"SEDE VACANTE" del R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga

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TAMBIÉN PAULO VI HACE SERIAS ADVERTENCIAS A LOS JESUITAS


Al terminar los trabajos de la 31° Congregación General de la Compañía, el 16 de noviembre de 1966, Paulo
VI recibió a los Padres congregados y concelebró la Misa, en la Capilla Sixtina, con el Prepósito General y
otros cinco Padres, representantes todos de los diversos continentes. Después de la Misa el Papa habló, en
latín, a los Padres de la Congregación. Nos vamos a permitir copiar ahora ese discurso, que es
indudablemente una nueva y severa advertencia del Papa Montini, cuyo alcance -para decirlo con franqueza—
me es difícil comprender;
pero que, no obstante, es en sí una prueba inequívoca de la descomposición
ideológica que se estaba desarrollando en la Compañía de San Ignacio.
He aquí el discurso:

"Nos hemos querido concelebrar y participar con vosotros el Sacrificio eucarístico, antes de que emprendáis el camino de
regreso, cada uno a su sitio, al terminar los trabajos de vuestra Congregación General, y que de Roma, centro de la unidad
católica, vosotros os diseminéis sobre toda la faz de la tierra. Nos hubiéramos querido saludaros, a todos y cada uno,
confortaros, animaros, bendeciros, a cada una de vuestras personas, a toda vuestra Compañía, a todas las múltiples obras
que vosotros animáis y servís por la gloria de Dios en la Santa Iglesia; hubiéramos querido renovar en vuestros espíritus,
en forma en cierto modo sensible y solemne, el sentido de mandato apostólico, que califica y fortifica vuestra misión,
como si ella os hubiera sido conferida y renovada por vuestro bienaventurado Padre Ignacio, soldado fidelísimo de la
Iglesia, o, mejor aún, como si Cristo mismo, de quien Nos, indigna aunque verdaderamente tenemos el lugar aquí en la
tierra, aquí en la Santa Sede, os la confirmase, misteriosamente os acompañase y diese su grandeza a esa vuestra misión".

"Por eso hemos Nos escogido este lugar, sagrado y temible, por la belleza, por la fuerza, pero especialmente por la
significación de sus imágenes, y lugar venerable entre todos por la voz de nuestra oración, muy humilde, pero pontifical,
que se expresa aquí, condensando no solamente las alabanzas y los gemidos de nuestro espíritu, sino los clamorosos e
inmensos gemidos y alabanzas de toda la Iglesia, desde los extremos de la tierra, y aún de la humanidad entera que tiene en
nuestro ministerio un hombre que es su intérprete delante de Dios soberano, y le tramita el oráculo del Altísimo. Hemos
escogido este lugar, en donde, como lo sabéis, el destino de la Iglesia se ha buscado y fijado, en ciertas horas históricas,
dominadas, sin embargo, como debemos creerlo, no por la voluntad de los hombres, sino por la asistencia oculta y amante
del Espíritu Santo.

"Aquí, invocaremos hoy a ese mismo Espíritu para terminar esta ceremonia religiosa, en favor de la Santa Iglesia,
representada y resumida de alguna manera en nuestro oficio apostólico y por vosotros, por vosotros, miembros, Superiores
y responsables de vuestra y Nuestra Compañía de Jesús.

"Y esta común invocación al Espíritu Santo quiere, en cierto modo, sellar los importantes y temibles momentos, que habéis
vivido, al someter todo vuestro cuerpo y su actividad a un severo examen, como para concluir, con ocasión del Concilio
Vaticano II, recientemente celebrado, cuatro siglos de vuestra historia, y para inaugurar, en cierto modo, con una nueva
conciencia y con nuevas resoluciones, un nuevo período de vuestra vida religiosa y militante.

"Esta reunión. Hermanos e Hijos muy queridos, tendrá de este modo un sentido histórico particular, en el que Nos a
vosotros y vosotros a Nos, manifestamos la determinación de llevar adelante, en las circunstancias actuales, la recíproca
definición de relación que existe, que debe existir, entre la Compañía de Jesús y la Santa Iglesia, la cual Nos, por mandato
divino, tenemos el oficio pastoral de conducirla y la cualidad de representarla principalmente.

"¿Qué relación es ésta? A vosotros y a Nos toca responder a la pregunta, que se desdobla así:

"1) ¿Queréis, hijos de Ignacio, soldados de la Compañía de Jesús, ser todavía hoy, mañana, y siempre, lo que habéis sido,
desde vuestra fundación hasta hoy día por la Santa Iglesia y por Nuestra Sede Apostólica? Esta pregunta que Nos os
hacemos, no tendría razón de ser, si no hubiesen llegado a Nuestros oídos noticias y rumores concernientes a vuestra
Compañía -y, por lo demás, también de otras familias religiosas— sujeto sobre el cual no podemos Nos disimular nuestra
admiración y, por algunos de ellos, nuestro dolor.

"¿Qué extrañas y siniestras sugestiones han podido hacer pensar a ciertos sectores de la nueva manera de opinar de vuestra
vasta Compañía la pregunta de si la Compañía debe continuar existiendo tal como el santo, que la concibió y fundó, la dejó
escrita en las reglas tan sabias y tan firmes; tal como una tradición secular, madurada por una cuidadosa experiencia,
recomendada por las más autorizadas aprobaciones, modelada por la gloria de Dios, la defensa de la Iglesia, con
admiración del mundo? ¿Es acaso posible que también se introduzca en el espíritu de algunos de vosotros el principio de la
historicidad absoluta de todas las cosas humanas, engendradas por el tiempo y devoradas inexorablemente por el tiempo,
como si no existiera en el catolicismo un carisma de verdad permanente y estabilidad invencible, de la cual la piedra de la
Sede Apostólica es el símbolo y el fundamento? ¿Podrá parecer al ardor apostólico, del que está animada toda la
Compañía, que para dar una mayor eficacia a vuestra actividad sea necesario renunciar a un gran número de hábitos
espirituales, ascéticos, disciplinares, que no serían más una ayuda, sino un freno a una expresión más libre y más personal
de vuestro celo? Parecería entonces que la austera y viril obediencia, que ha caracterizado siempre vuestra Compañía y que
ha hecho, al mismo tiempo siempre su estructura, evangélica, ejemplar y formidable, debería ser aflojada, porque se opone
a la personalidad y es un obstáculo a la agilidad de acción; se olvidaría lo que Cristo, la Iglesia y vuestra propia escuela
espiritual han magníficamente enseñado sobre la práctica de esta virtud. Tendríase que llegar a estos extremos para llegar a
creer que no es necesario imponer más a su alma "el ejercicio espiritual", es decir, la práctica asidua e intensa de la
oración, la humilde y ardiente disciplina de la vida interior, del examen de conciencia, de la conversación íntima
con Cristo, como si bastase la acción exterior para mantener el espíritu despejado, fuerte y libre, y para asegurar la misma
unión con Dios; y como si esta riqueza de industrias espirituales conviniese tan sólo a los monjes y no fuese más bien
necesaria, como armadura indispensable al soldado de Cristo. Pudieran todavía algunos hacerse la ilusión que, para
esparcir el Evangelio de Cristo fuese necesario hacer suyas las costumbres del mundo, su mentalidad, su carácter profano;
compartir los juicios naturalistas, que caracterizan al mundo moderno, olvidando aún más que si el heraldo de Cristo tiene
el deber apostólico de acercarse a los hombres a los que pretende llevar el mensaje de Cristo, no puede pretender una
asimilación que haría perder a la espada su filo y al apóstol su virtud original.

