La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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B) En lo que se refiere a la Epístola a los Filipenses (2, 6-11), el escándalo es todavía mayor, en el sentido de que se trata de la Palabra de Dios mismo.

He aquí la traducción que da, para el Domingo de Ramos, el Leccionario oficial, reproducido por el Nuevo Misal dominical, publicado con el imprimatur de Mons. Boudon, obispo de Mende, presidente de la Comisión internacional de traducciones litúrgicas para los países de habla francesa:

"Jesucristo es la imagen de Dios, pero El no quiso conquistar por la fuerza la igualdad con Dios. Al contrario, se despojó, convirtiéndose en la imagen misma del servidor y haciéndose semejante a los hombres. Se reconoció en él a un hombre como los demás. Se rebajó y, en su obediencia, llegó hasta la muerte, y la muerte de cruz".

Resulta verdaderamente imposible imaginar traición más perfecta a la palabra de Dios. Recordemos el texto latino, que se ciñe estrictamente al texto griego:

“Hoc enim sentite in vobis, quod et in Christo esa: qui cum in forma Dei esset, non rapinam arbitratus est esse se aequalem Deo: sed semetipsum exinanivit formam servi accipiens, in similitudinem hominum factus; et habitu inventus ut homo, humiliavit semetipsum factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis.”

Desarrollada en su lógica y en su intención, la traducción dice:

Jesucristo (no es Dios. Es simplemente hombre. Pero es hombre tan perfecto que) es la imagen de Dios. (Podría, pues, sentirse tentado de convertirse en Dios usando de la omnipotencia de su perfección), pero no ha querido conquistar por la fuerza la igualdad con Dios, etc."

Eso es lo contrario de lo que dice San Pablo. Ningún traductor, católico o protestante, se ha equivocado en eso.

Las traducciones abundan. Citemos sólo tres, características por ser recientes y conocidas universalmente.

La primera es la del canónigo Osty (en colaboración con J. Trinquet). Dice:

"Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo:
"El, que era de condición divina, no usurpó el ser igual a Dios,
sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo
y haciéndose semejante a los hombres. Al ofrecer de ese modo
todas las apariencias de hombre, se humilló haciéndose obediente
hasta la muerte, y la muerte de cruz".


En una nota el canónigo Osty indica:

"Nótese la serie de rebajamientos de Jesucristo: de la condición divina a la condición humana, de la condición humana a la de esclavo, de la condición de esclavo a la de crucificado".

La segunda traducción es la del Misal del R.P. Feder S.J. -"el Feder", como se lo llama— que hasta hace 10 años era el más difundido:

"Hermanos, abrigad en vos los sentimientos que animaban a Jesucristo. Era Dios y, sin embargo, no consideró que debía conservar celosamente sus derechos de igualdad con Dios. Al contrario, se anonadó a sí mismo, tomó la condición de esclavo, se volvió semejante a los hombres. Y una vez vuelto visiblemente semejante a los hombres, se humilló aún más, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".

La tercera traducción es la de la Biblia de Jerusalén (¡que, por cierto, no tiene reputación de "integrista"!):

"Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo: El, de condición divina, no retuvo celosamente el rango que lo igualaba a Dios. Sino que se anonadó a sí mismo asumiendo condición de esclavo y volviéndose semejante a los hombres. Comportándose como hombre, se humilló aún más, obedeciendo hasta, la muerte, ¡y muerte en una cruz!"*

Estas tres traducciones, por diferentes que sean, presentan el carácter común de tratar de verter lo más perfectamente posible el sentido del texto original, sentido acerca del cual coinciden, ya que resulta imposible no coincidir si se tiene probidad.

Pero los traductores del Leccionario y del Nuevo Misal Dominical tendían a insinuar que Jesucristo no es Dios.

El Hijo ya no es consubstancial al Padre, y Jesucristo ya no es Dios; ésa es la nueva religión de las traducciones francesas oficiales.


CONTINUARÁ...


*Por nuestra parte, damos el pasaje aludido en la traducción castellana correspondiente a la edición de La Sagrada Biblia, versión Nacar-Colunga, B.A.C., Madrid, 1970: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín (codiciable) ser igual a Dios, antes se anonadó, tornando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filip. 2, 5-8 ). (N. de la T.)
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3. LA MÚSICA Y EL CANTO

En la Constitución litúrgica la cuestión de la música sagrada se trata de manera aún más definitoria,si ello es posible, que la del latín. En principio, se le dedica todo el capítulo VI. Citamos algunos textos:

"Art. 112. — La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas principalmente porque el canto sagrado, ligado a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne..."

"Art. 116. — La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el canto propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas."


