DESOLACIÓN EN EL LUGAR SANTO, por Gloria Riestra.

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El lema sinárquico de los Papas Conciliares


Desde el inicio de su pontificado Paulo VI comenzó a propagar el mito de que «tenemos un mismo Dios, judíos, musulmanes y cristianos». Aquí cabe hacer notar la gravedad de este sofisma blasfemo. No es posible afirmar por parte de un verdadero Pontífice en nombre de la Iglesia Católica -¿pero es éste un Papa Católico?- que los pertenecientes a las que Paulo VI y Juan Pablo II llaman las «tres grandes religiones monoteístas» indistintamente tenemos el mismo Dios; la Santísima Trinidad y el Verbo encarnado no son lo mismo que la fantasía de Mahoma sobre su Alá, o el Yahvé milenario de los judíos que constituye la negación de la Revelación Cristiana. Esta aberración coloca al cristianismo en nivel de igualdad con las otras religiones mencionadas.


Teniendo estas teorías como fundamento, a partir del Vaticano II se suceden las actividades en común con los no cristianos, en particular con los musulmanes por parte de Paulo VI y Juan Pablo II en evidente actividad sinárquica; las relaciones no son únicamente en plan de comunicación sino además de participación activa en el culto. Por ejemplo, Paulo VI invita a setenta y cinco bonzos budistas a llevar las ofrendas en la misa en la celebración del Año Santo de 1975.


Por su parte Juan Pablo II lleva hasta el final el plan sinárquico; actos significativos son las reuniones de todas las religiones para las Oraciones de la Paz iniciadas en la ciudad de Asís en 1986 a donde asistieron representantes de más de ciento cincuenta religiones a orar a sus respectivos dioses en plano de igualdad con la Iglesia; ahí se pudieron ver cosas como una estatua de Buda junto a un Sagrario.


Las reuniones han continuado en el Vaticano dirigidas por la Comunidad San Egidio y los focolares, instrumentos del Papa para la sinarquía. Así, el Vaticano se ha convertido en punto de reunión de budistas, hindúes, africanos, mahometanos, y todas las falsas religiones, convocadas no para invitarles a la conversión sino para demostrar la fe en el Dios único de los conciliares. Juan Pablo II se ha significado durante sus viajes fuera de Roma por su identificación con los adoradores de todos los dioses de los países de infieles; en el África bebió complacido el licor de los adoradores de serpientes, pero en particular son notables sus acciones durante sus viajes al Asia. Ahí se dejó poner en la frente el círculo rojo de los adoradores de Shiva, Diosa considerada la tercera encarnación de Dios después de Brahma por los hindúes.


CONTINUARÁ...

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Aquí es de hacer notar especialmente la marcada inclinación de Juan Pablo II por el hinduismo; basta recordar sus alusiones al sinergismo, teoría hinduista que él repite acerca de todo el universo atraído hacia la órbita divina (Cruzando el umbral de la esperanza). Pero lo más elocuente es lo que afirma en su Encíclica «Fe y Razón»; ahí se puede leer algo inaudito; manifiesta que «la Iglesia Católica no posee una filosofía propia... debe tomar elementos de la filosofía hindú para enriquecerse».


Acerca del budismo liberador e iluminador que recomienda el Vaticano II, también da muestras de su complacencia al respecto. En una visita a Bangkok, Tailandia, se reúne con Vasana Tara, patriarca supremo de los budistas, siguiendo el ritual del saludo que consiste en verse mutuamente largos minutos a los ojos en silencio absoluto.


En cuanto a los musulmanes hay mucho que consignar; sobresale la invitación a los servidores de Alá a tener en el Vaticano reuniones con los teólogos para el estudio conjunto de sus respectivas religiones y métodos de proselitismo. En mayode 1996 tiene lugar el «Coloquio de la World Islamic Call Society y el Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso». El resultado de dicho coloquio es aparecer en igual plano la D'Wah y la Misión Católica. Un comentario autorizado dice: «musulmanes y cristianos han subrayado la importancia de vivir su propia fe y fomentar a su manera la Alianza de la Humanidad con su respectivo Dios; se estudiaron los respectivos métodos de proselitismo dentro de fraternal coloquio».