¡Nubes en el cielo, que las conclusiones de vuestra Congregación General han en gran parte disipado! Nos hemos sabido,
con grande gozo, que vosotros mismos, firmes en la rectitud que siempre ha animado vuestras voluntades, después de un
amplio y sincero examen de vuestra experiencia, os habéis decidido a permanecer fieles en la línea de vuestras
Constituciones fundamentales, sin abandonar vuestra tradición, que ha estado siempre en vosotros actuante y viva; habéis
dado a vuestras reglas las modificaciones accidentales, a las que "la renovación a la vida religiosa", propuesta por el Concilio, no tan sólo os autoriza, sino os invita. No habéis querido llevar ninguna modificación substancial a la ley santa, que os hizo religiosos y jesuitas, sino que, por el contrario, habéis querido poner un remedio a todo lo que en el tiempo
pasado os había debilitado y un suplemento de fuerza, en vista de las pruebas que el porvenir os prepara; bien que, en
medio de tantos resultados alcanzados en laboriosas discusiones, lo esencial ha sido asegurar no solamente al cuerpo, sino
al espíritu de vuestra Compañía una conservación verdadera y un positivo progreso. Y en esta materia Nos os exhortamos
calurosamente a conservar en el futuro la primacía de la oración en vuestra vida, sin apartaros de las sabias ordenanzas
recibidas: de allí vendrá a vosotros la gracia divina, como una agua viva, que nos llega por los humildes canales de la
oración, de la búsqueda interior, de vuestra unión con Dios, especialmente por el canal de la liturgia, en la que el religioso
encontrará inspiración y energía para su propia santificación sobrenatural; donde el apóstol hallará el impulso, la dirección,
la fuerza, la sabiduría, la perseverancia en la lucha contra el demonio y el mundo; de donde sacará el amor para amar a las
almas, en vista a su salud eterna, para construir, al lado de otros obreros, con igual carga y responsabilidad, el edificio
místico, la Iglesia. Regocijaos, pues, mis muy queridos Hijos. Este es el Camino, antiguo y nuevo de la economía cristiana;
es el molde en el cual se forma el verdadero religioso, a la vez discípulo de Cristo, apóstol en su Iglesia, maestro de sus
hermanos, sean fieles o extraños. Regocijaos. Que nuestra satisfacción, mejor, nuestra unión con vosotros os conforte y os
siga.

"Por esto apoyamos vuestras deliberaciones particulares sobre la formación de vuestros escolares, sobre la obediencia al
Magisterio y autoridad de la Iglesia; sobre los principios de la perfección religiosa; sobre las leyes que deben orientar
vuestra acción apostólica y vuestra cooperación pastoral; sobre la interpretación exacta y la aplicación positiva de los
decretos conciliares, etc., como otras tantas respuestas a nuestras demandas: sí, sí; los hijos de Ignacio, que se enorgullecen
del nombre de jesuitas son hoy todavía fieles a sí mismos y a la Iglesia. Ellos están prestos y fuertes. Nuevas armas
remplazan en sus manos aquéllas que están ya usadas y son menos eficaces; pero tienen, al mismo tiempo, el espíritu de
obediencia, de abnegación y de conquista espiritual.


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2) Y ahora vamos a tratar la segunda demanda, que quiere precisar la relación de vuestra Compañía con la Sede Apostólica.
De vuestros mismos labios, en cierto modo. Nos recibimos esta segunda demanda: ¿Puede la Iglesia, puede el sucesor de
Pedro considerar todavía a la Compañía como su milicia particular y más fiel? ¿Como familia religiosa, que ha hecho su
fin específico no tanto de cultivar tal o cual virtud evangélica, cuanto defender y ayudar a la misma Santa Iglesia, a la
misma Sede Apostólica? ¿Merece todavía la benevolencia, la protección, la confianza, que siempre se la ha tenido? ¿Puede
la Iglesia, por boca del que os habla, estimar todavía necesario, estimarse ella honrada por el servicio militante de la
Compañía? ¿Es ella aún hoy valiosa y apta a la obra inmensa del apostolado moderno, acrecentado en extensión y calidad?
"He aquí, hijos muy queridos, Nuestra respuesta es: ¡SÍ! ¡Nos os conservamos toda Nuestra confianza! Y, por consiguiente.
Nuestro mandato para la obra apostólica que os hemos confiado: Nuestro afecto, Nuestro reconocimiento, nuestra
bendición.

"En esta ocasión solemne e histórica, vosotros Nos habéis confirmado vuestra identidad con la institución, que en los
tiempos de la restauración del Concilio de Trento estuvo al servicio de la Santa Iglesia Católica; identidad que habéis
reforzado con nuevas resoluciones. Por esto, es más fácil y más agradable para Nos el repetiros ahora las palabras y
actitudes de nuestros predecesores, en las actuales circunstancias diferentes, pero orientada también a una restauración de
la vida de la Iglesia, bajo las directivas del Concilio Ecuménico Vaticano II; y de poder aseguraros que, en tanto que
vuestra Compañía se aplique a buscar su propia excelencia en la sana doctrina, se ofrecerá como un instrumento más eficaz
a la defensa y difusión de la fe católica y de la Sede Apostólica, y unidos ciertamente con la Iglesia entera, la amarán
grandemente.

"Si continuáis siendo lo que hasta ahora habéis sido, nuestra estima y nuestra confianza no podrán nunca faltaros. Y la
tendréis también del Pueblo de Dios. ¿Cuál es el secreto principio, que dispone a una difusión tan grande, a tan
extraordinaria prosperidad a vuestra Compañía sino vuestra particular formación espiritual y vuestra estructura canónica?
Si esta formación y esta estructura permanecen las mismas o parecidas, producirán un florecimiento cada vez más nuevo
de virtudes y de obras. ¿Puede ser vana la esperanza de veros crecer progresivamente y de que permanezcáis siempre
eficaces en la evangelización y en la formación de la sociedad moderna? ¿No son vuestra mejor apología y lo que da
mayor confianza en vuestro apostolado, vuestro ejemplo particular de vida evangélica y religiosa, vuestra historia, vuestra
organización?

"¿No es en esta solicitud espiritual, moral, eclesial, en la que se funda nuestra confianza en vuestro trabajo, mejor dicho, en
vuestra colaboración?

"Permitid que, al término de esta reunión, Nos os digamos que esperamos mucho de vosotros. La Iglesia necesita vuestra
ayuda; Ella está gozosa; ella se enorgullece al recibir en vosotros a sus hijos leales y devotos. La Iglesia acepta la ofrenda
de vuestro trabajo y de vuestra misma vida; Ella os llama; Ella os compromete, hoy más que nunca, a vosotros que sois los
soldados de Cristo, para los difíciles y santos combates en favor de su nombre".

"¿No os dais acaso cuenta de lo mucho que la fe necesita hoy de vosotros, de vuestra defensa? ¿No veis cómo ella exige un
adhesión abierta, enunciados preciosos, predicaciones asiduas, testimonios amantes y generosos? Nos tenemos confianza
en vosotros, valerosos testigos de la única y verdadera fe.

"¿No pensáis que algunos felices acercamientos, algunas delicadas discusiones, algunas aperturas dictadas por la caridad,
el ecumenismo de nuestro tiempo distinguen al servidor y al apóstol de la Santa Iglesia Católica? ¿Quiénes mejor que
vosotros pueden consagrar sus estudios y trabajos, a fin de que los hermanos, todavía separados de nosotros, nos
comprendan, nos escuchen y lleven con nosotros la gloria, la alegría, el servicio del misterio de la unidad en Cristo Jesús?

"Y para difundir los principios cristianos en el mundo moderno, descrito por la Constitución Pastoral "Gaudium et Spes",
¿no se encontrarán entre vosotros hábiles, prudentes y eminentes especialistas? ¿No será todavía un instrumento muy
eficaz el culto propagado por vosotros al Sagrado Corazón, que contribuirá a esta renovación espiritual y moral del mundo
actual, pedida por el Concilio Vaticano II, y que os capacite para llenar copiosamente la misión que os ha sido confiada de
luchar contra el ateísmo?

"¿No os consagraréis con nuevo ardor a la educación de la juventud, en las escuelas secundarias y en las universidades —
así eclesiásticas como civiles— trabajo este que ha sido para vosotros un título de gloria y una fuente de numerosos
méritos?

"No perdáis de vista que tantas almas de jóvenes, que os son confiadas, pueden llenar un día a la Iglesia y a la sociedad de
preciosos servicios, si ellos reciben una buena formación. "¡Y las misiones! Las misiones, en las que tantos de vuestros
hermanos trabajan admirablemente, gastando sus fuerzas y haciendo con su sacrificio que resplandezca como una luz de
salud el nombre de Cristo, ¿no os han sido confiadas por esta Sede Apostólica, como en otro tiempo a Francisco Javier, con
la seguridad de tener en vosotros los más seguros propagadores de la fe, los más audaces, los más llenos de esta caridad,
que vuestra vida interior hace inagotable, reconfortante e inefable?

"¡Y el mundo! Este mundo, que tiene doble cara, que nos descubre el Evangelio, el mundo que junta en sí todas las
oposiciones a la luz y a la gracia, y el mundo de la inmensa familia humana, por la cual el Padre envió a su Hijo y por la
cual el Hijo se inmoló a sí mismo; este mundo de hoy día, tan poderoso y tan débil, tan hostil y tan abierto, este mundo ¿no
sera para vosotros como para Nos una vocación que nos hace sentir nuestra debilidad, al mismo tiempo que nos exalta?