Así, pues, no hay problema. Tanto menos, si así puede decirse, cuanto que la combinación entre la tradición y la novedad se hace desde siempre en la Iglesia. Sobre un fondo inmutable el gregoriano —que, bastardeado en el curso de siglos, había sido magníficamente regenerado desde hace cien años, bajo el impulso, sobre todo, de Solesmes y de Pío X—, la polifonía y las músicas nuevas siempre florecieron. Por su parte, el canto popular ocupaba un buen lugar, sucediéndose los cánticos según el gusto de las épocas,terminando algunos de ellos por incorporarse al acervo de la tradición, como se ve por tantos antiguos villancicos que resisten el paso del tiempo. Por consiguiente, no había problemas; sólo había que continuar.

Ahora bien, aquí también se produce el ataque. Para demoler el canto gregoriano se esgrime un argumento excelente: sólo se adapta al latín. Luego, si se suprime el latín, se suprime el canto que lo acompaña. Es lógico, Pero también resulta lógico el razonamiento inverso: hay que conservar el latín y con él el canto gregoriano.

En cuanto a la música, ni hablemos. Cada cual tiene su misa y su melodía. Al final del aggiornamento está el jazz y los negros spirituals surgidos, a no dudarlo, de las profundidades de la sensibilidad popular de nuestros países. 6.


6. Aquí debemos destacar la existencia de la asociación Una voce, que lucha valerosamente por la difusión del latín y del gregoriano. Su consejo de administración está lote triado por: Presidente: Henri Sauguet; vice presidentes: Yvan Christ, Maurice Duruflé, Stanislas Fumet, Profesor Jacques Perret; delegado general: Georges Cerbelaud-Salagnac; secretaria general: Sra. Bernard Guillemot; tesorero general: Jacques Dhaussy; miembros del consejo: Sra. Georges Cerbelaud-Salagnac, Profesor Jacques Chailley, Pierre Claudel, Jean Daujat, Sra. Louise André-Delastre, Dr. Jean Fournée, General de Grancey, Auguste Le Guennant, lean Michaud, Pierre Moeneclaey, René Nicoly, Coronel Rémy, Profesor Robert Ricard, Maurice Vaussard y Profesor Michel Villey.

CONTINUARÁ...
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4. LA SEGUNDA INSTRUCCIÓN SOBRE LA LITURGIA

Ya existía la Constitución sobre la liturgia cuando el 4 de mayo de 1967 apareció la segunda Instrucción "para una justa aplicación de la liturgia". Tres abhinc annos. Su innovación más importante es autorizar las lenguas vernáculas en el canon de la misa. Por supuesto, se necesita la autorización del obispo, pero ahora sabemos que lo autorizado y permitido se convierte en regla general. Por lo tanto, oficialmente, la misa entera será dicha en francés. Por lo tanto, oficialmente, se revoca la Constitución litúrgica, al menos en sus disposiciones positivas más importantes.

Eso es indudable. La Instrucción dice: "Todo lo que se sugirió no ha podido realizarse, al menos por el momento. Pero ha parecido oportuno acoger ciertas sugerencias, interesantes desde el punto de vista pastoral, que no se oponen a la orientación de la próxima reforma litúrgica definitiva". También dice: "Esos nuevos cambios y esas nuevas adaptaciones se deciden hoy en la perspectiva de una realización más completa y de la instauración progresiva de la reforma litúrgica". Tres meses antes, el 4 de enero de 1967, en una declaración a la prensa el P. Annibale Bugnini 7, subsecretario de la Congregación de Ritos y secretario del Consilium de liturgia, había explicado sin ambages lo que se estaba por hacer. "Se trata —dijo— de una restauración (sic) fundamental, casi diría de una refundición, y, en algunos puntos, de una verdadera creación nueva".


CONTINUARÁ...


7 ANNIBALE BUGNINI nació en Civitella de Lego, Italia, en 1912. Comenzó sus estudios teológicos en la Congregación de las Misiones (Vicentinos) en 1928 y fue ordenado en 1936. Pasó diez años en una parroquia de los suburbios de Roma. En 1947 comenzó a escribir y editar la publicación misionera de su orden (hasta 1957). Comenzó también a participar activamente en estudios especializados de liturgia, como director de Ephemerides liturgicae, una de las publicaciones italianas más renombradas en el campo de la liturgia. De ahí en adelante publica gran cantidad de artículos y libros en esos temas, tanto a nivel científico como popular. En 1948 fue nombrado secretario de la Comisión para la Reforma Litúrgica de Pío XII. En 1949 fue nombrado profesor de Liturgia en la Universidad Pontificia Propaganda Fide; en 1955, en el Instituto Pontificio de Música Sagrada; en 1956 fue nombrado consultor de la Sagrada Congregación de Ritos; en 1957, profesor de Liturgia en la Universidad Laterana. En 1960 fue nombrado secretario de la Comisión Preparatoria de Liturgia del Concilio Vaticano II. Bugnini ha declarado abiertamente que "la imagen de la liturgia según ha sido dada por el Concilio es completamente diferente de la que había anteriormente" (Doc. Cath., 1491, 4 de enero de 1967). La Constitución fue promulgada el 5 de diciembre de 1963. Pero, por razones desconocidas, con la aprobación de Juan XXIII, es destituido de su cargo en el Lateranense y como secretario de la Comisión. Medida drástica, muy opuesta al modo de actuar del Papa.

