La NUEVA MISA, por Louis Salleron

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Pero llegamos ahora a la frase más extraordinaria de este asunto rocambolesco.

El Courrier de Rome cuenta que un cura, como ya no comprendía nada sobre las diferencias y las contradicciones existentes entre el texto latino y el texto francés (ya que sólo extraemos lo esencial), escribió al P. Cellier, director del Centro Nacional de Pastoral Litúrgica (C.N.P.L.) para tranquilizarse. Recibió la siguiente respuesta del abate Jounel, "del Consilium litúrgico":

“El Sr. Cellier, director del C.N.P.L. acaba de transmitirme sus observaciones relativas a la traducción de la Constitución apostólica «Missale Romanum», y le brindo gustoso las explicaciones que solicita.

“Como casi todos los documentos sometidos a la firma del papa, esa Constitución se redactó en lengua viva. Sobre el texto inicial el Sumo Pontífice agrega las correcciones que juzga necesarias antes de dar su aprobación. Luego el texto se entrega a la sección de letras latinas. Desgraciadamente los matices de la primera redacción no siempre se dan con fidelidad y a veces nos hallamos ante divergencias notables. Muchas encíclicas recientes, en particular Mater et Magistra de Juan XXIII, no resultan del todo comprensibles en latín: las traducciones italiana y francesa, no oficiales, traducen mejor el pensamiento del papa (...) Volviendo al texto francés publicado por el C.N.P.L., puedo afirmarle que traduce con la mayor fidelidad la versión original del documento. Pero le agradezco sus muy justas observaciones, Dado que puede plantearse alguna duda muy legítima sobre la intención del legislador, resultará fácil invitar a éste para que precise el alcance de la obligación del nuevo Ordo Missae, ya sea en un documento ulterior, ya bajo la forma de una respuesta oficial a un dubium, según una tradicional modalidad de la Curia romana”.

¡Y eso es todo!

Rindamos, al menos, homenaje el abate Jounel en un punto: es franco como el oro. Pero esa misma franqueza, que procede evidentemente de su buena índole, le hace enunciar con toda tranquilidad proposiciones cuyo carácter monumental, inaudito, monstruoso, parece escapársele completamente.

En todas las sociedades organizadas hay un texto oficial, nada más que uno, y ése es el único al que hay que dar fe.

En la Iglesia el texto oficial se redacta en latín. El texto latino es el único que cuenta.

Paulo VI lo recordó recientemente. El 26 de noviembre de 1969, confirmando (¡por desgracia!) el "sacrificio" de la lengua latina en beneficio de las lenguas vivas en la liturgia trastrocada, agregó: "Con ello el latín no desaparecerá de nuestra Iglesia: seguirá siendo la noble lengua de los actos oficiales de la Sede Apostólica".

En lo que concierne a la Constitución apostólica Missale Romanum, está, pues, el texto latino, y no hay ninguno más.

El abate Jounel escribe: "Puedo afirmarle que el texto francés traduce con la mayor fidelidad la versión original del documento". ¡Pero sólo hay una versión original: la versión latina! ¡Todo lo demás es proyecto, esbozo, borrador, cualquier cosa, salvo versión original!

"Puedo afirmarle", dice el abate Jounel. Pero el abate Jounel no puede afirmar más que una cosa, o sea, que él o sus amigos, ha escrito o han escrito un proyecto de Constitución en francés o en italiano, y que ese proyecto fue modificado.

¿Modificado por quién? Por los traductores de la sección de letras latinas, dice el abate Jounel. Según él, en el proyecto en lengua vulgar, que él llama "versión original", el Sumo Pontífice agrega las correcciones que juzga necesarias. Pero ¿qué sabe de esa versión? ¿O qué sabe de los resultados? Si se supone que sobre su borrador en italiano o en francés el papa agregó correcciones cuyo texto haya sido entregado a la sección de letras latinas ¿por qué el papa no revisaría luego el texto en latín elaborado por la sección de letras latinas? Y suponiendo también que el papa no relea el texto latino antes de firmarlo (lo cual sería pasmoso), ¿por qué no confiaría en la sección de letras latinas para que ordenara definitivamente el texto revisado por él en lengua vulgar?

Por lo demás, sean cuales fueren las hipótesis que podamos enunciar sobre los métodos de trabajo del Vaticano, hay un hecho que subsiste: el único fidedigno es el texto latino.