Juan Pablo II ha propiciado de muchas maneras la propagación en Europa del islamismo: auspició en la ciudad de Roma la construcción de la mezquita más grande de Europa pese a las protestas inclusive de miembros de la Curia. Paulo VI había devuelto significativamente a los turcos la bandera ganada a ellos por los católicos en la batalla de Lepanto (1571) y que estaba a los pies de una imagen de la Virgen. Juan Pablo II por lo visto ha hecho mucho más con sus convenciones católico-islámicas con los resultados conocidos a nivel mundial; y en esto no hace sino cumplir lo prescrito por el Vaticano II en cuanto a promover los bienes morales, costumbres, etcétera, de las religiones paganas. El islamismo está supliendo a la catolicidad decadente en Europa. Es fácil ver cómo los templos católicos vacíos de fieles particularmente en Francia y España son entregados a los musulmanes para ser empleados como mezquitas, al mismo tiempo que los católicos fácilmente contraen matrimonio con éstos. La segunda invasión mahometana de Europa ha llegado, esta vez para quedarse para siempre, y pacíficamente, creciendo sobre la base de los más de diez millones de mahometanos repartidos en diversos países y a través de la constante inmigración. Pero irónicamente, en días recientes Juan Pablo II ha pedido a los católicos no contraer matrimonio con los musulmanes.


A CONTINUACIÓN... Los cristianos católicos arrojados a la vorágine de la Gran Sinarquía
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Los cristianos católicos arrojados a la vorágine de la Gran Sinarquía


De los cristianos católicos puede decirse que no es posible discernir en realidad qué cosa son, arrastrados a la vorágine del sincretismo religioso. Lo mismo se les hace actuar como protestantes imponiéndoles el rito herético de Lutero y Cranmer, que se les impone actitudes y rituales judaicos y orientales. Así, respecto al judaísmo, la representación que se les enseña a hacer de la cena pascual judía al mismo tiempo que la presentación de la Última Cena de Cristo, se les impone en los templos la presencia del candelabro de siete brazos, símbolo de la Ley Mosaica -en tanto se destierra el Crucifijo-; se les enseñan cantos en hebreo- que no es latín-: «¡Shalom, Shalom!» e ignoran que la oración por la cual está cambiada la del Ofertorio de la Misa es la bendición judía de mesa.


Respecto a identificarlos con otras religiones y preservar ellos mismos sus santidades, se les hace orar en actitud de yoguis o de budistas, indicándoles mantenerse erguidos durante la oración, respirar profundamente cerrando los ojos y cruzar las manos sobre el pecho -yoga católico-. Se les indica ponerse cada quien de frente con su compañero de culto y mirarse fijamente a los ojos como en el ritual del saludo budista; sólo falta -y eso no tardará- que se les ordene postrarse como los mahometanos y exclamar "Alá es grande".


Los cristianos católicos que se postran ante la mesa vacía en los templos usurpados a la Iglesia Católica ignoran ante qué símbolos terribles lo hacen. Dicha mesa significa a la vez la Teva de los judíos, la Caaba de los mahometanos, el Altar de buda, la Columna de Shiva, la mesa de Lutero..., y el Sitial de la risa del demonio.


A CONTINUACIÓN... La misa católica de Trento ante el ritual de Paulo VI
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La misa católica de Trento ante el ritual de Paulo VI

Consideraciones generales

Tal vez muchos dirán: ¿Por qué hacer todo el preámbulo anterior para tratar la cuestión del cambio de la Misa? Es que para conocer el sentido pleno de ambos ritos -el Católico y el de Paulo VI- es preciso tener en cuenta algunos antecedentes. El cambio de la Misa Católica por el ritual surgido del Vaticano II no es algo fortuito ni banal; en torno a esto existen cuestiones que implican no sólo la Misa sino la totalidad de la fe.


Ambos ritos no están constituidos por sus simples características visibles; hay una historia secular detrás de cada palabra y a través de los símbolos y signos que los rodean; una Misa en sus antecedentes y su entorno. La Misa Católica entraña un sentido de la fe. La gravedad del cambio actual de la Misa Católica por el rito -llamémosle así- Paulino, o de Paulo VI, no radica como muchos creen únicamente en el cambio de las palabras de la consagración; hay una historia distinta y un sentido opuesto detrás de ambos ritos.