Probablemente los cambios de aire producidos por el Concilio, permitieron que el 29 de febrero de 1964, el P. Bugnini fuera nombrado secretario del
Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia. En abril de 1969 fue promulgado el Novus Ordo Missae; en mayo la Sagrada Congregación de Ritos se divide en otras dos, la del Culto Divino y la de las Causas de los Santos. El Consilium es incorporado a la Congregación del Culto como una comisión y Bugnini es nombrado secretario de la misma. Alcanza así el máximo de influencia. Las cabezas de las comisiones o congregaciones van y vienen: los card. Lercaro, Gut, Tabera, Knox; pero el P. Bugnini permanece estable. El 7 de enero de 1972 recibe, como premio a sus servicios, el nombramiento como Arzobispo titular de Diocleciana. Pero... el 31 de julio de 1975 la Sagrada Congregación del Culto es sorpresivamente disuelta, uniéndose con la de los Sacramentos. Y lo que causó aún más sorpresa, en las nuevas listas ya no aparecía el nombre de Mons. Bugnini. El Osservatore Romano del 15 de enero de 1976 (versión inglesa) anunciaba: "5 de enero: el Santo Padre ha nombrado Pronuncio Apostólico en Irán a su E.R. Annibale Bugnini, C.M., Arz. titular de Diocleciana". El puesto, creado para el caso, no parecía demasiado importante desde ningún punto de vista. Gran indignación en los medios progresistas. ¿Qué había pasado? Dice M. Davies: "Hice mi propia investigación en el asunto y puedo responder por la autenticidad de los siguientes hechos. Un sacerdote romano de la más alta reputación entró en posesión de evidencia por la cual consideró demostrado que Mons. Bugnini era francmasón. Hizo que esa información fuera puesta en manos de Pablo VI con la advertencia que si no se tomaban inmediatamente medidas, se vería en conciencia obligado a hacer público el asunto. Mons. Bugnini fue entonces despedido y la congregación disuelta". Por supuesto que Mons. Bugnini negó la acusación afirmando que se trataba de una "pérfida calumnia", inventada por los enemigos de la reforma litúrgica para entorpecer sus pasos desacreditando al principal colaborador del Papa en este tema, pero reconoce en su libro "La reforma de la liturgia" que dicho cargo fue la causa de su caída en desgracia. No solo eso, sino que además implicó la supresión de la Congregación entera, al fundirla con la de Sacramentos. Monseñor Bugnini falleció en 1982. (extractado de Carmelo López-Arias Montenegro. Nota del editor digital)
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Por lo tanto, la eliminación del latín y del canto gregoriano, así como las demás modificaciones, ya introducidas, por otra parte, en la misa sólo son etapas hacia una liturgia nueva.

De ahora en adelante los novadores (innovadores) se sienten con las manos libres para anunciar su victoria en tono triunfal.

Si leemos el librito publicado por Editions du Centurion con el título de "Nouvelles instructions pour la réforme liturgique" [Nuevas instrucciones para la liturgia], encontramos allí, con las instrucciones Tres abhinc annos y Eucharisticum mysterium, un texto de presentación que nos gustaría reproducir in extenso. Su autor es un benedictino, Thierry Maertens. Citemos algunos pasajes:

"...estos dos documentos revelan el importante camino recorrido desde el Concilio, tanto en el plano de la reforma material como en el de la doctrina” (p. 12).

"...Nada, en la Constitución sobre la liturgia, dejaba suponer que un documento permitiría, cuatro o cinco años más tarde, la proclamación del canon en lengua viva..." (p. 12-13).

(En nota): "El folleto colectivo La Liturgia en los documentos del Vaticano II (...) subrayaba igualmente el peligro para los liturgistas y los reformadores de atenerse estrictamente a la Constitución..." (p. 14).