Aunque haya "matices" o "divergencias", o "contradicciones" entre el texto en latín y un borrador en italiano o en francés, el único que cuenta es el texto en latín, y ese solo.

Cuando el autor del borrador declara "puedo afirmar" (que mi texto era diferente), su afirmación se refiere a su texto y no al texto oficial.

Y cuando los traductores del texto latino al francés o al italiano retoman el texto del borrador para corregir el texto latino según su propio pensamiento y su propio vocabulario, traicionan el texto oficial, ya se trate de "matices", de "divergencias" o de "contradicciones".

Queda por decir que el abate Jounel reconoce que "una duda muy legítima" pesa sobre la intención del legislador en lo que respecta a la obligación del nuevo Ordo Missae.

La duda, en verdad, proviene de elementos múltiples además de aquellos a que se refiere en su carta. Señalemos solamente:

—las puntualizaciones de Paulo VI en su alocución del 26 de noviembre de 1969;

—la fórmula del anteúltimo párrafo de la Constitución Missale Romanum de donde resulta que solamente se prescriben la adición a la misa de tres cánones nuevos y la nueva fórmula de la consagración, que debe ser la misma, cualquiera que fuere el canon usado en el nuevo ritual;

—el hecho de que no ha sido revocado el privilegio perpetuo acordado por Pío V para decir la misa según el rito por él promulgado.


A CONTINUACIÓN... II. LA INSTRUCCIÓN DEL 20 DE OCTUBRE DE 1969
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II. LA INSTRUCCIÓN DEL 20 DE OCTUBRE DE 1969


El 20 de octubre de 1969 la Congregación para el culto divino publica la "Instrucción sobre la aplicación progresiva de la Constitución apostólica Missale Romanum”. Recordemos sus disposiciones principales:

1. A partir del 30 de noviembre de 1969 se puede usar el texto latino del Ordo Missae.

2. Las Conferencias episcopales fijarán la fecha a partir de la cual se podrá usar ese mismo Ordo Missae con los textos traducidos en lengua viva (...)

7. Cada Conferencia episcopal fijará la fecha a partir de la cual se deberá usar obligatoriamente el nuevo Ordo Missae, salvo en los casos particulares previstos en los Números 1920. Esa fecha no deberá pasar del 28 de noviembre de 1971.


9. Una vez publicado el texto latino del Misal Romano, se podrá hacer uso de él.

10. Cada Conferencia episcopal fijará la fecha a partir de la cual se podrán usar los textos del nuevo Misal Romano traducidos a lenguas vivas.


19. Los sacerdotes ancianos que celebren la misa sine populo, y que tendrían muchas dificultades para habituarse al nuevo Ordo Missae y a los nuevos textos del Misal Romano y del Ordo lectionum Missae, pueden, con el consentimiento de su ordinario, seguir los ritos y los textos actuales.

20. Los casos particulares referentes por ejemplo, a los sacerdotes enfermos, impedidos o que tengan otras dificultades, serán sometidos a esta S. Congregación...

Se advierte que siempre se está en el terreno de la autorización: "Se puede...", "Se podrá..." La autorización, además, actúa en sentido contrario en los arts. 1, 9 y 10, por una parte, y en los arts. 19 y 20, por la otra.


Por lo demás, L'Osservatore Romano del 31 de octubre de 1969 publicó, junto con la Instrucción, un comentario de A. Bugnini, secretario de la Congregación para el culto divino. Bugnini escribía: "El 30 de noviembre (1969) es el primer día en que el nuevo Ordo missae puede (y no debe) —[el subrayado es de él]— ser usado en latín. El rito antiguo y el nuevo rito seguirán coexistiendo pacíficamente —(sic)— hasta el 28 de noviembre de 1971: sólo entonces el nuevo se volverá obligatorio: así, pues, dos años de transición y de transacción” [el subrayado es nuestro].


A CONTINUACIÓN... III. LA ORDENANZA DEL 12 DE NOVIEMBRE DE 1969 DEL EPISCOPADO FRANCÉS
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III. LA ORDENANZA DEL 12 DE NOVIEMBRE DE 1969 DEL EPISCOPADO FRANCÉS


Por una ordenanza fechada el 12 de noviembre de 1969, los obispos franceses deciden que el uso del nuevo Ordo missae está autorizado a partir del primer domingo de Adviento (30 de noviembre de 1969) y que será obligatorio a partir del 19 de enero de 1970. Por supuesto que en francés. Ni siquiera se menciona el latín.