"Y ¿no es esta la hora, bajo la mirada de Cristo, en la que el mundo de que nosotros hablamos, que se agita, que nos
empuja, por así decirlo, a decirle: ¡Venid! ¡Venid! ; vosotros formáis parte de los que tienen necesidad de Cristo. ¡Venid;
esta es la hora!

"Sí, esta es la hora, mis queridos hijos. Id llenos de confianza y de ardor. Cristo os escoge, la Iglesia os envía, el Papa os
bendice".



A CONTINUACIÓN... COMENTARIO CRÍTICO DEL REV. P. SÁENZ Y ARRIAGA AL ENGAÑOSO Y TRIUNFALISTA DISCURSO DE MONTINI-PABLO 6 A LOS JESUITAS
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Así termina el dramático discurso de Paulo VI a los Padres de la 31° Congregación General, que, como el
Pontífice lo advierte, significa el término de un pasado de cuatro siglos y el principio incierto de un nuevo
camino, que,
por más que el Papa Montini afirme lo contrario, no es ya la senda trazada por Ignacio de Loyola. La Compañía de Jesús del P. Arrupe, así cuente con todas las bendiciones, con toda la confianza, con todo el beneplácito de Paulo VI, es la negación manifiesta del espíritu ignaciano, de las Constituciones, de las Reglas,
de la tradición y de las gloriosas costumbres de la en otros tiempos ínclita Compañía de Jesús;
de la que
ahora, tenemos que decir, con dolor profundo: ¡Ay, Jesús, qué Compañía!

El discurso de Juan B. Montini dio ocasión a diversos comentarios: unos, favorables; otros abiertamente
desfavorables a los jesuitas. "L'Homme nouveau", en el número del 4 de diciembre de 1966, escribe: "Todo
ha comenzado el 18 de noviembre.
'PARIS—PRESS' publica a seis columnas la noticia: 'EL PAPA RECUERDA
A LOS JESUITAS SU PASADO Y AÑADE SU SEVERA ADVERTENCIA, TENIENDO EN CUENTA CIERTOS
ELEMENTOS "AVANZADOS" DE LA COMPAÑÍA, QUE QUIEREN LIBRARSE DE SU VOTO ESPECIAL DE
OBEDIENCIA AL SUMO PONTÍFICE".


Ciertos jesuitas quieren aún desmilitarizar su Orden, alegando que la Compañía es simplemente sinónimo de 'sociedad' y
que Ignacio de Loyola no era un hombre de espada, sino por accidente. —Al dirigirse a la reunión de la Compañía, en
presencia de su General, el P. Arrupe, el Papa, en la severa advertencia de ayer (Paulo VI habló de sugestiones siniestras), no
hizo, al fin de cuentas, sino recordarles su doble vocación de innovación en la Iglesia, pero de alianza a su soberano. La
lección parece poder simplificarse en estas palabras: "somos hombres situados en las fronteras, que miran a la vez al
pasado y al futuro; y esto es, algunas veces peligroso".


Juzgando nosotros, a distancia, este discurso y comparándolo con el de Pío XII antes citado y comentado,
creemos que, haciendo a un lado "las siniestras sugerencias", de que habla Paulo VI, el discurso de Pío XII es
totalmente opuesto, en la forma y en el fondo, en la expresión y en la intención,
al discurso triunfalista del Papa
Montini.
En realidad, la única advertencia que velada, aunque enérgicamente hizo, en esta ocasión, Paulo VI a
los jesuitas, estaba dirigida a los "inconformes", a los arcaicos, a los ya marginados jesuitas,
que justamente
lastimados por el derrumbe interno de la benemérita Orden Ignaciana, a la que ellos, como yo, amamos como
madre, han pretendido separarse de las nuevas corrientes y reformas demoledoras,
que, invitados y alentados
y autorizados por el Vaticano II, han hecho los jesuitas de la "nueva ola", capitaneados por su audaz General,
el M.R.P. Pedro Arrupe,
para seguir ellos, fieles a su Fundador, a las Constituciones, a las santas tradiciones recibidas, por el camino seguro, por el que tantos de los antiguos hijos de la Compañía alcanzaron la santidad
y aún la gloria de los altares.


Paulo VI, el hombre minucioso, calculador y "experto en humanidad", como él mismo se calificó en su discurso
de la ONU, dispuso el lugar y las ceremonias que habían de impresionar más hondamente a los venerables
Padres congregados y disponerlos mejor a recibir, con docilidad ignaciana, sus consignas, cuya significación y
alcance sólo podía conocer el P. Arrupe. El lugar: la Capilla Sixtina, lugar sagrado y temible, por la belleza, por
la fuerza, pero especialmente por la significación de sus imágenes; lugar "venerable entre todos por la voz
de SU oración, muy humilde, pero pontifical". "Hemos escogido este lugar, en donde, como lo sabéis, el
destino de la Iglesia se ha buscado y fijado, en ciertas horas históricas".


El Pontífice da a esta reunión "un sentido histórico particular": era el compromiso solemne, que Juan B. Montini
quería obtener del P. Arrupe, de todos los Provinciales, Asistentes, y electores de la Compañía de Jesús, es
decir, de todos los jesuitas, que, por obediencia,
tendrían que seguir las secretas consignas que dimanasen de
Roma.
Ahora me parece ver en esta reunión y en todas sus circunstancias una nueva explicación o
confirmación del activismo, con que los jesuitas de la nueva ola y su Prepósito General han seguido y siguen la
política de franca izquierda de Paulo VI. Sin esta explicación, yo no creo que pueda existir otra explicación del
nuevo apostolado y la nueva pastoral de los nuevos jesuitas, como tampoco tendríamos satisfactoria
interpretación del inmovilismo, de las secretas consignas, de la nueva teología, moral y derecho de la inmensa
mayoría de nuestras jerarquías, en el mundo entero.


La pregunta de Paulo VI a sus dóciles hijos y colaboradores era incisiva: "¿Queréis, hijos de Ignacio, soldados
de la Compañía de Jesús, ser todavía, y mañana, y siempre, lo que habéis sido, desde vuestra fundación,
hasta el día de hoy, para la Santa Iglesia y para Nuestra Sede Apostólica?"
¿Qué podían responder los jesuitas
reunidos —quizás todos ya de la nueva ola— responder en su conciencia a tan terminante pregunta de Juan
B. Montini, que se proclamaba una y otra vez el legítimo Papa, Vicario de Cristo en la tierra? Tal vez, al oír esa
pregunta, en la mente, en el corazón de esos reformadores y reformados jesuitas, resonaría, como un eco
lejano del triunfalismo ya pasado, aquel himno glorioso, con que los antiguos jesuitas cantaban las gestas de
su Padre y Fundador: "Fundador sois, Ignacio, y General —de la Compañía real— que Jesús con su nombre
distinguió..." "... La legión de Loyola... sin temor enarbola la Cruz por perdón.


Otra pregunta, la más importante, les hace Paulo VI a los jesuitas reunidos a su alrededor: "¿Qué extrañas y
siniestras sugestiones
han podido hacer pensar, a ciertos sectores de la nueva manera de opinar de vuestra
Compañía, la pregunta de si la Compañía debe continuar existiendo tal como el santo, que la concibió y fundó,
la dejó escrita en las reglas tan sabias y tan firmes; tal como una tradición secular, madurada por una
cuidadosa experiencia, recomendada por las más autorizadas aprobaciones, modelada por la gloria de Dios, la
defensa de la Iglesia, con admiración del mundo?" "¿Es acaso posible que también se introduzca en el espíritu
de algunos de vosotros el principio de la historicidad absoluta de todas las cosas humanas, engendradas
por el tiempo y devoradas inexorablemente por el tiempo,
como si no existiera en el catolicismo un
carisma de verdad permanente, de la cual la piedra de la Sede Apostólica es símbolo y fundamento?"
El
problema está planteado; la dialéctica es manifiesta. Es el Papa Montini, el Papa de los cambios continuos y
profundos en la Iglesia, el que ahora pregunta admirado a los jesuitas, que ya habían hecho cambios también
profundos en su Orden, si estaban dominados por el espíritu de la historicidad absoluta. ¿A quiénes iba dirigida
esta pregunta, a quiénes esas advertencias tan graves? ¿Quiénes eran los jesuitas que abrigaban
esas "extrañas y siniestras sugestiones"? Si juzgamos por lo que hemos visto, por lo que después se ha
seguido, tenemos que concluir con evidencia que
esas palabras de Paulo VI estaban dirigidas, en su estilo
dialéctico, a los buenos y santos jesuitas, que, al mirar el siniestro de su amada Compañía, la tragedia viviente
de sus noviciados vacíos, de sus casas de formación diezmadas y decadentes, la deserción creciente de los
sacerdotes que se aprovechan de las facilidades para la reducción al estado laico y al matrimonio, buscaban
una separación colectiva de esa reformada Compañía, para vivir ellos, como habían vivido siempre en la
observancia fiel de sus Constituciones y sus Reglas, el Instituto fundado por San Ignacio, sin reformas, sin
experiencias, sin falsas pobrezas,
que encubren dispendios no sólo innecesarios, sino contrarios totalmente a
la esencia misma de la vida religiosa: los jesuitas de automóvil; los jesuitas de cabaret, los jesuitas de baile, los
jesuitas de libertades, de mini-comunidades, de guerrillas, de motines, de dirección activa de la subversión.