A CONTINUACIÓN... Dos Concilios, un Misal, y un ritual evolutivo
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Dos Concilios, un Misal, y un ritual evolutivo


Las diferencias entre los dos ritos son evidentes: El Misal Romano Católico llamado también Misal Tradicional o de Trento es fruto del Concilio Dogmático de Trento (1545, 1563), convocado por el Romano Pontífice Paulo III con la finalidad de confirmar la doctrina ante los errores del protestantismo y llevar a cabo la reforma de las costumbres en la Iglesia. En los documentos se reafirma en particular las doctrinas sobre la Sagrada Escritura, La Justificación, y El Santo Sacrificio de la Misa, acerca de las cuales versaban los errores de los protestantes, y se promulgaron excomuniones a quienes no prestasen asentimiento al Magisterio Infalible del Concilio.


Habiendo fallecido S. S. Pío IV, consumador del mismo, su sucesor San Pío V tomó por su cuenta la edición del Misal Romano según las decisiones del Concilio -editando además el Catecismo de Trento y el Breviario-. El documento por el que entrega a la Iglesia el Misal es la Bula «Quo Primum Tempore» (dado en Roma el año 1570). Reproducimos lo más sobresaliente de la misma:


«Este Misal es editado para que los Sacerdotes sepan con certeza qué oraciones deben utilizarse, cuáles son los ritos y cuáles las ceremonias bajo obligación de conservar en adelante en la celebración de las Misas, para que todos acojan y observen lo que les ha sido transmitido por la Iglesia Romana, Madre y Maestra de todas las otras iglesias, y para en adelante para el tiempo futuro perpetuamente en todas las Iglesias no se canten y no se reciten otras fórmulas que aquellas conforme al Misal que Nos hemos publicado... A este Misal nada se le añada, quite o cambie en ningún momento, y en esta forma Nos lo decretamos y Nos lo ordenamos a perpetuidad, bajo pena de nuestra indignación... Nadie podrá permitirse añadir en la celebración de la Misa otras ceremonias o recitar otras oraciones que las contenidas en el Misal.


Y aun por las disposiciones de la presente y en nombre de nuestra autoridad apostólica, Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en su totalidad en la Misa cantada o leída en todas las Iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura, y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente, y esto a perpetuidad. Y de una manera análoga Nos hemos decidido y declarado que los Sacerdotes de cualquier nombre que sean designados no pueden ser obligados a celebrar la Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado, y que jamás nadie, quienquiera que sea, podrá contrariarles o forzarles a cambiar de Misa, o anular la presente instrucción o modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza.


Absolutamente nadie, por consiguiente pueda anular esta página que expresa nuestro permiso, nuestra decisión, nuestra orden, nuestro mandamiento, nuestro precepto, nuestra concesión, nuestro indulto, nuestra declaración, nuestro decreto y nuestra prohibición, ni ose temerariamente ir en contra de esas disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo».



Cuando un Concilio Dogmático o un Papa decretan algo a «perpetuidad» esto significa que su doctrina ha de permanecer tal como se expresa válida y en vigor para siempre. La perpetuidad de una doctrina de la Iglesia se fundamenta en el derecho de definir -de derecho Divino- o legislar con la autoridad recibida a través de los Apóstoles, particularmente concedido al Apóstol San Pedro: «Lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo y lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en el cielo». La Bula de San Pío V es dogmática ya que resume las definiciones del Concilio de Trento, expresando la intención de mantener la integridad del rito del Santo Sacrificio libre de todo error. Así, acertadamente escribe el cardenal Ottaviani que «El Misal Romano constituye una barrera infranqueable contra las herejías» (Breve Examen Crítico).