"...Hoy en día, por haber recibido un sacerdocio que lo envía en misión y lo pone más en contacto con los problemas de los hombres, el celebrante se preocupa más por presentarse, en la liturgia, como el dueño de casa que presta atención a cada uno de sus convidados y que tiene para cada uno de ellos una palabra y una mirada cálida..." (p. 20).

"...Así, pues, aparte de lo propio de su función, el celebrante ya no goza de ningún privilegio en la función litúrgica..." (p. 21).

"...el sacerdote perderá su carácter hierático y sagrado (al menos en el sentido que se da actualmente a esas palabras) si se preocupa de ser el servidor de la asamblea, anuda con ella lazos de aceptación y de fraternidad, y rechaza la expresión de cierta superioridad allí donde no sea necesaria (...) ¿Acaso Dios no nos enseñó, por medio de su Hijo, que su templo sagrado y su morada espiritual se edifican, actualmente, en las relaciones interpersonales?..."(p. 25).

"...Gracias a esa reducción de los gestos (en la misa), el celebrante podrá de ahora en adelante imprimir su psicología religiosa y su función presidencial en tal o cual gesto bien realizado, dado que el número demasiado elevado de ritos impuestos hasta ahora podía tal vez implicar automatismo... (p. 26).

"...Igualmente se ha producido cierta desacralización en lo que concierne a los lugares del culto (...) A condición de entender bien los términos, podría decirse que lo funcional sacraliza de ahora en adelante nuestras iglesias, aún más que el tabernáculo y, en todo caso, más que los otros objetos de devoción..." (p.26-27).

"... (los ritos de antes) llegaban a crear un ambiente de religiosidad que puede parecer alienante al hombre contemporáneo. En el mundo moderno, el hombre es muy sensible a todo lo que lo aliena..."(p.28).

"...La Instrucción del 4 de mayo deja entender claramente que estas disposiciones no constituyen más que una etapa hacia la futura restauración definitiva de la liturgia. Por lo demás, sólo atañen, en general, a ciertas rúbricas particulares y no afectan más que a lo que puede ser modificado sin entrañar necesariamente nuevas ediciones típicas de los libros litúrgicos. Pero es verdad que el espíritu (de Satanás, N. de Javier) y el dinamismo que animan a esas nuevas reglas no tardarán en manifestarse en reformas y estructuras aún más decisivas. ¿Será posible afirmar algún día que la reforma está concluida? ¿El movimiento iniciado no será permanente en la Iglesia?..." (p. 37).


Limitémonos a estas citas. Resultan más que suficientes para revelarnos cómo Thierry Maertens, cum permissu superiorum, contempla la reforma litúrgica y las probabilidades de su evolución futura. Se trata, pura y simplemente, de la abolición de la liturgia. Dicho de otra manera, la abolición de la Iglesia Católica. Porque ¿qué necesidad hay de una autoridad para acordar la libertad total? Y si se nos dice que algunas reglas subsistirían, vemos con claridad que resultarían débiles para contener la licencia desencadenada.

Pero el catolicismo es también el cristianismo en su plenitud. También desaparecería a su turno. El sacerdote, imbuido de su "función" de "presidente" de la "asamblea local", pronto consideraría que de ella provienen sus poderes, y estaría convencido de que haría descender a Dios sobre la tierra si llevase al más alto grado las "relaciones interpersonales" de los miembros de la asamblea, suponiendo que el método indirecto no basta.

¿Ya no hemos llegado a eso? No, por cierto, pero ¿quién negaría que estamos en esa pendiente? (*Nota de Javier: 50 años después de haberse escrito esta crucial obra de Louis Salleron, podemos afirmar con enorme amargura e indecible tristeza que el eclipse de Ntra. Santa Madre la Iglesia es TOTAL. ¡Que el Buen Dios se apiade de nosotros y nos ampare!)

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Image Bugnini, grandísimo hijo de p..., masón destructor, siervo de las tinieblas, SEAS ANATEMA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS !!!
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CAPITULO SEGUNDO - LOS TEMAS DEL AGGIORNAMENTO

La Constitución conciliar de la liturgia había fijado reglas y orientaciones. Los innovadores se han propuesto interpretarlas invocando lo que llaman "el espíritu del Concilio" y lo que el Papa denomina, para estigmatizarlo (*Nota de Javier: el hereje perverso y astuto de Montini-Pablo 6 no estigmatizó ni condenó nada, él siempre estuvo detrás de toda la desorientación diabólica y el pandemonium originado antes, durante y después del funesto Vaticano 2), "el supuesto espíritu postconciliar".

Ese supuesto espíritu postconciliar nutre y mantiene un clima revolucionario en el cual, entre muchos otros, hay cinco temas principales de subversión que gozan de favor particular: el "retorno a las fuentes", la "desacralización", la "inteligibilidad", el "comunitarismo" y el "culto del hombre".