"Nubes en el cielo —añade Paulo VI— que las conclusiones de vuestra Congregación General han, en gran
parte disipado!"
¡Nubes en el cielo, negras y amenazadoras, que entre continuos relámpagos y aterradores
truenos, están ahora acompañando y agravando la tempestad tremenda, que pone en peligro la existencia
misma de la Compañía de Jesús!
Todas las siguientes recomendaciones del Pontífice han caído en el vacío;
eran palabras para cubrir con lo viejo, con lo glorioso de la obra ignaciana, la Compañía arrupiana, que se
comprometía nada menos que a festinar en el mundo la socialización, el comunismo, en la viviente
interpretación de la POPULORUM PROGRESSIO.


Dos demandas hace Paulo VI a los jesuitas: la primera, la que ya comentamos se refiere a los problemas
internos,
que en la misma Compañía habían surgido, con los cambios espectaculares, que
el "aggiornamento" y la reforma habían ya provocado y que a muchos de los fieles hijos de San Ignacio los
habían inducido a pedir la división de la Orden, como ya dijimos, en dos distintos organismos: la Compañía de
la observancia total a las Constituciones y las Reglas, a las tradiciones;
y la nueva Compañía, la reformada, la
que el P. Arrupe había fundado.
La segunda demanda, que el Pontífice hace a los nuevos jesuitas es más
directa: "¿Puede la Iglesia, puede el sucesor de Pedro considerar todavía a la Compañía como su milicia
particular más fiel?"
Es una demanda, que encierra un "mandato apostólico", cuya obediencia será
recompensada por el afecto, por el reconocimiento, por la bendición del Papa Montini. Así como en los tiempos
del Concilio de Trento fue la Compañía la que levantó la "contra-reforma";
así ahora después del Vaticano II, —
el Concilio de la pastoral, del ecumenismo, del aggiornamento, del diálogo— ha de ser la Compañía la que
desmonte esa contra-reforma, para establecer las directivas del pasado Concilio. Paulo VI pone su confianza
en el trabajo, mejor dicho, en la colaboración de los reformados hijos de San Ignacio.
"En esta ocasión,
solemne e histórica, vosotros Nos habéis confirmado vuestra identidad con la institución, que en los tiempos
de la restauración del Concilio de Trento estuvo al servico de la Santa Iglesia Católica".


Al hablar del papel importantísimo, que, según esos pactos secretos, la Compañía debe jugar "para difundir los
principios cristianos en el mundo moderno, descritos por la Constitución Pastoral "Gaudium et Spes"
, Paulo
VI hace esta distinción, que es conveniente tener en cuenta: "Este mundo, que tiene dos caras, que nos
descubre el Evangelio: el mundo que junta en sí todas las oposiciones a la luz y a la gracia, y el mundo de la
inmensa familia humana".
Esta distinción es tan importante, como la que hemos de hacer al hablar de la
Iglesia: la institución divina de Cristo, para aplicarnos los frutos salvíficos de su Redención; y la Iglesia, el
pueblo de Dios, los miembros fieles de la Iglesia militante; y los posibles miembros de la deseada unión de
todos los hombres bajo la única fe, el único bautismo, el único régimen de la única Iglesia de Cristo.
¡Sí; tiene razón el Papa Montini: esa reunión, ese discurso constituyen una ocasión solemne o, por lo menos
histórica; es el pacto de total colaboración de los jesuitas de la nueva ola a los planes socio-políticos y
socio-económicos de las fuerzas de izquierda, que han sido el único programa pontifical de Paulo VI.


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UN ARTICULO DEL PRESBÍTERO DR. ANTONIO BRAMBILA


Con el título sugestivo de "VERDADES Y DIRECTIVAS", publicado en la edición matutina de "EL SOL DE
MÉXICO"
del 18 de agosto de 1972, nuestro buen amigo, el Presbítero Dr. Antonio Brambila, publicó el siguiente
artículo, que nos vamos a permitir comentar después ya que, -así me parece- tiene alguna vinculación con las
ideas y comentarios, expuestos más arriba:
"El caso del teólogo suizo Hans Küng, al que hice referencia el pasado lunes es simplemente un caso concreto, dentro de
una situación general de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II. La situación se expresa bastante bien, creo yo, si
decimos que uno de los efectos del Concilio fue el de que se haya sustituido hasta ahora el Magisterio con el Diálogo. Y lo malo que hay en ello es que no se dialoga bien sino entre iguales, y un maestro no será jamás igual a sus discípulos; pues si les es igual, si no sabe más que ellos ni tiene mayor autoridad que ellos, no es digno de ser su maestro. Esta substitución ha tenido lugar después del Concilio, pues a partir de él no ha habido ninguna condenación de errores. No son los maestros, sino los simples fieles los que denuncian las herejías, pero no pueden hacerlo con una autoridad de la cual carecen; y el malestar es evidente y profundo.

"Eso se debe, creo yo, a la naturaleza pastoral, meramente pastoral y no dogmática, del Vaticano II. Así lo quiso Juan
XXIII, así fue. Los anteriores Concilios definieron verdades y condenaron errores. El Vaticano II no hizo nada de esto, sino que se limitó a "marcar directivas" pastorales en orden a la renovación de la Iglesia y de la Futura Unidad de los
Cristianos. "Concilio de directivas", lo llamó el gran teólogo Karl Rahner en un precioso librito publicado a raíz del
Concilio.

"Una verdad es una verdad. No cambia. Es lo que es, y cuando se cree en la autoridad de la Iglesia para definir verdades, cuando la Iglesia defina, cesan los pleitos y todos inclinamos la cabeza, poseedores en común de una seguridad superior a
nuestras personales evidencias.

"Pero una directiva no es necesariamente una verdad absoluta. Marcar una directiva es marcar una dirección, es marcar una
finalidad para que todos tendamos a ella por los mejores medios. Cuando me dan la directiva de que vaya a Nuevo Laredo
no me dicen si lo hago a pie, en automóvil o a lomos de elefante. El Concilio nos dio la directiva del diálogo. Muy buena y
santa cosa, pues mucho tiempo y energía se pierden en agitaciones y peleas, cuando hablando razonablemente se podrían
arreglar las cosas mejor. Diálogo de superiores con súbditos, diálogo de hermanos con hermanos, de católicos con no católicos, de cristianos con no cristianos, de creyentes con ateos. Un mundo encantador en el cual dialogamos todos.
Pero una cosa no hizo el Concilio: proveernos con todo lo necesario para dialogar con fruto. La directiva la marcó, pero la
elección de los medios y lugares, y de los criterios la dejó a la apreciación general. Y como cada cabeza es un mundo,
resultó lo que tenía que resultar: la Torre de Babel en que estamos es lamentable, pero previsible.

"El Concilio nunca dijo, por ejemplo, que la herejía ya no exista; ni que la herejía sea tan buena y saludable como la
ortodoxia; ni que la Iglesia debe dejar pasar las herejías entre sus hijos sin denunciarlas. Juan XXIII fue el que dijo, como
quien da una directiva, que más esperaba él del diálogo fraterno, que de las condenaciones secas, y ESTO no fue una
definición dogmática, sino una apreciación personal de un Papa santo y pastoral. No teníamos nada que decir, aunque
desde entonces hubo muchos que tuvieron sus aprensiones.
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Re: "SEDE VACANTE" del R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga

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"El Concilio dijo simplemente que la Unidad de los cristianos no se alcanzará nunca si nos pasamos el tiempo tirándonos
pedradas, cosa clara y evidente. Nos estimuló al diálogo, y estamos dialogando. Pero esto era una directiva. Se nos marcó
una finalidad, pero marcar una finalidad, es cosa distinta de conseguirla. Todos nos lanzamos con entusiasmo detrás de la
finalidad, pero los medios los sacábamos de nuestra cabeza, y no hay derecho de endosar al Concilio muchos errores, que
ha habido, tanto en la interpretación ideal de la directiva, cuanto en los medios usados para conseguir las finalidades. Y
esto se da en todos los niveles, desde el Papa abajo.

