y arrastren consigo hasta la perdición y la muerte eterna a pueblos innumerables, sometidos a su gobierno en las cosas espirituales; y para que no acontezca algún día, que nosotros veamos en el lugar Santo la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel... con el deseo de rechazar los lobos lejos del rebaño, no sea que parezcamos perros mudos que no puedan ladrar, declaramos que si en algún tiempo cualquiera... un Romano Pontífice, se hubiese desviado de la fe católica, hubiese caído en herejía, o incurrido en cismas, o los hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiese ocurrido en acuerdo y unanimidad de todos los Cardenales, es nula, írrita, y sin efecto; de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del cargo y su consagración..., o por la misma entronización como Romano Pontífice o por su adoración, ni por la obediencia que todos le han prestado, cualquiera que sea el tiempo transcurrido, después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que sea otorgado o se otorgue ninguna facultad de administrar en las cosas temporales o espirituales a los así promovidos en tales circunstancias, en función de Romano Pontífice, sino por el contrario, todos sus hechos, actos y resoluciones, carecen de fuerza y no otorgan ninguna validez, ningún derecho a los que así hubiesen sido promovidos; por esa misma razón y sin necesidad de hacer ninguna declaración ulterior, están privados de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, función y poder». Y menciona el Papa que su declaración abarca «a los que en el futuro fuesen así promovidos», previniendo a la Iglesia acerca de la posible situación de un Papa hereje. Manifiesta además que «en tanto los fieles católicos están obligados a resistir al Papa herético pudiendo sustraerse en cualquier momento impunemente a su obediencia... permaneciendo unidos en la obligación de prestar estricta obediencia a los futuros jerarcas y Romano Pontífice, que sea canónicamente electo».

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Como vemos, en esta Bula el Papa Paulo IV confirma lo que es Derecho Canónicamente en la Iglesia:

1. Que es posible que la Santa Sede pueda estar vacante alguna vez por las circunstancias antedichas,

2. Que es necesario que para que un individuo funja como Papa tenga la fe católicamente necesaria para tener legítima jurisdicción en la Iglesia,

3. Que en caso de descubrirse que un sujeto que ocupa la Sede Apostólica enseña una herejía o provoca un cisma los fieles tienen la obligación de resistirle,

4. Que existe en este caso la solución de buscar la elección canónica de un verdadero Papa.

Los de la Iglesia conciliar -o del Vaticano II- alegan que esta Bula es obsoleta, o sea que no tiene ya validez o que ha sido abrogada. Lo cierto es que no ha sido abrogada por ningún Papa, y que, si ciertamente no se trata de una bula dogmática ya que en ella no se define ningún dogma, las cuestiones que trata tienen un valor perenne pues se encaminan a defender todos los dogmas de la fe, y a la institución divina de la Iglesia contra el gravísimo peligro que puede darse de existir un sujeto hereje usurpador de la Sede Romana, ya sea inválidamente electo por herejía anterior o bien caído en herejía, tal como hemos visto.


Insistencia sobre el nexo Fe y Jurisdicción.

Es preciso insistir en la cuestión del nexo ineludible que debe existir entre la fe y la jurisdicción; o sea, que la jurisdicción del Romano Pontífice exige que el Papa tenga la fe católica, ya que el actual problema de la Iglesia es un problema de autoridad; no puede tener autoridad Maestro Supremo de la fe el que no tiene la fe, y esto es de lógica elemental aun en el mundo profano o no católico. Valgámonos de ejemplos comunes y simples: los gobernadores de un pueblo no eligen a su gobernante, ni los indígenas a su chamán, ni los musulmanes a su imán, ni los judíos a su rabino, ni les conceden autoridad si éstos no representan sus propias convicciones. ¿Cómo podría aceptar la Iglesia como su cabeza -y en este caso, por sucesión de origen divino- a uno que no tenga ni represente la fe de la Iglesia? El desconocimiento del nexo fe-jurisdicción durante los cuarenta años posteriores al Vaticano II es lo que ha vuelto a la Iglesia Católica irreconocible ante el mundo, reduciendo a una condición de diáspora del clero y de los fieles resistentes a la destrucción ocasionada por los «pseudopapas» de dicho Concilio.