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Inicuamente Paulo VI deroga implícitamente la Bula «Quo Primum» promulgando un Nuevo Ordo que para nada hace falta y que constituye la negación de las doctrinas del Concilio de Trento, como expresa el cardenal Alfredo Ottaviani -cuyo juicio es seguido por innumerables teólogos católicos- en una carta titulada «Breve examen crítico» dirigida a Paulo VI con motivo de la promulgación: «El Nuevo Rito se aparta impresionantemente tanto en conjunto como en detalle de la doctrina sobre el Santo Sacrificio tal como fue promulgada por el Concilio de Trento». El juicio del Cardenal -que es el de los Obispos y Teólogos que estudiaban el documento- no es cualquier cosa; Ottaviani fue Prefecto del Santo Oficio durante cuatro pontificados, y a la edad de setenta y nueve años estaba perfectamente lúcido.


La supresión repentina y sin razón aparente del Misal Romano constituyó por así decirlo, un duro golpe a los fundamentos de la Iglesia Católica, y al decir de muchos, de la misma civilización cristiana. La historia de las religiones comprueba que la permanencia de los ritos constituye la supervivencia de las religiones; el judaísmo conserva íntegra desde hace cinco mil años su Cena Pascual, el islam sus rituales de oración, y en Asia, África o América, los aborígenes cuidan sus ritos de adoración inmutables a través de los tiempos. ¿Acaso no participó Juan Pablo II hace tiempo en un ritual de adoradores de serpientes en el África?


Si dioses y diosecillos como los monos de la India tienen cultos precisos y significativos con centenarias ceremonias propias, ¿por qué sólo la Iglesia Católica no podía tener un rito perdurable cuyas partes esenciales datan del siglo IV confirmado por Concilios Dogmáticos y en vigencia en la Iglesia durante más de cuatro siglos?


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Misteriosas razones debe haber cuando el mismo Paulo VI al principio de la Constitución en la que promulga su nuevo Misal, reconoce las bondades del antiguo Misal Romano diciendo:

«El Misal Romano, promulgado en 1570 por nuestro Predecesor San Pío V, en conformidad a los Decretos del Concilio de Trento, ha sido siempre considerado como uno de los numerosos admirables frutos que aquel Sacrosanto Concilio diseminó por toda la Iglesia de Cristo. En efecto, durante cuatro siglos constituyó la norma de la celebración del Sacrificio Eucarístico para los sacerdotes del rito latino y fue llevado además a casi todas las naciones del mundo por los heraldos del Evangelio. Ni se debe olvidar que innumerables Santos alimentaron su piedad y su amor a Dios con las lecturas bíblicas y las oraciones del Misal, cuya ordenación general remontaba en lo esencial a San Gregorio Magno (siglo IV)" y añade para terminar su documento, este reconocimiento: «Cuando nuestro Predecesor San Pío V promulgó la edición del Misal Romano lo presentó al pueblo cristiano como un instrumento de unidad litúrgica y como un documento de la pureza del culto en la Iglesia... Pero... (aquí expone la razón para rechazar el benemérito Misal): «La adaptación del Misal Romano a las exigencias de la mentalidad contemporánea según el Espíritu del Concilio Vaticano II».


Ya hemos visto anteriormente algo sobre este «espíritu del Vaticano II». En particular el Decreto sobre la Sagrada Liturgia está impregnado de él; abundante en contradicciones, ambigüedades y sofismas, constituye el germen de la destrucción total de la liturgia católica como si un viento del infierno hubiera pasado arrasando todo.


El Concilio Dogmático de Trento tuvo su razón de ser; el protestantismo devoraba las naciones católicas y además existía una gran relajación de las costumbres del pueblo y del clero; todo el mundo clamaba entonces por un Concilio que definiese las cuestiones y pusiese el orden y así se hizo. Los resultados fueron la confirmación en la fe del pueblo católico, la reforma de las costumbres y el renacimiento de la vida religiosa con admirables frutos.


Surgieron grandes Órdenes Religiosas dedicadas a la enseñanza y las obras de caridad; los Seminarios Tridentinos abundaron en vocaciones y las Misiones Católicas desde el África hasta América llevaron con éxito la Evangelización de los pueblos. El catecismo de Trento llevado a todas partes constituyó un instrumento incomparable para la difusión de la doctrina en el pueblo católico de todo el mundo. «El Concilio de Trento (según los historiadores Merkle, Jedin), por sus definiciones doctrinales, disposiciones constitucionales y disciplinares, por el prestigio de los sabios que dejaron oír su voz en él, y finalmente por sus efectos ulteriores, ha dejado en la sombra a todos los demás Concilios».