"El Papa Paulo, por ejemplo, estimó —y esto no tiene valor dogmático— que convenía experimentar seriamente lo
sugerido por el Papa Juan y se propuso no condenar ni herejías, ni herejes.
Con la esperanza de que habría otros medios
para llegar, con la ayuda del Espíritu Santo, a los fines deseados.

"El resultado ha sido la desorientación, la incertidumbre, el que las ovejas negras, como Hans Küng anden revueltas con
las blancas, el que cualquier sacerdote semi-destripado en los exámenes de Teología critique en un libro irreverente a una
Iglesia, que nunca comprendió; que los católicos estén leyendo por sistema libros protestantes, en los cuales su fe sale
tambaleándose.


"Ya no hay condenación de libros; el Santo Oficio cambió de nombre y casi de funciones. Antes era un perro que ladraba, y
que de cuando en cuando mordía a los de casa, pero prestaba un servicio;
ahora no lo presta y personajes como Hans Küng
o Iván lllich deciden libremente si se presentan o no se presentan en Roma para dar cuenta de sus afirmaciones
escandalosas. Y ha sido un revolverse de muchos contra la Iglesia, un acusarla de todos los pecados del mundo, sin que
haya manera de poner un poco de orden en todo esto.
La Autoridad está en crisis, como lo está correspondientemente, la obediencia y la docilidad. Y el Papa puede quejarse un día, desde los balcones de su apartamento vaticano, de que la Iglesia
parece estar metida en una empresa de "autodemolición".

"¿La razón? Que con la mejor de las intenciones del Concilio no quiso definir verdades ni condenar errores, sino
simplemente marcar directivas, como lo dijo Rahner. Nadie puede acusar a nadie de no haber buscado, según sus medios y
criterios, esas finalidades que el Concilio marcó. Pero todos podemos quejarnos, a la distancia que hemos recorrido, de una
falta de coordinación en los esfuerzos, de una especie de anarquía en la elección de medios. Los fines son claros, los
medios no lo son. El Concilio no quiso ser dogmático, sino práctico, pastoral; y hace ocho o diez años, cuando el Concilio
estaba actuando, podíamos tener sobre esa idea original una apreciación optimista y eufórica. Ahora, a ocho años de
distancia de la clausura del Concilio, cuando ya han hecho su camino los experimentos,
hay ya algún motivo para
preguntarse si el Concilio no hubiera sido mucho más práctico si hubiera consentido en ser más dogmático.


"La Unidad de los cristianos está tan lejos como siempre. Como que es un enorme milagro que solo Dios puede hacer. Pero mientras tanto los católicos, aunque ganamos ciertamente en el terreno de la participación de los fieles en la Liturgia —cosa que por sí sola merecía un Concilio- nos hemos debilitado casi en todo el resto; hemos perdido seguridad doctrinal, hemos perdido confianza en nuestros guías, y muchos de nosotros, con la idea subjetiva de renovar la Iglesia, no estamos haciendo sino intentos de demolerla.

"Yo pienso que no se puede seguir largo tiempo por este camino. Está bien hacer experimentos nuevos, pero con la mirada
siempre fija en los resultados que se van produciendo. Y llega un momento en que un experimento determinado debe darse
por hecho; y si los resultados son negativos, debe ser cambiado por otro. Una verdad dogmática es infaliblemente
verdadera.
Una directiva, aunque sea conciliar, no goza de ese carisma. ¿No será ya llegado el tiempo de "apreciar" los
resultados?
Porque si convenimos en que son malos y que se deben al modo como se marcaron las directivas, parece que
debe haber algún cambio en lo que estamos haciendo. ¿O no? "



A CONTINUACIÓN... COMENTARIO CRÍTICO DEL REV. P. SÁENZ Y ARRIAGA A ESTE ARTÍCULO DEL P. BRAMBILA
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El P. Brambila es desconcertante, como ya lo indiqué en otra parte; lo mismo se inclina a la izquierda, que da
un viraje, aunque sea a medias, hacia la derecha. Esta vez se me puso enfrente; y no voy a perder la ocasión,
para sacar el jugo de su equilibrado artículo en EL SOL DE MÉXICO. A su juicio yo soy un "sacerdote
semi-destripado en los exámenes de Teología"
que "critico en un libro irreverente a una Iglesia, que nunca
comprendí".
Es fácil atacar sin nombrar al atacado, y menos todavía sin aducir las pruebas del ataque. Se
olvidó el sabio periodista de aquel famoso artículo, escrito por él con ocasión de mi libro "LA NUEVA IGLESIA
MONTINIANA"
y la "excomunión" de Su Eminencia Reverendísima Don Miguel Darío Miranda y Gómez, en el
que me atacaba despiadadamente, a pesar de la amistad que me profesa; de donde ahora yo deduzco que "el
libro irreverente"
fue mi libro, y "el sacerdote semidestripado en los exámenes de Teología" soy yo. Me
gustaría, sin embargo, que, hurgando en los archivos de la Compañía, nuestro preclaro teólogo demostrase
mis "destripadas" en los exámenes de filosofía, teología o cualquier otra materia". Y, si no quiere molestarse, yo
sí puedo demostrarle con documentos, que, no por favor, sino por justicia, me dieron mis ex-hermanos y que
atestiguan que mi ciencia teológica y filosófica y en Derecho Canónico no están tan destripadas, como él
piensa. Pero vamos a su artículo:

1) Confiesa el Dr. Brambila que el caso de Hans Küng es tan sólo "un caso concreto, dentro de una situación
general de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II".
La confesión de Antonio, aunque tardía, es sincera. En
uno de los primeros libros, que yo publiqué en esta ya prolongadísima contienda: "EL ANTISEMITISMO Y EL
CONCILIO ECUMÉNICO Y QUÉ ES EL PROGRESISMO",
me permití atacar al teólogo suizo de la
Universidad Tubigense Hans Küng, con gran escándalo de la Sagrada Mitra, protestas del canciller Luisito y
alguna hablada del Dr. Brambila. Entonces escribí yo: "Si Küng se jacta de ser franco, no permitiré yo que me
haga ventaja en su franqueza. Es necesario llamar al pan, pan, y al vino, vino. Es imperioso desenmascarar a
la herejía, que hace alardes de razonamientos teológicos. Es vital para el futuro de la Iglesia el que sean
descubiertos los lobos revestidos con pieles de oveja.
Porque, para empezar con un alarde de franqueza, yo
considero todo lo que Küng ha escrito no sólo como algo escandaloso, 'piis auribus ofensivo', sino en
muchas proposiciones abiertamente herético, destructor y perverso. Con la doctrina del teólogo alemán todo el
catolicismo se sacude, se desquebraja, se destruye.
El 'Nihil obstat' y el 'Imprimatur', que anteceden y
avalan los libros del teólogo del Rhin no cambian la doctrina intrínseca, que el autor enseña y que pretende
sea aceptada por el Concilio".


Ahora, después de los incidentes que se han seguido, es muy fácil atacar a Küng, como lo hace Antonio
Brambila; bueno hubiera sido que desde aquellos tiempos nuestro Doctor teológico hubiera salido a la palestra.
Es como los que atacan con furia al obispo de Cuernavaca, después de haberse escandalizado por mi libro
que abrió el fuego -"CUERNAVACA Y EL PROGRESISMO RELIGIOSO EN MÉXICO".

2) "... uno de los efectos del Concilio fue el de que se haya substituido hasta ahora el Magisterio con el
Diálogo".
¡Frase preciosa, que aplaudo con toda mi alma! Esta es, en síntesis, la gran tragedia del Vaticano
II: "haber querido substituir el Magisterio por el Diálogo". Nuestros venerables Padres Conciliares quisieron
enmendarle la plana (= corregir) al mismo Cristo. El había dicho "Id y enseñad". "Predicad el Evangelio a toda
criatura".
Ellos dijeron: "Id y dialogad". Y, como advierte Antonio, se dialoga entre ¡guales;
no entre maestros y discípulos. Esta fue una claudicación fundamental de los dirigentes del Concilio y, en especial, de Paulo VI y su
ilustre antecesor Juan el Bueno. El Magisterio vivo, auténtico e infalible de la Iglesia quedó reducido a un
amoroso diálogo entre ¡guales. Este era el paso necesario para instalar en la Iglesia la revolución proyectada,
hábilmente preparada por varios siglos.