Por otra parte, como lo hace notar Jean Madiran en el número de abril de 1970 de Itinéraires, la ordenanza del episcopado francés no hace referencia a la ley de la Santa Sede.


¿Simple olvido? La ordenanza es tal que su autoridad reposa únicamente en el episcopado francés. “Los obispos de Francia, reunidos en Asamblea plenaria en Lourdes el 12 de noviembre de 1969, han decidido lo siguiente...” ¿Qué valor tiene esa decisión?


Más todavía: dicha ordenanza modifica tranquilamente la Instrucción de la Congregación para el culto divino. Ya citamos antes los artículos 19 y 20 de la Instrucción. La ordenanza reproduce el artículo 19, que convierte en su artículo 10, Pero al artículo 20 lo transforma en su siguiente artículo 11: "Los otros casos particulares, que se refieren, por ejemplo, a los sacerdotes enfermos o impedidos, serán sometidos al Ordinario”. 0 sea, coloca al obispo en el lugar de la Congregación para el culto divino.


A CONTINUACIÓN... LA CARTA DE LOS CARDENALES OTTAVIANI Y BACCI
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IV. LA CARTA DE LOS CARDENALES OTTAVIANI Y BACCI


Tanto desorden debía tener una buena razón. La razón era la batalla que se libraba en las oficinas en torno de la nueva misa. Si bien existía fácil acuerdo sobre detalles secundarios, había desacuerdo en cuanto a otros puntos más importantes.

Cuando se conoció el Ordo missae, a principios del verano de 1969, causó gran emoción entre numerosos teólogos y obispos. Se publicaron entonces numerosos estudios, el más importante de los cuales se dirigió a Paulo VI junto con una carta explicativa de los cardenales Ottaviani y Bacci.

La carta era la siguiente:
“Santo Padre,

“Después de haber estudiado y haber hecho estudiar el nuevo Ordo Missae preparado por los especialistas del Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra liturgia, después de haber reflexionado y orado largamente, sentimos el deber, ante Dios y ante Vuestra Santidad, de expresar las consideraciones siguientes:

“1. Como lo prueba suficientemente el estudio crítico adjunto, a pesar de su brevedad, obra de un grupo selecto de teólogos, liturgistas y pastores de almas, el nuevo Ordo Missae, si se consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que en él aparecen sobreentendidos o implícitos, se aleja de manera impresionante, tanto en el conjunto como en el detalle, de la teología católica referente a la santa misa tal como fue formulada en la vigésima sesión del Concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los «cánones» del rito, opuso una barrera infranqueable a toda herejía que pudiera afectar la integridad del misterio.

“2. Las razones pastorales invocadas para justificar tan grave ruptura, aun cuando tuviesen derecho a subsistir frente a razones doctrinales, no parecen suficientes. Tantas novedades aparecen en el nuevo Ordo Missae, y como contrapartida tantas cosas eternas se hallan en él relegadas a un lugar secundario o a otro lugar —si es que ocupan todavía un lugar en él— que podría verse reforzada y trocada en certidumbre la duda, que desgraciadamente se insinúa en numerosos ambientes, según la cual algunas verdades, siempre profesadas por el pueblo cristiano, podrían cambiar o ser relegadas al silencio sin que por ello se cometiese infidelidad para con el sagrado depósito de la doctrina a la cual la fe católica se halla ligada para toda la eternidad. Las recientes reformas han demostrado fehacientemente que no podrían hacerse nuevos cambios en la liturgia sin que lleven a una máxima perturbación de los fieles, quienes ya manifiestan que les resultan insoportables y disminuyen innegablemente su fe. En la mejor parte del clero ello se evidencia en torturantes crisis de conciencia de las que ya tenemos testimonios cotidianos y numerosos.

“3. Estamos seguros de que estas consideraciones, inspiradas directamente en lo que oímos por la voz vibrante de los pastores y del rebaño, deberán hallar eco en el corazón paternal de Vuestra Santidad, siempre tan hondamente preocupado por las necesidades espirituales de los hijos de la Iglesia. Siempre los súbditos, por cuyo bien se hace la ley, han gozado del derecho, y más aún, han tenido el deber, si la ley se demuestra nociva, de pedir al legislador, con filial confianza, su revocación.