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Comparativamente el llamado Concilio Vaticano II -Conciliábulo, que no verdadero Concilio de la Iglesia- puramente pastoral tal como fue, no hacía falta para nada; un verdadero Concilio de la Iglesia Católica en el tiempo presente no podría haber sido más que dogmático, y habría condenado los errores y herejías que dieron paso al Vaticano II. Éste fue obra de los llamados «modernistas» que venían trabajando dentro de la Iglesia desde el siglo XVIII y de la masonería; ambos movimientos habían estado siendo reprimidos por los Romanos Pontífices en sucesivas Encíclicas y Decretos en particular (Pío VI, Auctorem Fidei, Sínodo de Pistoya; Pío VII, Magno et Acerbo; León XIII, Humanum Genus; San Pío X, At Diem; Pío XI, Ubi Arcano; Pío XII, Mediator Dei).


Los frutos del Vaticano II están a la vista. De ellos se quejan los que han terminado por declararse «Iglesia cristiana católica» y su mismo Presidente General, Jefe de la Nueva Cristiandad o Pontífice; la llamada «civilización del amor» -treta masónica- para suplir la civilización cristiana y suprimirla, es cuna de una corrupción inaudita.


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Por otra parte, a raíz del Vaticano II, durante los primeros cinco años, diez mil sacerdotes dejaron el ministerio -arrojados al mundo por la nueva mentalidad o por decepción-; se cerraron seminarios, conventos, y colegios católicos, disminuyeron y siguen disminuyendo las vocaciones sacerdotales y religiosas y, en una palabra, sería largo enumerar todo lo que ha producido el susodicho «Espíritu del Vaticano II», tal como lo describe en el Sínodo de Obispos de 1985 -dedicado a estudiar los resultados del Concilio- el Cardenal Joseph Ratzinger abominando del susodicho «espíritu». Del mencionado Sínodo puede decirse que podría ser llamado «Sínodo de las Lamentaciones».


Con toda verdad puede decirse que en la nueva Iglesia Cristiana Católica triunfan las herejías protestantes y los errores de los modernistas particularmente expresados a través del rito Paulino (montiniano): la justificación por la sola fe -o contra la fe como enseña Juan Pablo II-; la libre interpretación de la Escritura, y la copia exacta del ritual del memorial de la cena del hereje Cranmer, discípulo fiel de Lutero, quien siendo Arzobispo de Canterbury aprovechó el cargo para substituir el Misal Católico por el llamado Prayer Book de su invención, que constituye la total negación del Santo Sacrificio de la Misa, efectuando, entre otros, estos cambios importantes: el nuevo rito no podría celebrarse sin asistencia de la asamblea la cual estaba presidida por uno llamado así «presidente»; debía celebrarse en una mesa vacía que sería el centro de atención de los fieles; la misa no fue llamada más así, sino «memorial de la Cena del Señor» en la que participaba toda la asamblea; cambió el Canon por una simple plegaria cambiando la palabra «muchos» por «todos», esto para afirmar la salvación por la sola fe; para adecuar los templos al nuevo rito hizo derrumbar los altares.


Los protestantes enseñaban que era superstición enseñar sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía y que venerarla era una forma de idolatría; de ahí que Cranmer ordenó que se comulgara de pie poniendo el pan en la mano de los fieles, y desde luego vació los templos de imágenes y cualquier otra cosa que pudiera recordar a la Misa Católica.


Imposible negar las coincidencias entre el ritual bastardo de Paulo VI y el herético de Cranmer, el cual efectuó su reforma a partir del año 1547; faltaba decir que impuso la lengua vernácula en su «santa cena».