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Ahora bien, en la presente situación de la Iglesia, cuando sigue vigente en el Derecho Canónico la excomunión, sea cual sea la Sede, a propósito de cisma o de herejía según el Canon 188 que dice: «Quedan vacantes todas las Sedes si el clérigo apostata públicamente de la fe, en los delitos contra la fe están incluidos la herejía y el cisma» (2314). La insistencia en esta cuestión es redundante.


El Clero y los fieles católicos podemos reconocer la herejía de un Papa

Decimos «Papa» en cuanto a identificar de algún modo al sujeto que ocupa la Sede de Pedro en razón de referencia; como llama la historia a los Papas en general. Mucho se alega hoy, como una argucia para defender a los "Papas" del Vaticano II contra quienes denunciamos y no aceptamos sus herejías, que en particular los fieles no tenemos derecho a juzgar lo que viene de parte de lo que muchos suponen que es una legítima autoridad. Pero que los fieles somos capaces de reconocer de aquello que se nos impone como recto o contrario a la fe, está consignado en el mismo derecho canónico (2316) que dice: «Es sospechoso de herejía todo aquel que ayuda espontáneamente y a sabiendas de cualquier modo a la propagación de la herejía».

Si los católicos no fuéramos capaces de discernir dónde se encuentra la herejía, no tendría razón de ser esta ley, pues no puede ser sospechoso de nada el incapaz de conocer las que serían razones de sospechas. Es doctrina de la Iglesia que todos los bautizados católicos tenemos lo que se llama por gracia divina el sentido de la fe que nos permite discernir cuando algo atenta a nuestra misma fe. Además, poseemos los dones del Espíritu Santo que actúan al respecto, como los del entendimiento y sabiduría, que ayudan a conocer las cosas de Dios. El sentido de la fe de los fieles no es un sentido como el que puede ser el de los electores o jueces del mundo, sino que tiene un origen divino por la gracia de nuestro bautismo.

Ante la evidencia del intento de la destrucción de la Iglesia y de la imposición de la herejía por parte de Papas heréticos, los fieles podemos, pues, juzgar; pero es necesario aclarar que no con el derecho oficial de la autoridad de la Iglesia a la que corresponde el juicio definitivo, en este caso sería a posteriori, como ha habido casos en la historia, como en el caso del Papa Honorio I, declarado excomulgado después de muerto en el VI Concilio III de Constantinopla (678-681). Es sobre el clero y los fieles que resisten en la Iglesia en estado de diáspora en quienes recae la enorme responsabilidad de la supervivencia de la Iglesia Católica, pues si bien la institución de origen divino no puede tener fin, como confiado a los hombres -que no a los ángeles- han sido los hombres y aun mujeres de todos los tiempos (versus Santa Catalina de Siena) a quienes ha confiado el Señor guardar y trabajar por defender el Sagrado depósito de la fe en medio de las tinieblas de muchas épocas. *

Si actualmente los católicos, ante tantas evidencias como existen de pretendida destrucción de la Iglesia, no fuéramos capaces de reconocer y señalar a los herejes que comprobadamente realizan esta destrucción, y no consideramos un deber resistirles, habría que afirmar que, teniendo conocimiento de todo el mal, tendríamos al contrario el deber de aceptarlo y colaborar con los herejes, esto perpetuamente, colocándonos voluntariamente bajo la misma pena de excomunión en la que se encuentran los detractores de la fe.



(*Nota de Javier: ¡BRAVO, Señorita Riestra! ¡¡BRAVO!! Una afirmación muy cierta y brillante, digna de su gran amigo y maestro el Rev. Padre Joaquín Sáenz y Arriaga. Los últimos católicos estamos llamados a resistir firmes hasta el fin, manteniendo intacto el Depósito de la Fe. ¡Qué enorme pena y tristeza que usted haya sido ahora embaucada y absorbida por la sacrílega línea Thuc! ¡Salga de ahí antes de que sea demasiado tarde, Doña Gloria! A sus 90 años tan bien llevados, usted merece un final más noble y heroico. Infelices "sacerdotes" y "obispos" thuquistas, ¡saquen sus sucias manos de ahí y dejen en paz a la Señorita Riestra!)