1. EL “RETORNO A LAS FUENTES”

Toda sociedad destinada a durar debe conservar e innovar a la vez.
Debe conservar lo que es su esencia misma, su alma, su espíritu, su principio vital.
Debe innovar, o sea, inventar formas de crecimiento, de manera tal que la novedad de sus manifestaciones exteriores no haga más que evidenciar y asegurar el vigor original de su realidad más profunda.

Sin aventurarnos aquí en los aspectos teológicos de la cuestión, sobre todo en lo que concierne a las relaciones de la Escritura y de la Tradición, podemos decir que la Iglesia, como sociedad de hombres, no escapa a las leyes que regulan la vida de las sociedades. Ahora bien: ya se sabe que en las sociedades establecidas un procedimiento revolucionario probado lo constituye el retorno a las fuentes. Ya no se trata de podar el árbol para que brinde mejores frutos; se lo siega a ras del suelo so pretexto de devolver todo el vigor a sus raíces.

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"El arte de agitar y subvertir a los Estados —escribe Pascal— está en conmover las costumbres establecidas, profundizando hasta sus fuentes para señalar su falta de autoridad y de justicia. Es necesario, se dice, recurrir a las leyes fundamentales y primitivas del Estado, que una costumbre injusta ha abolido. Se trata de una jugada segura para perderlo todo..." (Pensamiento 294 de la edición Brunschvicg, p. 183 de la edición Zacharie Tourneur). Por su parte, Bossuet recuerda "la licencia en la que se sumen los espíritus cuando se sacuden los fundamentos de la religión y cuando se eliminan los límites establecidos" (Oración fúnebre de Enriqueta María de Francia, reina de Gran Bretaña). Ya se trate del Estado o de la Iglesia, el método es el mismo. Hay que referirse siempre a los ejemplos inciertos, incluso míticos, del pasado remoto para romper mejor con una tradición que no hay preocupación por seguir ni por renovar.

Por eso vemos a los innovadores atacar no sólo a la contrarreforma sino a la totalidad de la historia de la Iglesia, bautizada con el cómodo mote de constantinismo, para volver a hallar las formas del cristianismo auténtico en la Iglesia primitiva.

Con su mesura habitual Pío XII puntualizó la cuestión en Mediator Dei: "No hay duda —escribe— de que la liturgia de la antigüedad es digna de veneración; sin embargo, una costumbre antigua no debe ser considerada en razón de su solo sabor de antigüedad como más conveniente o mejor, ya sea en sí misma, ya sea en cuanto a sus efectos y a las condiciones nuevas de las épocas y las cosas (...)

"...Retornar con el espíritu y el corazón a las fuentes de la liturgia sagrada es algo ciertamente sabio y loable, pues el estudio de esa disciplina, al remontarse a sus orígenes, tiene notable utilidad, para penetrar con mayor profundidad y cuidado en el significado de nuestras fiestas y en el sentido de las fórmulas usadas y de las ceremonias sagradas; pero no es sabio ni loable referir todo de todos modos a la antigüedad."


Y agregaba: "De manera que, por ejemplo, sería salir de la senda recta querer devolver al altar su forma primitiva de mesa, querer suprimir radicalmente el negro de los colores litúrgicos, excluir de los templos las imágenes santas y las estatuas, representar al Divino Redentor sobre la Cruz de tal manera que no se adviertan para nada los agudos sufrimientos que experimentó, y por último repudiar y rechazar los cantos polifónicos a varias voces, cuando son conformes a las normas dadas por la Santa Sede".

Ciertamente, la enumeración de Pío XII se refiere a puntos concretos acerca de los cuales, según las circunstancias, se puede pedir a la Iglesia que modifique sus reglas. Por otra parte, es lo que ya ha sucedido con muchos de ellos. Pero advertimos con claridad que la corriente que querría multiplicar los cambios es la misma denunciada por Pío XII, es la del arcaísmo, la de la "excesiva y malsana pasión por las cosas antiguas" a la que se refiere más adelante.

Hay dos retornos a las fuentes. Hay uno que es saludable y necesario. Es el "reabrevamiento" de que habla Peguy, la apelación de una tradición más reciente a una tradición más antigua con el fin de conservar la pureza de esa tradición y mantener la savia vivificante de la institución. Eso es lo que Pío XII llamó "sabio y loable". Y luego está el falso retorno a las fuentes, que consiste en romper con la tradición, para reconstruir de forma artificial estructuras muertas. La liturgia del siglo primero trasplantada al siglo XX tiene el mismo sentido que esos castillos medievales o esas iglesias góticas que construyó Viollet-le-Duc para admiración de los burgueses del siglo pasado.