“Por ello suplicamos encarecidamente a Vuestra Santidad no querer que —en un momento en que la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez mayores, que hallan día tras día eco afligido en las palabras del Padre común— se nos prive de la posibilidad de seguir recurriendo al íntegro y fecundo Misal Romano de San Pío V, tan altamente elogiado por Vuestra Santidad y tan profundamente venerado y amado en todo el mundo católico.”

La carta, enviada a Paulo VI en septiembre de 1969, se conoció en octubre y, ampliamente reproducida por la prensa, produjo sensación.

Paralelamente, al Vaticano afluían innumerables súplicas pidiendo al papa derogar el nuevo Ordo Missae o suspender su aplicación y mantener en todos los casos la misa tradicional, llamada de San Pío V.


A CONTINUACIÓN... LAS DOS ALOCUCIONES DE PAULO VI EN NOVIEMBRE DE 1969
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V. LAS DOS ALOCUCIONES DE PAULO VI EN NOVIEMBRE DE 1969


Con vistas a apaciguar los temores que en todos lados suscitaba la nueva misa, Paulo VI pronunció dos alocuciones sucesivas, en el curso de las audiencias generales del 19 y el 26 de noviembre de 1969.

El 19 de noviembre manifiesta que el "cambio" operado por la introducción del nuevo rito "tiene algo de sorprendente, de extraordinario, dado que la misa es considerada la expresión tradicional e intangible de nuestro culto religioso, de la autenticidad de nuestra fe". Pero pide que "se entienda bien que nada se ha cambiado de la sustancia de nuestra misa tradicional".

"No hablamos de nueva misa —dice como conclusión— sino de nueva época en la vida de la Iglesia".

El 26 de noviembre insiste sobre el valor de la reforma efectuada. El cambio deberá llevar a los fieles "a salir de sus pequeñas devociones personales o de su indolencia habitual". Hace notar que las personas piadosas serán las más sacudidas y afectadas. "Tenían su manera respetable de seguir la misa; ahora se sentirán privadas de sus pensamientos habituales y obligadas a seguir otros". Los fieles se asociarán de manera más íntima "a los ritos oficiales de la misa, tanto los de la Palabra de Dios como los del sacrificio eucarístico. En efecto, los fieles están también revestidos del «sacerdocio real», lo cual significa que se ven habilitados para esa conversación sobrenatural con Dios".

Paulo VI explica, como ya lo dijimos en el Título II, por qué se ha abandonado el latín en favor de los idiomas nacionales, y concluye dando algunas indicaciones prácticas emanadas de la Congregación para el culto divino en lo referente al carácter obligatorio del nuevo rito.


A CONTINUACIÓN... EL NUEVO MISAL ROMANO
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VI. EL NUEVO MISAL ROMANO

En nuestra introducción hemos dicho que el nuevo Misal Romano —el Missale Romanum vio la luz en la primavera de 1970.

El primer ejemplar fue presentado a Paulo VI por el cardenal Gut el 11 de mayo de 1970. Se puso en venta a mediados de junio.

Se trata de un grueso volumen de 970 páginas, que contiene:

1. El decreto de promulgación del 26 de marzo de 1970;
2. Un proemium, o sea, un preámbulo;
3. La Institutio generalis, es decir, una presentación general correspondiente a los "considerandos" de los proyectos de ley;
4. Los ritos y los textos de la misa.

El decreto del 26 de marzo comprende dos párrafos. El primero promulga el nuevo Misal. El segundo fija la fecha de su entrada en vigor en los términos siguientes:

“Ad usum autem novi Missalis Romani quod attinet, permittitur ut editio latina, statim ac in lucem edita fuerit, in usum assumi possit, opportunis adhibitis accommodationibus quae clics celebrationum Sanctorum respiciunt, donec Calendarium instauratum definitiva in praxim adducatir; curae autem Conferentiarum Episcopalium committitur editiones lingua vernacula apparare, atque diem statuere, quo eaedem editiones, ab Apostolica Sede rite confirmatae, vigere incipiant.”

Resumimos:

En lo concerniente al uso del nuevo Misal romano en latín, se permite —permittitur— usarlo a partir de la publicación del volumen para las librerías. En lo concerniente a su uso en lenguas vernáculas (por ejemplo, el francés), las Conferencias episcopales fijarán la fecha de su entrada en vigor, una vez que las traducciones hayan sido aprobadas por la Sede apostólica.