A CONTINUACIÓN... La apostasía de la "iglesia del Vaticano II" es reconocible
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"(...) Es sobre el clero y los fieles que resisten en la Iglesia en estado de diáspora en quienes recae la enorme responsabilidad de la supervivencia de la Iglesia Católica, pues si bien la institución de origen divino no puede tener fin, como confiado a los hombres -que no a los ángeles- han sido los hombres y aun mujeres de todos los tiempos (versus Santa Catalina de Siena) a quienes ha confiado el Señor guardar y trabajar por defender el Sagrado depósito de la fe en medio de las tinieblas de muchas épocas".
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La apostasía de la "iglesia del Vaticano II" es reconocible


La apostasía de la Iglesia conciliar o del Vaticano II no es una conjetura; apostasía, o sea, la negación total de la fe. A estas alturas no se precisa minuciosos estudios para afirmarlo. Si un profano que desee conocer la situación católica al presente se le da a estudiar la doctrina anterior al Vaticano II y la doctrina surgida de este último, fácilmente encontrará que se trata de doctrinas opuestas entre sí: de dos Iglesias como enfrentadas, y no sólo eso, sino que se sorprenderá ante el contrasentido que significa que desde la más alta Sede del Magisterio de la Iglesia Católica y en su nombre, se esté estableciendo una nueva Iglesia contraria a la misma.

Esto es lo que ha llamado el mundo «autodestrucción» de la Iglesia. Ciertamente ha sido negada toda la doctrina, destruidos el culto litúrgico y la disciplina, devastadas las instituciones y arrasado lo más posible cualquier vestigio de lo sagrado, lo que identificaría a la Iglesia Católica ante el mundo como Institución visible, de tal manera que ha bastado una generación para que los católicos nacidos en la nueva Iglesia no tengan manera de conocer lo que es la antigua.

Para conocer la herejía enseñada desde la usurpación no es necesario profundizar en la abundante literatura surgida del Vaticano II, donde se observa su evolución. Existe una herejía fundamental traducida en doctrina, leyes y disciplinas que rigen hoy la vida de la Iglesia conciliar. Se trata de una apostasía total, en cuanto a negación de la fe. Esta es la doctrina de la salvación universal incondicional: Esta herejía está implícita en documentos del Vaticano II, fuente de toda la revolución. Podemos afirmar que ésta ha motivado todas las reformas y es el origen del ecumenismo y la sinarquía de las religiones predicada e impuesta por los Papas conciliares. Pero como hemos dicho antes, no hay que ir muy lejos para descubrir la apostasía evidente. Ha sido Juan Pablo II quien se ha encargado de resumir para "su Iglesia" en pocas palabras la herejía arriba mencionada, con un cinismo propio de quien se sabe dueño de la situación por no haber hallado oposición a sus herejías, ni a las de sus antecesores.

Su predicación sobre la «salvación universal incondicional» ha tenido ya lugar bajo la forma de una encíclica, documento oficial del Magisterio de la Iglesia Católica. Tal es la titulada «Redemptor Hominis» (El Redentor del Hombre) Actas Apostolicae Sedis 1979, págs. 283 y sigs., dirigida a la Iglesia nada menos que como inicio de su "pontificado". He aquí lo que textualmente dice: «Se trata pues aquí del hombre en toda su verdad, en sus plenas dimensiones. No se trata del hombre "abstracto" sino real, del hombre "concreto", "histórico". Se trata de cada hombre, porque cada uno ha sido incluido en el Misterio de la Redención, y Jesucristo está unido a cada uno para siempre a través de ese Misterio. Todo hombre viene al mundo siendo concebido en el seno materno y naciendo de su madre, y - precisamente a causa del Misterio de la Redención- él es confiado a la solicitud de la Iglesia. Esta solicitud se extiende al hombre completo y está centrada sobre él de manera singular. El objeto de esta singular atención es el hombre en su realidad humana única e imposible de repetir, en la cual viven intactas la imagen y semejanza de Dios mismo (Gen. 1, 27). Es esto lo que señala el Concilio Vaticano II cuando hablando de esta semejanza recuerda que "el hombre es la única criatura sobre la tierra que Dios ha querido por sí misma" (Gaudium et Spes, No. 24). El hombre, tal como querido por Dios, elegido por Él, llamado, destinado a la Gracia y a la salvación, es el hombre en toda la plenitud del misterio en el que llega a participar por Jesucristo, y del cual llega a participar cada uno de los cuatro millones de hombres que viven sobre nuestro planeta, desde el instante de su concepción cerca del corazón de su madre». La herejía es tan explícita que parece no habría necesidad de comentario.