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2. LA “DESACRALIZACIÓN”


Podría pensarse que el retorno a las fuentes va acompañado por una revalorización de lo sagrado. En efecto, ése es el caso que se da cuando se trata del retorno a las fuentes verdaderas. Pero en cambio, el pseudo-retorno a las fuentes, el gusto de lo antiguo por antiguo, el primitivismo artificial, sólo sirve de vehículo para el retorno a lo profano.

Se comprende muy bien. Si en una catedral reemplazamos el altar por una mesa de cocina, hay algo que desentona. La solución más sencilla sería retirar la mesa. Pero si nos aferramos a la mesa, llegaremos pronto a la conclusión de que la catedral es lo que debe suprimirse.

La revista jesuita Etudes, en su número de marzo de 1967, dedicó un artículo a ese tema firmado por Pierre Antoine, que es, creo, el R.P. Antoine S.J. "¿La iglesia es un lugar sagrado?". Esa es la pregunta que plantea y que sirve de título a su artículo. Su respuesta está tan desprovista de ambigüedad como le es posible. "De hecho rechazamos —escribe— toda valorización intrínseca u ontológica de un lugar cualquiera como sagrado en sí mismo, lo que equivaldría a localizar lo divino. La desacralización tiene una dimensión espiritual y mística que no podemos ignorar y que puede percibirse fuera del cristianismo. Lo atestigua en su crudeza expresiva la historia —tomada de la literatura budista— de un monje que, dentro de una pagoda, orinó sobre la estatua de Buda. Al que se escandalizó ante tamaño sacrilegio le respondió simplemente: "¿Podéis mostrarme un lugar donde yo pueda orinar sin orinar sobre la budeidad?" (p. 437-438).

Esa es la "dimensión espiritual y mística" a que nos convida el P. Antoine. Nos da sus razones. Son las de la iconoclastia tradicional, a las que se agregan el advenimiento de la era técnica (que sucede a la era sacra) y la reintegración del hombre en el cosmos. El P. Antoine es claro. Propone que las catedrales sean convertidas en museos, como a sus ojos ya lo son. En cuanto a las otras iglesias, tolerémoslas, aunque estén muy mal concebidas como lugares de reunión. ¿Y para el futuro? "... ¿podemos, en el contexto de la sociedad actual, imponer al paisaje urbano esa insistencia en edificios religiosos? (...) tal vez deberíamos reconocer honestamente que, en las condiciones actuales, por ligereza o por pereza de concebir otras soluciones posibles, construimos un número excesivo" (p. 444).

Estas palabras parecerían simplemente extravagantes si las descubriésemos en alguna publicación esotérica, de esas en las que se refugian los genios incomprendidos. Pero se han publicado en la más importante revista francesa de los jesuitas, lo cual significa, o que la Compañía de Jesús las aprueba, o considera que merecen ser objeto de nuestra reflexión. Eso demuestra a qué nivel ha caído el cristianismo de los ambientes tenidos por más cristianos y más serios.

El artículo del P. Antoine interesa porque muestra a todas luces, por contraste, hasta qué punto los problemas de la liturgia dependen directamente de los problemas de la fe. "La trascendencia divina -dice el P. Antoine— afecta el centro de nuestra vida, como una dimensión de nuestra propia existencia". Pero, si bien es muy cierto que Dios es a la vez trascendente e inmanente y que el hombre, creado a imagen de Dios, Le refleja en cierta manera, la trascendencia de Dios es lo primero, y mediante la alabanza a Dios el hombre manifiesta el reconocimiento de su propia condición. La liturgia es el ordenamiento, la orquestación de esa profesión de fe y de esa proclamación de la verdad. La multitud de símbolos sólo está para sostener e ilustrar la orientación del corazón, de la inteligencia y de los sentidos. Nacida de la fe, la liturgia es sostén y pedagogía de la fe. Atacar la liturgia es minar la fe. Alterar la fe es arruinar la liturgia.

Advirtamos que las ideas del P. Antoine son las mismas que expone el célebre ex obispo anglicano de Woolwich, Tohn A. T. Robinson en su libro Dios sin Dios (Honest to God). A ellas les dedica todo un capítulo (el V), cuyas conclusiones lógicas afirmadas con más o menos precisión, son que la liturgia el culto y la religión misma son inútiles. Si ya no hay diferencia entre lo sagrado y lo profano, entre lo religioso y lo secular, no se ve muy bien qué significado puede tener una zona exterior al mundo. El monje budista del P. Antoine había comprendido perfectamente todo eso.