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Los decretos del Concilio de Trento ante las herejías del Vaticano II


Aquí conviene transcribir los Decretos del Concilio de Trento donde aparecen explícitamente condenadas bajo pena de excomunión todas las herejías protestantes y otras nuevas que profesa la nueva iglesia del Vaticano II. De este modo enseña el concilio tridentino:


Sobre la Sagrada Escritura

«Nuestro Señor Jesucristo mandó que el Evangelio fuera predicado por el Ministerio de los Apóstoles... La Vulgata latina es el texto bíblico sobre el cual siempre ha acostumbrado la Iglesia Católica leer la Sagrada Escritura, y nadie ha de despreciar esta traducción; que nadie apoyado en su prudencia sea osado a interpretar la Escritura Sagrada en materia de fe y costumbres que pertenecen a la doctrina cristiana retorciendo la misma Sagrada Escritura conforme al propio sentir, contra aquel sentido que sostuvo y sostiene la Santa Madre Iglesia a quien atañe juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Santas Escrituras, y también contra el unánime sentir de los Padres; la impresión de la Sagrada Escritura según la Vulgata debe tener autorización eclesiástica y haber sido examinada y aprobada... esto para reprimir los ingenios petulantes».


Decretos sobre la justificación

Antes de comenzar a transcribir las partes esenciales de este Decreto, queremos hacer notar cómo en él están explícitamente condenadas las herejías de la salvación universal incondicional y de la aplicación indistinta de los méritos de la muerte de Cristo a todos los hombres. Dice el Decreto:

«En primer lugar declara el santo Concilio que, para entender recta y sinceramente la doctrina de la justificación es menester que cada uno reconozca y confiese que, habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos como dice el Apóstol, hijos de ira por naturaleza, según expuso en el Decreto sobre el pecado original, hasta tal punto eran esclavos del pecado y estaban bajo el poder del demonio y de la muerte, que no sólo las naciones por la fuerza de la naturaleza, mas ni siquiera los judíos por la letra misma de la Ley de Moisés podían librarse de levantarse de ella, aun cuando en ellos de ningún modo estuviera extinguido el libre albedrío, aunque sí atenuado en sus fuerzas e inclinaciones.

De ahí resultó que el Padre Celestial, Padre de la misericordia y Dios de toda consolación, cuando llegó aquella bienaventurada plenitud de los tiempos, envió a los hombres a su Hijo Cristo Jesús, el que antes de la Ley y en el tiempo de la Ley fue declarado y prometido a muchos Santos Padres, tanto para redimir a los judíos que estaban bajo la Ley como para que las naciones que no seguían la justicia, aprendieran la justicia y todos recibieran la adopción de hijos de Dios. A Éste propuso Dios como propiciador por la fe en Su Sangre por nuestros pecados y no sólo por los nuestros sino también por los de todo el mundo».


Más aún, cuando El murió por todos, no todos, sin embargo, reciben el beneficio de Su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión. En efecto, al modo que realmente si los hombres no nacieran propagados de la semilla de Adán, no nacerían injustos, como quiera que por esa propagación por aquél contraen, al ser concebidos, su propia injusticia; así, sino renacieran en Cristo nunca serían justificados, como quiera que, con ese renacer se les da, por el mérito de la Pasión de Aquél, la gracia que los hace justos. Por este beneficio nos exhorta el Apóstol a que demos siempre gracias al Padre, que nos hizo dignos de participar en la suerte de los Santos en la luz, y nos sacó del poder de las tinieblas, y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en el que tenemos redención y remisión de los pecados(Col. 1, 13 ss.).

Por las cuales palabras se insinúa la descripción de la justificación del impío, de suerte que sea el paso de aquel estado en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de hijos de Dios por el segundo Adán, Jesucristo Salvador nuestro; paso, ciertamente que después de la promulgación del Evangelio, no puede darse sin el lavatorio de la regeneración. Por el bautismo o su deseo, conforme está escrito: «Si uno no viene renacido del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios» (San Juan 3, 5)

Explicación sobre el «bautismo de deseo»; la Iglesia enseña que los hombres de buena voluntad que sin su culpa no conocen a Cristo, mas que si lo conocieran creerían en Él y viven conforme a la Ley natural pueden salvarse. De esto se dice que pertenecen al Alma de la Iglesia; al Cuerpo de la Iglesia pertenecen los bautizados.


A CONTINUACIÓN... Resumen de los anatemas del decreto de la justificación
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