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3) Otra frase de Brambila digna de encomio: "Eso se debe, creo yo, a la naturaleza pastoral, meramente
pastoral, no dogmática, del Vaticano II".
¡Un Concilio Pastoral! ¡Vaya un absurdo! Tengo en mis manos
un "DICCIONARIO DE LOS TEXTOS CONCILIARES" (Vaticano II), en dos tomos, lujosamente empastado. He
buscado y rebuscado la significación, que el dicho Concilio dio a esta tan manoseada palabra PASTORAL; y
no la encontré. He aquí una de las características de ese Concilio Pastoral, fuente inagotable de confusión: el
no hacer un "status quaestionis", el no plantear bien los problemas novedosos que quería imponernos, el no
decir lo que entendían por "pastoral", por "diálogo", por "aggiornamento", por "ecumenismo", por tantas otras
cosas, que exigían una precisa, esencial definición de los términos, antes de poder aceptar, negar o distinguir
con precisión el problema novedoso planteado por el Concilio.
Además, la pastoral es algo contingente,
movedizo, circunstancial. Una es la pastoral con los indios y otra la pastoral con los profesionaless o
universitarios. La pastoral varía, según las circunstancias de tiempos, de lugares y de personas. El gran error
estuvo en suprimir el dogma, el hacer dogma a la pastoral, el querer abrir las puertas con el diálogo pastoral a

la herejía, que se infiltraba por todas partes.

La Unidad de la Iglesia, como dice Antonio, no se puede lograr con claudicaciones, con compromisos, con
entreguismos, sino sólo se alcanzará por un grandísimo milagro de la Omnipotencia Divina. Nuestra actual
pastoral y nuestro diálogo tan sólo han conseguido el que los "separados" se burlen de nosotros y nos echen
en cara que, al fin, hemos acabado por reconocer que Lutero, Calvino y todos los herejes del pasado tenían
razón y que nosotros vivíamos sumergidos en un fanatismo absurdo, en un quietismo paralizante; habíamos
perdido el dinamismo de la vida.


4) El Vaticano II se limitó a darnos directivas... Pero una directiva no es necesariamente una verdad absoluta.
El cambio fue certero: la inmovilidad de la verdad revelada quedó fluctuante, inestable, convertida en una mera
directiva de diálogo, de ecumenismo, de aggiornamento.
Se dialoga sobre frivolidades, no sobre las
enseñanzas de Cristo, ni sobre temas de los que pende nuestra eterna salvación.
¿Cómo proveernos de los
medios necesarios para dialogar con fruto? El diálogo en temas tan vitales necesariamente se convierte en la
nueva Babel o en un mitin de "justicia social".

5) Juan (Roncalli) y Pablo (Montini), como quienes dan una directiva, dijeron que más se podía conseguir con el diálogo fraterno
que con condenaciones secas y que convenia experimentar seriamente esta sugerencia. Y nos lanzamos al
experimento -como si la Iglesia necesitase experimentos para cumplir su misión sobre la tierra-; y los
resultados han sido y son funestos: "es la desorientación, la incertidumbre, el que las ovejas negras como
Hans Küng, o Iván lllich anden revueltas con las blancas y decidan libremente si se presentan o no se
presentan en Roma para dar cuenta de sus afirmaciones escandalosas. Y ha sido un revolverse de muchos
contra la Iglesia, un acusarla de todos los pecados del mundo".
Así es verdad: ¿No fue Paulo VI el que, al abrir
la segunda sesión del borrascoso Concilio, pidió públicamente perdón en nombre de nuestra Iglesia a los
"separados", como si nuestra Iglesia fuese la responsable de todos los cismas y de todas las herejías?

"El Concilio de directivas", como lo llamó el gran 'hereje' Rahner, en un nefasto libro, nos hizo perder la única
dirección que nos dio Cristo, cuando nos dijo: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA". La única
directiva nos la dio Cristo cuando nos señaló su doctrina inmutable, infalible, divina y añadió: "EL QUE
CREYERE SERA SALVO, EL QUE NO CREYERE SE CONDENARA".


6) No se necesitaban diez años para darnos cuenta de que habíamos perdido la ruta, de que la autodemolición
de la Iglesia había empezado:
los mariachis de la misa panamericana de Cuernavaca nos hicieron ver que el
derrumbe monstruoso de la Catedral, las manos, la estrella de David y todo ese teatro de Méndez Arceo eran
los preludios del
Calvario del Cuerpo Místico de Cristo.

Yo, como Antonio Brambila pienso que "no se puede seguir largo tiempo por este camino". ¡La fe se está
perdiendo!
¡La profanación sacrílega en nuestros templos, que para nosotros son la casa de Dios, es ya
intolerable! La prédica socializante que quiere cambiar la Justicia del Reino de los Cielos por la así
llamada "justicia social" lejos de traernos la prometida paz, la armonía de la fraternidad humana, ha
acrecentado y multiplicado la barbarie espantosa de las guerras, de las guerrillas, de los secuestros, de las
piraterías, de los odios entre todos.
La división es la característica de esta época postconciliar: división
entre los fieles, entre los obispos y cardenales, en las familias religiosas, en las comunidades sociales, en la
misma intimidad de nuestros hogares cristianos.


¿Y quién es el responsable, Antonio Brambila, de esta autodemolición interna de la Iglesia, de esa destrucción
de la vida religiosa, de esa inseguridad en las mismas verdades dogmáticas de nuestra religión sacrosanta,
que, por desgracia, cunde con pavorosa rapidez?
¿El Concilio Vaticano II, el de las directivas, como dice su
amigo Rahner (¡Qué amiguitos tienes, Antonio!) ? ¿O fue Juan XXIII, que tuvo la inspiración del Concilio?
¿O es Paulo VI, que con la tenacidad que le caracteriza se empeñó en "experimentar seriamente" lo sugerido por
Juan el Bueno? Yo le recuerdo a Ud., Sr. Doctor, que lo que es causa de la causa es causa de lo causado; y
también le sugiero el que piense Ud. en que "los teólogos destripados", como Ud. me llama, pueden tener
algún conocimiento teológico, que Ud. ignora.


A CONTINUACIÓN... OTRO ARTICULO DEL DR. ANTONIO BRAMBILA CON VIRAJE (TENDENCIA) A LA IZQUIERDA
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"¡La fe se está perdiendo! ¡La profanación sacrílega en nuestros templos, que para nosotros son la casa de Dios, es ya intolerable! La prédica socializante que quiere cambiar la Justicia del Reino de los Cielos por la así
llamada "justicia social" lejos de traernos la prometida paz, la armonía de la fraternidad humana, ha
acrecentado y multiplicado la barbarie espantosa de las guerras, de las guerrillas, de los secuestros, de las
piraterías, de los odios entre todos.
La división es la característica de esta época postconciliar: división
entre los fieles, entre los obispos y cardenales, en las familias religiosas, en las comunidades sociales, en la
misma intimidad de nuestros hogares cristianos".
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Re: "SEDE VACANTE" del R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga

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OTRO ARTICULO DEL DR. ANTONIO BRAMBILA CON CAMBIO DE DIRECCIÓN A LA IZQUIERDA


El lunes 11 de diciembre de este año del Señor de 1972, apareció en "EL SOL DE MÉXICO" un nuevo artículo
del Dr Brambila, desconcertante como todos los suyos, en el que, dando un viraje (cambio de dirección) hacia la izquierda, trata de
defender un indefendible "MOTU PROPRIO" del Papa Montini, en el que graciosamente se permite "que los
protestantes se acerquen, en determinadas condiciones, a recibir el Sacramento de la Sagrada
Comunión".
Remando esta vez hacia la izquierda, Antonio, pretende conservar su posición dialéctica de
equilibrio y quedar, de esta manera en perfecta armonía con tirios y troyanos, aunque sea con sofismas y
claudicaciones, en puntos fundamentales de nuestra fe católica.

El Derecho Canónico (canon 731), dice expresamente, en el párrafo 2: "Está prohibido administrar los
Sacramentos de la Iglesia a los herejes o cismáticos, aunque estén de buena fe, en el error, y los pidan,
a no
ser que antes, abandonados sus errores, se hayan reconciliado con la Iglesia".
El Derecho Canónico,
claro está, no es un libro doctrinal, sino meramente disciplinar, pero hay que tener siempre en cuenta que la
disciplina de la Iglesia no es arbitraria,
que está ordenada a la preservación de la fe y buenas costumbres y
que, por lo mismo, tiene siempre una base estable y doctrinal.