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3. LA “INTELIGIBILIDAD”

La inteligibilidad es un tema caro a los innovadores. En nombre de la inteligibilidad emprenden la demolición de todos los ritos litúrgicos. En nombre de la inteligibilidad quieren desterrar el latín y reemplazarlo por lenguas modernas. En nombre de la inteligibilidad quieren que el Hijo sea "de la misma naturaleza que el Padre" y ya no "consubstancial al Padre".

En todo debe reinar lo racional, lo científico, lo funcional, lo inteligible.

En ese terreno la confusión de los espíritus es tal que se necesitarían cientos de páginas para disiparla. Los errores, los sofismas, los prejuicios, son tantos que resulta imposible pasar revista a todos. Además, las refutaciones o las explicaciones, para ser comprendidas, exigirían un acuerdo previo sobre realidades y nociones que abarcan la totalidad de Dios, del cristianismo, de la inteligencia y de la naturaleza humana. En una palabra, se trataría de una verdadera suma teológica, filosófica y antropológica.

No intentemos semejante empresa y limitémonos a unas pocas opiniones sencillas sobre el punto más sensible: la lengua.

El latín, se dice, es desconocido por la casi totalidad de los fieles. Por cierto, pero ¿acaso se nos enseña el catecismo en latín? ¿Se nos dan sermones en latín? ¿Están en latín los libros en que se nos instruye sobre la religión o que nos proporcionan alimento espiritual?

Por lo tanto, el debate sólo se refiere a la misa y a las oraciones litúrgicas.

Ahora bien, en ese punto se impone una primera comprobación: el latín, que desde unos mil quinientos años ya no es un idioma popular, jamás fue obstáculo para la fe del pueblo, ni para la piedad del pueblo, ni para el conocimiento de las verdades cristianas por parte del pueblo. Y en nuestros días es absolutamente falso sostener que el latín aleja al pueblo de las iglesias. El desafecto de las masas con respecto al cristianismo tiene múltiples causas entre las cuales el latín no figura para nada. También el protestantismo, que emplea lenguas vernáculas, en ese aspecto se halla en la misma situación que el catolicismo, y sería arriesgado sostener que la asiduidad en la concurrencia al templo protestante es superior a la de la iglesia.

Así, pues, el debate es, podemos decir, un debate que afecta a principios, al menos como punto departida, porque luego se suceden los efectos.

"Sólo se puede rezar bien en la propia lengua". He ahí la afirmación final que se opone al latín.

Nuevamente, planteemos dos comprobaciones previas.

La primera es que la oración individual es libre, por naturaleza. Cada uno reza en la lengua que quiere, suponiendo que use el lenguaje para rezar.

La segunda es que los libros de misa —porque se piensa sobre todo en la misa— nos dan (nos daban) siempre la traducción del texto latino. Eso hace que se pueda "seguir la misa" con la mayor facilidad del mundo, ya sea usando uno u otro texto, ya sea pasando de un texto al otro. No sé de nadie que haya nunca tenido obstáculos a ese respecto.

Queda, pues, la sola cuestión de saber si el latín, hablado o cantado, constituye, para los que no lo conocen, un impedimento para la participación activa y consciente en la misa.

La respuesta no deja dudas. Muy lejos de ser un obstáculo, el latín es el mejor medio de esa participación activa y consciente.

El defecto de ininteligibilidad no existe. No sólo existen traducciones, no sólo los fieles han aprendido el catecismo y continúan aprendiéndolo en la iglesia y por sus lecturas, sino que en el misterio divino lo que debemos entender no se halla a nivel de la letra. En todo caso, siempre hace falta la enseñanza.

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InHocSignoVinces
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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

Message par InHocSignoVinces »

San Francisco de Sales escribió sobre eso unas líneas de admirable sencillez y profundidad: "¡Pero por favor! Examinemos seriamente por qué se quiere tener el Servicio divino en lengua vulgar. ¿Es para aprender la doctrina? Por supuesto que la doctrina no puede hallarse allí a no ser que se abra la corteza de la letra en la cual está contenida la inteligencia. La predicación sirve para que la palabra de Dios no sólo se pronuncie sino que sea expuesta por el pastor... De ninguna manera debemos reducir nuestros oficios sagrados a una lengua determinada porque, así como nuestra Iglesia es universal en tiempo y lugar, debe también celebrar los oficios públicos en una lengua que sea universal en tiempo y lugar. Entre nosotros se impone el latín, en Oriente el griego; y nuestras Iglesias conservan su uso con tanta más razón por cuanto nuestros sacerdotes que salen de viaje no podrían decir la Misa fuera de su región, ni los demás podrían entenderlos. La unidad, la conformidad y la gran difusión de nuestra santa religión requieren que digamos nuestras oraciones públicas en un idioma que sea uno y común a todas las naciones" 8.