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"Ciertamente ha sido negada toda la doctrina, destruidos el culto litúrgico y la disciplina, devastadas las instituciones y arrasado lo más posible cualquier vestigio de lo sagrado, lo que identificaría a la Iglesia Católica ante el mundo como Institución visible, de tal manera que ha bastado una generación para que los católicos nacidos en la nueva Iglesia no tengan manera de conocer lo que es la antigua. (...) Ha sido Juan Pablo II quien se ha encargado de resumir para "su Iglesia" en pocas palabras la herejía de la salvación universal incondicional, con un cinismo propio de quien se sabe dueño de la situación por no haber hallado oposición a sus herejías, ni a las de sus antecesores".
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Pero extraigamos las conclusiones de Juan Pablo II, resumiendo:

1. Que cada hombre concreto desde el vientre de su madre, ha sido incluido en el Misterio de la Redención, por lo cual Jesucristo está unido a cada hombre para siempre a través de este misterio...

2. Que cada hombre goza de toda la plenitud del Misterio de la Gracia y la salvación por Jesucristo, y que de esta salvación participan cada uno de los cuatro mil millones de hombres existentes, desde el instante de su concepción en el seno materno. Aquí cabría decir con las palabras de Cristo: «El que quiera entender que entienda». Aquí está negada la totalidad de la revelación, en particular el Evangelio, contradicho el Evangelio de la Iglesia en cuanto al Dogma de la Redención. Aquí expresa claramente Juan Pablo II que no es necesario ni siquiera creer en Dios para alcanzar la salvación que consiste en la vida eterna con Dios. Ni qué decir que aquí la Iglesia resulta obsoleta, y que se echa abajo todo deber moral y toda ley divina y humana. De cualquier manera, da a entender, que desde Adán hasta el último de los hombres ha sido redimido sin condición. Esto es la apostasía. No es posible entender cómo después de esta afirmación de incondicionalidad para la salvación eterna, afirmada como doctrina básica para iniciar su pontificado, pueda hablar Juan Pablo II acerca de la Iglesia. Pero bien, él habla -cuando lo hace de una Iglesia entendida a la manera del Vaticano II, donde es posible alcanzar la perfecta liberación y la iluminación perfecta con auxilio divino- en el hinduismo. La Iglesia suya consiste en la comunidad tipo masónico que Paulo VI llama palingenesia de la humanidad: «La Iglesia no es otra cosa que la construcción de esta unidad de la familia humana» (L'Osservatore Romano, 18 de mayo de 1975 Audiencia General). Aquí podemos entender la sinarquía de la religión con la Iglesia Católica como una secta esotérica más.

Hay que insistir en el hecho de que esta teoría de Juan Pablo II no constituía ninguna novedad en la Iglesia antes de su elección. Había sido conocida y aceptada y traducida en disposiciones de reformas de todas clases. Juan Pablo II ya anteriormente como "Cardenal" hacía gala de ser expositor de esta herejía exponiéndola en distintas ocasiones. Un ejemplo significativo lo constituye lo manifestado por él durante unos ejercicios espirituales a que fue invitado por Paulo VI a dar a la Curia Vaticana. Los sermones ahí pronunciados fueron publicados posteriormente en un libro de Juan Pablo II titulado «Signo de Contradicción», que ha recorrido el mundo, traducido a numerosas lenguas y tenido como alimento espiritual para los ingenuos o los cómplices. Así dice en este expresivo párrafo: «Al redimir al hombre con su sacrificio Jesucristo lo hizo "todo nuevo": Este es por así decirlo concebido de nuevo, entran en la trayectoria nueva del designio de Dios, que el Padre preparó en la verdad de la palabra y en el don del amor. Este es el punto en que la historia del hombre comienza de nuevo, independientemente, si así podemos hablar, de los condicionamientos humanos. Este punto pertenece al orden Divino, al modo Divino de ver al hombre y al mundo. Las categorías humanas del tiempo y del espacio son casi absolutamente secundarias. Todos los hombres, desde el principio del mundo hasta el final, han sido redimidos y justificados por Cristo y por su Cruz» (Signo de contradicción, pág. 4). Aquí hay que hacer notar cómo Juan Pablo II emplea la Cruz, reafirmando la salvación mediante la negación de la Cruz (¿no es ésta una bárbara y diabólica «teología»?). Porque según esta enseñanza no es necesaria la aceptación de la Cruz para ser salvado mediante la Cruz, lo cual podemos encontrar explícito en otra obra titulada «Cruzando el umbral de la esperanza» de Juan Pablo II, otro vehículo de la misma herejía cuando dice: "Todo hombre que busque la salvación, aun el no cristiano, debe detenerse ante la Cruz de Cristo. ¿Aceptará la verdad del Misterio Pascual o no? ¿Creerá? Esto ya es otra cuestión. Este misterio de salvación es un hecho ya consumado (la frase aparece subrayada en la obra). Dios ha abrazado a todos con la Cruz y la Resurrección de su Hijo. Dios abraza a todos con la vida que ha revelado en la Cruz y en la Resurrección, y que se inicia siempre de nuevo por ella. El Misterio está ya injertado en la historia de la humanidad, en la historia de cada hombre, como queda significado en la alegoría de la «Vid y los sarmientos» recogida por Juan (Cf. Juan XV, 1, 8 )" (Signo de contradicción, pág. 88). Según eso, después de la muerte todo hombre puede ser abrazado por Cristo, después de haber negado su Cruz.