Las disposiciones son perfectamente claras. No tienen por qué ser interpretadas. Significan, como lo dijimos en la Introducción, que de ahora en adelante hay:

1. La misa tradicional, llamada de San Pío V, que es la misa normal, en latín:
2. La nueva misa, que se permite rezar en latín, a partir de ahora;
3. La nueva misa, que podrá ser rezada en francés (para nuestro país) una vez que la Conferencia episcopal haya fijado la fecha de su entrada en vigor después que su edición (es decir, su traducción y presentación) haya sido autorizada debidamente por la Santa Sede.


¿Será necesario aclarar que en la práctica las cosas suceden exactamente a la inversa?


La nueva misa se dice en francés, en traducciones provisorias autorizadas o no.
La nueva misa jamás, por así decir, se dice en latín.

La misa tradicional en latín es rezada por los sacerdotes ancianos que a ella se aferran, pero apenas es tolerada, con impaciencia, por el episcopado.

Ya hemos dicho12 que en 1969 se publicó una editio typica del nuevo Ordo Missae en tres versiones sucesivas. En esas versiones los ritos y los textos de la nueva misa no tenían variaciones. No han variado tampoco, salvo por ínfimos detalles, en la edición definitiva del Missale Romanum. La novedad del Missale la constituye el proemium nuevo, y las modificaciones sustanciales introducidas en la Institutio generalis, sobre todo en la redacción de su artículo 7. El examen de ese artículo merece un capítulo aparte.



12 Ver capítulo I, Nº I: “La constitución apostólica “Missale Romanum”.


A CONTINUACIÓN... EL ARTÍCULO 7 DE LA INSTITUTIO GENERALIS
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CAPITULO II - EL ARTÍCULO 7 DE LA INSTITUTIO GENERALIS


El texto de la nueva misa va precedido de una extensa exposición a modo de presentación: la Institutio generalis.

Cuando la Institutio generalis llegó a conocimiento de los fieles, a través de la publicación de la editio typica del nuevo Ordo Missae, produjo verdadera estupefacción. La misa católica se había convertido en la cena protestante.


Los cardenales Bacci y Ottaviani, en su carta al papa, expresaban el sentir de los teólogos, sabios y a la vez hombres de fe 13. Pero sus sentimientos fueron compartidos por sencillos laicos que, si bien no se consideraban capaces de emitir juicio sobre la misa —en razón de la suma de conocimientos teológicos, litúrgicos e históricos que tal juicio requiere—, se consideraban, en cambio, capaces de apreciar la presentación que de ella se hacía.


Ahora bien, en la Instituto generalis las definiciones y las explicaciones del Concilio de Trento estaban tan desdibujadas que llegaban prácticamente a desaparecer.


A este respecto, el artículo 7 resume perfectamente toda la Institutio e indica su orientación. ¿Qué decía ese artículo?

“Cena dominica sive Missa est sacra synaxis seu congregatio populi Dei in unum convenientis, sacerdote praeside, ad memoriale Domini celebrandum. Quare de sanctae Ecclesiae locali congregatione eminenter valet promissio Christi: «Ubi sunt duo vel tres congregati in nomini meo, ibi sum in medio eorum» (Mt. 18, 20)".

O sea:

"La Cena del Señor o Misa es la sinaxis sagrada o reunión del pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar la conmemoración del Señor. Por eso se aplica eminentemente a la reunión local de la santa Iglesia la promesa de Cristo: «Allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt. 18, 20)".


Semejante texto, que evita hablar del sacrificio eucarístico y evoca la presencia divina por la sola reunión de fieles, se aleja hasta la contradicción de todas las definiciones que hemos recibido de la misa. No sólo las del Concilio de Trento habían sido reafirmadas solemnemente por el Vaticano II (en la Constitución Lumen gentium, § 28), sino que Paulo VI, en su profesión de fe del 30 de junio de 1968, había declarado: "Nos creemos que la misa, celebrada por el sacerdote que representa la persona de Cristo en virtud del poder recibido por el sacramento del orden, y ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es el sacrificio del Calvario rendido sacramentalmente presente sobre nuestros altares", Más aún, consagró toda una encíclica, Mysterium Fidei (3 de septiembre de 1965) a la "doctrina" y al "culto" de la santa Eucaristía. En ella el papa se expresa con firmeza y precisión dignas no sólo de los Padres del Concilio de Trento y de los del Vaticano II, sino de los hombres reputados como más "integristas", un Pío X o un Pío XII, un cardenal Ottaviani o un cardenal Bacci.