La Iglesia prohibe repetidamente mantener comunicación con los acatólicos en las cosas sagradas. Asi, por
ejemplo, en el canon 1258, leemos: "no es lícito a los fieles asistir activamente, o tomar parte, de cualquier
modo que sea, en las funciones religiosas de los acatólicos".
En el canon 1325, párrafo 2: "Si alguien, después
de haber recibido el bautismo, conservando el nombre de cristiano, niega pertinazmente alguna de las
verdades, que han de ser creídas con fe divina y católica o la pone en duda, es hereje; si abandona por
completo la fe cristiana, es apóstata; finalmente si rehúsa someterse al Sumo Pontífice o se niega a
comunicar con los miembros que le están sometidos, es cismático".
Y en el párrafo tercero: "Sin licencia de la
Santa Sede o, si el caso urge, del Ordinario local, se guardarán los católicos de tener disputas o conferencias,
sobre todo públicas, con los acatólicos".
Al hablar de los "Sacramentos" declara la Iglesia, en forma general,
que no se les deben administrar, mientras permanezcan en su error.

Y las razones, para esta prohibición general y categórica, parecen ser las siguientes:

1a- La necesidad de evitar la profanación consiguiente al hecho de que se ofrezcan cosas tan santas a
personas tan indignas "No deis, dice el mismo Jesucristo, las cosas santas a los perros; ni echéis las
margaritas a los puercos".
(Mt. VII, 6). La "buena fe" no cambia la objetividad de las cosas; la buena fe, aunque
es requisito necesario,
no justifica, ni hace al hereje o al apóstata, ni al cismático, subjetivamente miembros del
Cuerpo Místico de Cristo, con todos los derechos que da a los fieles la filiación divina.
Desde luego, como
consta en el canon 87, "por el bautismo, el hombre se constituye persona en la Iglesia de Cristo, con todos los
derechos y obligaciones de los cristianos, a no ser que, en lo tocante a los derechos, obste algún óbice, que
impida el vínculo de la comunión eclesiástica o una censura infligida por la Iglesia".


La herejía, pues, es un óbice para participar de los derechos de la comunidad eclesial. Brambila, siguiendo a
Paulo VI, supone, sin probarlo, que los que nacieron en una religión acatólica están exentos de toda
responsabilidad del pecado de herejía; están en buena fe y, por lo tanto, están con la disposición necesaria
para recibir la Sagrada Comunión.
No opina así el Padre Lobo: "El óbice a la participación de los Sacramentos
existe en los herejes, apóstatas y cismáticos, mientras permanezcan en el error; tanto si están de buena, como
de mala fe, se encuentran en la condición general de "separados de la Iglesia", y privados de sus bienes, ya
que el legislador no hace ninguna distinción entre ambas situaciones, a pesar de conocer perfectamente la
diferencia teológica que existe entre los que yerran material y formalmente. El medio, señalado por la Iglesia,
para recuperar esos derechos o adquirirlos, si nunca los habían obtenido, no puede ser más sencillo, a la vez
que más lógico: "abandonar los errores y reconciliarse con la Iglesia".
El primero de estos requisitos no
incluye necesariamente el segundo, pero éste supone a aquél.

CONTINUARÁ...
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"La Iglesia prohibe repetidamente mantener comunicación con los acatólicos en las cosas sagradas. Asi, por
ejemplo, en el canon 1258, leemos: "no es lícito a los fieles asistir activamente, o tomar parte, de cualquier
modo que sea, en las funciones religiosas de los acatólicos".
En el canon 1325, párrafo 2: "Si alguien, después
de haber recibido el bautismo, conservando el nombre de cristiano, niega pertinazmente alguna de las
verdades, que han de ser creídas con fe divina y católica o la pone en duda, es hereje; si abandona por
completo la fe cristiana, es apóstata; finalmente si rehúsa someterse al Sumo Pontífice o se niega a
comunicar con los miembros que le están sometidos, es cismático".
Y en el párrafo tercero: "Sin licencia de la
Santa Sede o, si el caso urge, del Ordinario local, se guardarán los católicos de tener disputas o conferencias,
sobre todo públicas, con los acatólicos".
Al hablar de los "Sacramentos" declara la Iglesia, en forma general,
que no se les deben administrar, mientras permanezcan en su error".
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Re: "SEDE VACANTE" del R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga

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¿Nunca se pueden dar condicionalmente la extremaunción y la absolución a los cismáticos, herejes y
apóstatas, sin la previa retractación, cuando están en peligro de muerte y se hallan privados de los sentidos
exteriores?
Apoyándose en el texto canónico y en las repetidas declaraciones del Santo Oficio, opina el P.
Alonso Lobo en la siguiente forma:

1o Tratándose de apóstatas, herejes o cismáticos, que no se hallen gravemente enfermos, es necesario que
se reconcilien previamente de manera expresa con la Iglesia, antes de administrarles los Sacramentos. Es
necesario, añado para mayor claridad, que hagan un acto explícito de fe de todos los dogmas de nuestra fe
católica.
Uno solo que nieguen, impediría la lícita administración de los Sacramentos.

2o Cuando están en peligro de muerte por enfermedad y conservan el uso de la razón siguen obligados a
rechazar externamente sus errores y reconciliarse con la Iglesia; pero bastará que lo hagan de la manera
mejor que puedan, incluso implícitamente.

3o Si llegaron a perder el uso de los sentidos podría administrárseles condicionalmente la absolución y
extremaunción, cuando, por conjeturas se deduce que semejantes moribundos estarían dispuestos a
abandonar sus errores. Sin embargo, cuantas veces la presunción esté en contra de ellos, debido a que
permanecieron obstinadamente impenitentes hasta el último momento, hay que negarles los Sacramentos.


En los dos primeros casos, puesto que hay retractación externa, la colación del Sacramento se hace en
forma absoluta; en el tercero sólo es lícita en forma condicional.

Pero Brambila no ha dicho la última palabra, que contradice esa doctrina cierta, que en las aulas más
prestigiadas de la teología católica se había siempre enseñado. El, que cree poseer la teología, porque, en
realidad la posee, aunque con sus lagunas y sus crasos errores, va a contestar a los que creemos poseer y no
poseemos, esa ciencia extra-humana del Doctor Don Antonio, que, cuando se enoja, tira de la solapa y dice
groserías a los pobres mortales que no alcanzaron su ciencia. ¿Qué dice el Doctor michoacano (del estado de Michoacán)? "Pero hay
gentes que no saben distinguir, por falta de formación teológica adecuada, entre lo que se puede y lo que no
se puede sin lastimar la fe católica".
Si hubo mala formación, Don Antonio, écheles la culpa a los jesuitas, que
fueron también sus maestros; écheles la culpa a tantos autores de los de mayor renombre en la ciencia
teológica y la ciencia jurídica de la Iglesia, y, finalmente, échese también a Ud. mismo la culpa, porque nada
ciega tanto a los hombres como la presunción y la soberbia. Padre Brambila, no es Ud. el único que sabe
teología; ni es su chestertoniana teología la verdadera teología de la Iglesia de Dios.
Aquí no se trata de
opiniones personales;
aquí se trata de cosas fundamentales en la verdad teológica. Creemos en el Papa,
mientras el Papa no contradice las enseñanzas inmutables del "Depositum Fidei" y la doctrina definida en los
Concilios como dogmas de fe o por los Sumos Pontífices, en perfecta armonía con la Sagrada Escritura y la
Tradición.
No podemos admitir una teología para Pío IX, Pío X, Benedicto XV, Pío XII, y otra teología para los
dos últimos Papas y su Concilio Pastoral.
Yo estoy seguro que ud. mismo diría lo mismo, si estuviésemos
todavía en los tiempos de Pío XII o en la de los tiempos más remotos de los apóstoles; pero las conveniencias
y las prebendas hacen pensar a muchos hombres de distinto modo al que les dicta la conciencia.
Su
catolicismo, Don Antonio, no es un verdadero catolicismo,
porque se aparta, en puntos fundamentales, como
es el que trata Ud. en su artículo, de lo que siempre y en todas partes enseñó la Iglesia y lo que el Concilio de
Trento definió y lo que el mismo Apóstol San Pablo nos enseñó, al hablarnos de los misterios eucarísticos y las
disposiciones necesarias para recibir menos indignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. "QUI ENIM
MANDUCAT Y BIBIT INDIGNE IUDICIUM SIBI MANDUCAT ET BIBIT".