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Para quien desee una prueba más, he aquí este párrafo tomado de los sermones dirigidos a la Curia de Pablo VI: «Todo hombre moribundo lleva en sí el Misterio de la vida que Cristo ha traído e injertado en la humanidad. Toda muerte humana sin excepción tiene esa dimensión, aunque el moribundo, o quienes lo rodean, puedan no ser conscientes de tal realidad. Esto no se desprende de la conciencia del hombre, sino del designio de la Revelación de Dios. Como todos los hombres han sido santificados en Cristo Jesús (Cf. Corintios 1, 2, 3) así también el significado de su muerte consiste en prolongar esta vida en Cristo» (Meditaciones pág. 206).

«Existe un vínculo con el Dios vivo, vínculo indisoluble y que se ha realizado con toda persona y con todo el género humano a través de la muerte liberadora de Cristo y de su resurrección» (Signo de Contradicción, Meditaciones pág. 120). Así, según la teología o doctrina esotérica surgida del Vaticano II, que encuentra su máximo expositor en Juan Pablo II, el Cosmos entero ha sido restituido a Dios por medio de Jesucristo: «Jesucristo es el nuevo comienzo de todo; todo en Él converge, es acogido y restituido al Creador de quien procede... si por una parte Dios en Cristo habla de Sí a la humanidad, por otra, en el mismo Cristo la humanidad entera y toda la creación hablan de sí a Dios; es más, se donan a Dios. Todo retorna de este modo a su principio; Jesucristo es la recopilación de todo» (ídem pág. 92).

Que se trata de una doctrina esotérica oriental lo expresa el mismo Juan Pablo II claramente cuando dice: «Si el mundo no es católico desde el punto de vista confesional, ciertamente está profundamente penetrado por el Evangelio. Se puede incluso decir que está presente en cierto modo en Él de manera invisible el misterio de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo... la verdad según la cual el hombre es llamado a hacer todo en función del fin último de su vida, la salvación, y la divinización, tiene su expresión en la tradición oriental bajo la forma del llamado sinergismo. El hombre "crea con Dios el mundo"... La obra de la redención es la obra de la elevación de la creación a un nuevo nivel. Todo lo que ha sido creado queda penetrado por una santificación redentora, más aún, por una divinización. Queda como atraído por la órbita de la divinidad; de la vida íntima de Dios» (Cruzando el umbral de la esperanza, pág. 125, 194, 142).

Ahora bien, hay que explicar someramente cuál es el origen de esta negación total de la doctrina de la Iglesia Católica suplantada por doctrinas esotéricas orientalistas, que el mismo Juan Pablo II expresa que lo son. Ciertamente la revolución doctrinal tendiente a la destrucción de la Iglesia ha tenido muchos incitadores a lo largo de los tiempos, pero a fines del siglo XIX (1881) nació el mayor de todos en cuyo pensamiento se inspira el Vaticano II; el que fuera jesuita Pierre Teilhard de Chardin científico evolucionista que metido a teólogo, y como discípulo de una secta esotérica fue el creador de extrañas teorías, que hizo circular en el seno de la Iglesia, encontrando expositores y comentaristas que influyeron en generaciones de clérigos, todo ello impulsado por la infiltración judeo-masónica que había venido teniendo lugar en la Iglesia a partir de la Revolución Francesa.

CONTINUARÁ...
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