En esa encíclica no se contenta con decir y repetir todo lo que la Iglesia enseña desde siempre, sino que insiste sobre la necesidad de respetar la terminología en uso, denuncia los errores de esta época, y subraya con fuerza la distinción que debe establecerse entre la naturaleza de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y las otras maneras en que Cristo está presente en su Iglesia (especialmente cuando promete hallarse en medio de los dos o tres que se reúnen en su nombre).


Entonces, ¿qué había sucedido? Se levantó un mar de conjeturas. Pero el escándalo fue enorme y suscitó innumerables protestas.


13 Ver la carta en el Cap. I, IV.


CONTINUARÁ...
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Entonces, ¿qué había sucedido? Se levantó un mar de conjeturas. Pero el escándalo fue enorme y suscitó innumerables protestas.


Los novadores se defendieron arguyendo que el artículo 7 no es una definición sino una descripción de la misa. Lo cual es un absurdo, porque sí la primera frase puede tomarse como descripción, la segunda, que reza "por eso...", le da valor de definición.


Los novadores también sostenían que, buscando bien en todos los artículos de la Institutio, se encuentran en ellos los elementos de una definición ortodoxa. Suponiendo que sea verdad, su intención no por eso deja de apreciarse claramente: han adoptado todas las precauciones necesarias para llevar agua a su molino, a la vez que se ingenian para dar de la misa una imagen nueva, apta para introducir en la mente una concepción igualmente nueva, una concepción de la cual los cardenales Ottaviani y Bacci decían con justicia que "se aleja de manera impresionante de la teología católica de la santa Misa".


Asimismo, si bien el artículo 7 era el más característico, no era el único que evidenciaba la nueva concepción de la misa que sus redactores querían imponer. Muchos otros tendían en esa dirección. Resultaba patente que el propósito era instaurar una misa ecuménica sobre la base de la cena luterana.


El clamor general sacudió las oficinas. En su número de noviembre-diciembre de 1969, Notitiae, órgano de la Congregación para el Culto Divino, publicó una declaración fechada el 18 de noviembre y firmada por Gut y Bugnini, según la cual la Institutio generalis no debía ser considerada "como un documento doctrinal o dogmático" y podría ser modificada en la edición definitiva del Misal Romano si se hallaban "expresiones más claras que permitan una mejor comprensión pastoral y catequética" (sic).


CONTINUARÁ...

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Se hallaron esas expresiones (no había que buscarlas muy lejos) y la Institutio generalis ofrece de ahora en adelante, en el Misal Romano, un artículo 7 más conforme a la doctrina:

“In Missa seu Cena dominica populus Dei in unum convocatur, sacerdote praeside personamque Christi gerente ad memoriale Domini seu sacrificium eucharisticum celebrandum. Quare de huiusmodi sanctae Ecclesiae condutione localí eminenter valet promissio Christi: «Ubi sunt duo vel tres congregati in
nomine meo, ibi sum in medio eorum» (Mt. 18, 20). In Missae enim celebratione, in qua sacrificium crucis perpetuatur, Chrístus realiter praesens adest in ipso coetu in suo nomine congregato, in persona ministri, in verbo suo, et quidem substantialiter et continenter sub speciebus eucharisticis.”



O sea:


"En la misa, o cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y se reúne, bajo la presidencia del sacerdote que representa a la persona de Cristo, para celebrar la conmemoración del Señor o sacrificio eucarístico, Por eso se aplica eminentemente a esa asamblea local de la santa Iglesia la promesa de Cristo: «Allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt. 18, 20). En efecto, en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente en la asamblea reunida en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y, por último, substancialmente y de manera ininterrumpida., bajo las especies eucarísticas."


El texto es pesado. Como las oficinas no querían infligirse a sí mismas una humillación demasiado grande, incorporaron el anterior artículo 7 al nuevo, con el fin de presentar a éste como una simple explicitación de aquél. Sin embargo, ahora lo esencial está dicho. Por otra parte, ya no es "la cena, o misa" sino "la misa, o cena". Y el artículo ya no es una definición: "La cena es..." sino, esta vez, una descripción y una enumeración de los principales elementos que constituyen la misa:


“En la misa o cena del Señor, el pueblo de Dios...”, etc., etc.


Además del artículo 7, muchos otros se corrigieron en igual sentido. No les pasaremos revista. Destaquemos solamente dos o tres de ellos.