Difícilmente podría decirse más con menos palabras.

La oración pública es un acto común de adoración en un acto común de fe. Es el lenguaje litúrgico de nuestras relaciones con Dios. Corresponde a la Iglesia fijar ese lenguaje y debe ser el mismo para todos los cristianos. Si la Historia lo ha diversificado, si tal vez pueda diversificarlo aún más, sólo puede ser al mínimo y como un mal menor. La unidad resulta evidentemente preferible, toda vez que la postula cada día más el achicamiento del planeta.

¿Se trata de un esoterismo? Nada de eso, La Iglesia no es esotérica. El objeto de fe que propone es igual para todos y por eso un solo y único lenguaje lo expresa idénticamente para todos. Repetimos que las traducciones existen para reproducir sus fórmulas en la forma más literal posible, pero es menester que procedan todas de un mismo texto, y que ese texto sea conocido por todos.

Por el latín todos los fieles acceden a esa primera inteligencia del cristianismo: que es uno, y el mismo para todos. Al escuchar misa, participan más activa y conscientemente en el sacrificio, sintiéndose en comunión con los cristianos del mundo entero y con todos los de las generaciones pasadas y futuras.
Comulgan en un acto de fe que engloba la universalidad del tiempo y del espacio en la unidad de su proclamación.


8 “Controverses”, 2ª parte: “Les règles de la Foi”, Discurso 25. Citado por Lean van der Stap en “Vernaculaire ou hiératique”, La Pensée catholique, p. 34, N° 107, 1967.

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Re: La NUEVA MISA, por Louis Salleron

Message par InHocSignoVinces »

Fides quaerens intellectum. Credo ut intellegam.

La oración de la Iglesia es institutriz de la Fe. Abre la inteligencia al sentido del misterio y la lleva por la vía de su ejercicio propio frente al misterio. El más humilde de los fieles lo siente por instinto, y muy profundamente. Cuando dice Kyrie eleison, Gloria in excelsis Deo, Credo in unum Deum, Pater noster, además de saber el sentido de todas esas palabras que ha aprendido desde largo tiempo atrás y que puede verificar en la traducción, capta perfectamente que la lengua sagrada lo orienta hacia Dios de manera única, al facilitar la ascensión de su inteligencia y al establecer una relación entre él y la comunidad de vivos y de muertos.

¿Es un esfuerzo que se pide a los fieles? Sin duda, pero ese esfuerzo es una introducción excelente a la Fe, camino único de la "inteligibilidad" divina. Es también uno de los sacrificios menores de los que requiere la vida cristiana y la vida en general. Porque no olvidemos que no se trata sino de un número ínfimo de textos y oraciones. ¿Todavía hay que reducir su número? El Concilio le dio esa posibilidad a los obispos. ¿Qué más puede pedirse?

Lo que, desgraciadamente, se pide, tememos comprenderlo demasiado. No se trata de hacer "inteligible" al cristianismo: se trata de destruirlo. El procedimiento demagógico no falla: se adula a la pereza simulando exaltar la inteligencia. Pero el objetivo es aislar al pueblo cristiano de su tradición, hacerle perder el sentido de lo sagrado, convertirlo en soberano dueño de una verdad que sólo puede emanar de sí mismo. "Seréis como dioses". He ahí las palabras que susurran en oídos cándidos la supresión del latín.

Por cierto que ese oscuro designio no es el de las buenas personas incautas que se felicitan de que por fin su religión llegue a ser "inteligible". Creen lo que se les dice, y los mismos que se lo dicen son, en su gran mayoría, incautos. Pero hay unos que mueven las piezas del juego, y esos sí saben lo que hacen.

CONTINUARÁ...


(*Nota de Javier: ¡Qué impresionante sentido profético, Dios mío! Louis Salleron acierta PLENAMENTE en el diagnóstico de todos los males y aventura con acierto el mortífero desenlace de todas las malditas reformas postconciliares: LA DESTRUCCIÓN DEL CRISTIANISMO. Es espantoso, pavoroso e inimaginable, pero es tan cierto como que a día de hoy, junio de 2019, aquellos que luchamos a muerte por conservar INTACTA nuestra santa Fe católica, la Fe de la Iglesia Católica de siempre, que ha engendrado millares de santos, mártires, vírgenes y confesores, somos en la hora presente un número muy reducido, cada vez más pequeño y casi imperceptible. No hay ninguna duda de que el Fin está ya muy cerca. ¡Perseveremos hasta el último suspiro, queridos hermanos!)
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