Don Antonio nos dice otra barbaridad: "Los modernos protestantes están en posturas teológicas de herejía,
ciertamente, pero no tienen la mentalidad del hereje".
Yo entiendo por tener la mentalidad del hereje el negar
un solo dogma de nuestra fe católica mucho más si se niegan varios;
y, por lo tanto, la mentalidad y la postura de los "separados" es la de herejes, con culpa o sin culpa De internis non iudicat Ecclesia. Eso de que los hijos de católicos salgan mecánicamente católicos, es no una barbaridad, sino una herejía. ¿Pues qué no sabe Ud., señor de EL SOL DE MÉXICO, que en el bautismo, juntamente con la gracia santificante, la nueva naturaleza, recibimos también esas virtudes infusas por las cuales obramos las obras conducentes a nuestra salvación, de las que la primera es la virtud teologal de la fe? Los hijos de los católicos nacen católicos no automáticamente, sino porque, por un designio inescrutable de la Providencia, en el que está involucrado el
misterio de la predestinación, al nacer en el seno de una familia católica, tuvieron la gracia bautismal,
que
los "separados" pueden no tener y, si la tienen, pueden perder, por culpa o sin culpa; para el caso es lo mismo.
No tienen la fe católica y, a pesar de sus falsas súplicas para ser recibidos al banquete divino, no tienen las
disposiciones que ellos mismos saben son necesarias para recibir a Cristo en la Divina Eucaristía.
Si fuera
sincero su deseo,
¿por qué no se convierten? ¿porqué no aceptan humildes las enseñanzas infalibles de la
Iglesia?


"Semen est verbum Dei", la semilla es la palabra de Dios; pero no toda cae en tierra fértil; parte cae en el
camino y es pisoteada por los transeúntes; parte cae entre las espinas, que ahogan su crecimiento y parte,
entre las peñas, y luego se seca porque no tiene humor.

Espero, Don Antonio, que no vuelva Ud. a declararme "automáticamente excomulgado", para complacer a Su
Eminencia y salvar así su ciencia teológica.

Ahora, voy a hacerle una pregunta: ¿Caería en el Cisma quien no aceptase las enseñanzas de un antipapa, o de un papa que ha caído en la herejía?


A CONTINUACIÓN... BRAMBILA NO ES VERDADERO CATÓLICO, SINO VERDADERO "PAPOLATRA"
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"Ahora, voy a hacerle una pregunta: ¿Caería en el Cisma quien no aceptase las enseñanzas de un antipapa, o de un papa que ha caído en la herejía?"
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BRAMBILA NO ES VERDADERO CATÓLICO, SINO VERDADERO "PAPÓLATRA"


En un segundo artículo, que apareció en "EL SOL DE MÉXICO", el viernes 15 de diciembre de 1972, Antonio
Brambila
nos endilga un segundo artículo, en el que, como siempre, haciendo alarde de su chestertoniana
teología, insiste en defender la concesión dada por Paulo VI a los protestantes, para que, sin retractación
alguna, sin reconciliación alguna con la Iglesia, puedan acercarse "en especiales circunstancias" a recibir como
los simples fieles la Sagrada Comunión.
La condición de los protestantes, en este punto, es ahora mejor que la
de los simples católicos:
los "separados" no tienen necesidad de confesarse, como los católicos, cuando hay conciencia de pecado mortal, antes de comulgar. Nada de esto menciona el famoso "Motu Proprio".

Pero, en cambio, Antonio Brambila, el gran teólogo de "EL SOL DE MÉXICO" (el periódico que eliminó de sus columnas los
magníficos artículos del Lic. Rene Capistrán Garza, por ortodoxo, y admitió a Antonio, por heterodoxo)
nos hace una distinción equívoca, sofística, indigna de su claro talento y de superabundante ciencia teológica. No es lo mismo fe
teologal que creencia religiosa.
¡Cómo va a ser lo mismo, Dr. Brambila! Tiene creencias religiosas el budista,
el idólatra y hasta, aunque parezca paradógico, el mismo ateo. ¿Cómo les vamos a negar este privilegio a los
herejes, cismáticos o apóstatas? No podemos, sin embargo, decir que ni los budistas, ni los idólatras, ni
los "separados"
(al menos, no podemos decirlo de éstos últimos con certeza) tienen el don precioso y sobrenatural de la
fe, que Ud. y yo, por la misericordia del Señor, recibimos en el santo bautismo;
esa fe de la que Ud. se cree no
tan sólo poseedor, sino administrador, y que Ud., con mucha caridad, piensa que yo he perdido.

Sí, Dr. Brambila, usted que me niega a mí el don precioso de la fe, puede ser que tenga menos fe, que la que
yo tengo.
La mía no está hipotecada, ni tiene precio. Espero confesar la misma fe, que profesaron mis mayores, sin dejarme arrastrar ni por el servilismo, ni por esas corrientes del protestantismo liberal, que, con el título de "progreso científico" están protestantizando y judaizando la fe de muchos.

Estamos hablando de la fe objetiva, no del acto de fe del verdadero creyente. La fe objetiva es
el "DEPOSITUM FIDEI", es la Verdad Revelada.
Para ser católicos (los únicos verdaderos cristianos que yo conozco) se necesita admitir, como verdades reveladas por Dios y precisamente porque Dios las ha revelado, todas y cada una de las verdades que Dios nos ha revelado y que el Magisterio vivo, auténtico e infalible de la
Iglesia, nos ha enseñado.
Basta la negación de una sola verdad revelada, definida por el Magisterio infalible, para que perdamos el don sobrenatural de la fe, la virtud teologal infusa, que en el santo bautismo recibimos.
Con culpa personal o sin culpa personal —esto ya es otra cosa, que ni Ud. ni yo podremos nunca definir—, lo
cierto es que los "separados" no gozan de la gracia sobrenatural de la fe, a menos que, justificados en un
verdadero bautismo, no hayan luego, al llegar al uso de razón, al darse cuenta de sus creencias religiosas,
negado con obstinación cualquier verdad definida por el Magisterio de la Iglesia.


"La fe creencia, dice nuestro Doctor, está sólo en el entendimiento; la fe virtud se produce y reside en la
voluntad libre".
Pregunto, Antonio: ¿puede haber un acto de fe, sin el objeto de esa fe? ¿puedo yo creer sin
saber, al menos de un modo implícito, lo que objetivamente creo? El católico bautizado, en virtud de la fe
infusa,
aunque sea un ignorante, con tal de que conozca y acepte las verdades esenciales para la salvación,
tiene en sus creencias, implícitamente todas sus creencias católicas; mientras que el "separado", aunque subjetivamente piense tener fe, no la tiene, al excluir él conscientemente una de las verdades reveladas y definidas como tal por el Magisterio. Podrá estar de buena fe (aquí la palabra tiene otro sentido), es decir, no pensará estar engañado; pero el hecho de que él no piense que lo esté no hace que no lo esté. Es como el ciego que no ve, porque no tiene ojos para ver.

Nos habla Brambila de la "fe de los demonios"; en lo que dice otra barbaridad. Según nos dice San Pablo, en el cielo no tendremos ya fe, ni esperanza, porque veremos a Dios y poseeremos a Dios; en el cielo sólo queda la caridad. Así los demonios no creen, porque eternamente tendrán delante el rostro airado de un Dios ofendido, porque tendrán delante los terribles suplicios del infierno. El que ve, ya no cree, y el que no cree no puede tener fe.

Muy informados están los "separados", sobre todo ahora con el "diálogo" de la verdad de la fe católica; si, con buena fe, pidiesen la Eucaristía, lo lógico sería la retractación de sus errores y la reconciliación con la verdadera y única Iglesia de Jesucristo.


A CONTINUACIÓN... CAPITULO X - JUAN B. MONTINI Y SU PROGRAMA SOCIO-ECONÓMICO Y SOCIO-POLÍTICO
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"La fe objetiva es el "DEPOSITUM FIDEI", es la Verdad Revelada. Para ser católicos (los únicos verdaderos cristianos que yo conozco) se necesita admitir, como verdades reveladas por Dios y precisamente porque Dios las ha revelado, todas y cada una de las verdades que Dios nos ha revelado y que el Magisterio vivo, auténtico e infalible de la Iglesia, nos ha enseñado. Basta la negación de una sola verdad revelada, definida por el Magisterio infalible, para que perdamos el don sobrenatural de la fe, la virtud teologal infusa, que en el santo bautismo recibimos".
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