El artículo 48 (anterior) decía: "La última Cena, en la cual Cristo instituyó la conmemoración de su muerte y su resurrección...". El nuevo artículo 48 dice: "En la última Cena Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascual..."

El artículo 55 (anterior), al enumerar los principales elementos de la oración eucarística, mencionaba: "d) el relato de la institución...". El nuevo artículo 55 precisa: "d) el relato de la institución y la consagración...”

El artículo 60 (anterior) presentaba al sacerdote como presidente de la asamblea de fieles. El nuevo artículo 60 precisa que tiene, ante todo, el poder de celebrar el sacrificio eucarístico, etc.


En una palabra, aquí y allá la cena protestante vuelve a convertirse en la misa católica en la Institutio generalis. Pero para que nadie tenga dudas al respecto, el papa agregó un preámbulo (proemium) a la Institutio. Dicho preámbulo contiene afirmaciones muy claras:


“2. La naturaleza sacrificial de la misa, afirmada solemnemente por el Concilio de Trento, de acuerdo con toda la tradición de la Iglesia, ha sido profesada nuevamente por el II Concilio del Vaticano, que a propósito de la misa ha emitido estas significativas palabras: «Nuestro Salvador, en la última Cena... instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar el sacrificio de la cruz a lo largo de los siglos, hasta que El venga, y además para confiar a la Iglesia, su Esposa bienamada, la conmemoración de su muerte y de su resurrección» (... )

“Asimismo, el asombroso misterio de la presencia real del Señor bajo las especies eucarísticas es afirmado nuevamente por el II Concilio del Vaticano y los demás documentos del magisterio de la Iglesia en el mismo sentido y la misma doctrina según la cual el Concilio de Trento lo propuso a nuestra fe. El misterio, en la celebración de la misa, es esclarecido no sólo por las palabras mismas de la consagración que hacen a Cristo presente por transubstanciación, sino también por el sentimiento y la expresión exterior de soberano respeto y adoración que se dan en el desarrollo de la liturgia. Por igual motivo, el pueblo cristiano es llevado a honrar de manera particular, por la adoración, ese admirable sacramento, el jueves de la Cena del Señor, y en la solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo.”



Detengámonos aquí. Estas citas bastan para mostrar que, en su edición de 1970, el nuevo Misal Romano ha vuelto a encontrar la verdadera naturaleza de la misa.

Pero la Instituto generalis y el Proemium son explicaciones, comentarios. No son la misa misma.

Entonces, esa misa, esa "nueva misa" o esa misa de una "nueva época", ¿qué es?


Eso merece ser examinado.


A CONTINUACIÓN... LA ADHESIÓN DE TAIZÉ
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CAPITULO III - LA ADHESIÓN DE TAIZÉ


En La Croix del 30 de mayo de 1969, el Hermano M. Thurian, de Taizé, escribe que el nuevo Ordo Missae "es un ejemplo de esa fecunda preocupación por la unidad franca y por la fidelidad dinámica de la verdadera catolicidad: uno de sus frutos será tal vez que comunidades no católicas podrán celebrar la Santa Cena con las mismas oraciones que la Iglesia Católica. Teológicamente, eso es posible”.


¿Sonido de una campana aislada?


Le Monde del 22 de noviembre publica extractos de una carta dirigida al obispo de Estrasburgo por el Sr. Siegevalt, profesor de dogma en la Facultad protestante de Estrasburgo, quien, al comprobar que ahora "nada de la misa renovada puede molestar al cristiano evangelista", pregunta al obispo si se podría autorizar que los cristianos evangelistas comulgasen en una iglesia católica.


Jean Guitton, en La Croix del 10 de diciembre, relata haber leído en "una de las mayores revistas protestantes" lo siguiente: "Las nuevas oraciones eucarísticas católicas han disipado la falsa perspectiva de un sacrificio ofrecido a Dios".


En resumen, cierto número de protestantes, cuando no todos, aceptan la nueva misa, a la que consideran una misa "ecuménica". Pero, a este respecto, la comunidad de Taizé es la que ha manifestado más abiertamente sus intenciones de acercamiento. Su posición es característica, porque en ella vemos por partes iguales la buena voluntad y el equívoco. Un "diálogo" que sostuvimos con ella a comienzos del año 1970 resulta muy ilustrativo de la situación.


CONTINUARÁ...
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