SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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NUESTRO PADRE SANTO DOMINGO DE GUZMAN,
FUNDADOR DE LA ORDEN DE PREDICADORES,
DE LA MILICIA DE JESUCRISTO Y DEL SANTÍSIMO
ROSARIO.


(extraído de la obra SANTOS, BIENAVENTURADOS, VENERABLES de la Orden de los Predicadores, por el M.R.P. FR. PAULINO ÁLVAREZ, O.P., 1919)


24 Junio 1170. + 6 Agosto 1221


En el año del Señor de 1170, el día 24 de Junio, consagrado
al Santo Precursor del Señor, en la villa de Caleruega, cuna de la
más esclarecida nobleza española, provincia de Burgos, diócesis
de Osma, nació el llamado por la Santa Madre Iglesia Lumbrera
del mundo cristiano, Doctor de la verdad, Predicador de la gracia,
Clarín del Evangelio, Antorcha de Cristo, segundo Precursor y gran
salvador de almas, Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán.



Fueron sus padres D. Félix de Guzmán y D.ª Juana de Aza,
emparentados, así en la ascendencia como en la descendencia de
sus familias, con los reyes de Castilla, de Francia, de Austria y de
otras naciones. Eran los Guzmanes de la primera nobleza, cortesanos
de los reyes, con los cuales firmaban sus Cartas Reales, y
de algunos de ellos, tutores. Eran los Azas no menos ilustres por
su sangre y por sus servicios al Rey y a la patria; hija, doña Juana,
de D. Garci Garcés de Aza, nieta del Conde del mismo nombre,
ayo del Infante D. Sancho, con quien murió en la batalla de
Uclés; y biznieta de la Infanta doña Eloísa de Castilla, hermana
de los reyes D. Sancho II, D. Alfonso VI, D. García y doña Urraca.
Si insignes por la sangre, no lo eran menos por la santidad
don Félix y doña Juana (sanctus uterque parens). Doña Juana
la veneramos en los altares; don Félix lo consideramos en el
cielo y acá le llamamos Venerable.


San Antonino de Florencia y el Beato Francisco de Posadas
creen que Nuestro Padre nació santo, como San Juan Bautista.
¿En qué documentos se apoyan para creer esto? No necesita Dios
papeles para saber y revelar a quien le place las prerrogativas de
sus elegidos. Un jesuita, el conocido P. Luis de la Puente, autor
de Meditaciones y otros tratados espirituales, en la vida de la Venerable
D.ª Marina de Escobar, famosa en España por los siglos
XVI y XVII. dice que el santo tenía virtudes heroicas a la edad
de dos años, como lo dijo el mismo Señor un día y Nuestra Señora
otro día a la nombrada doña Marina. Los dos le presentaron
al santísimo niño, de edad de dos años, vestido de dominico, hermosísimo
en cuerpo y más hermoso todavía en alma. Tales virtudes
heroicas no pudo adquirirlas con actos propios, sino teniendo
uso de razón y amando al Señor con anterioridad a esa edad.



Que el santo sería un ser peregrino en la historia de la iglesia
lo significan los presagios notados luego de haber nacido. Una
estrella se le fija en la frente; en la boca forman las abejas panal
de miel; el sacerdote desde el altar, sin darse cuenta, le llama tres
veces «Reparador de la Iglesia»; la madre, antes que naciera, le
ve en forma de hermoso y noble mastín, blanco y negro, con una
antorcha en la boca, los pies delanteros sobre un globo, al cual
alumbra; y Santo Domingo de Silos, bajado del cielo, le explica
a esa venturosa madre lo que aquel mastín, aquella antorcha,
aquel globo significaban, y la felicita por ser madre de quien
sería antorcha de Cristo, luz del mundo, debelador de herejes,
señor espiritual del orbe cristiano.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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A la edad de siete años le mandan sus padres al cercano pueblo
de Gumiel de Izán y le ponen al cuidado de un venerable
sacerdote, tío suyo, hermano de la madre, que conservando el
candor angélico de su alma y la piedad mamada en el corazón
de la santa madre, le habituase al culto del Señor en el templo y
le enseñase lo que debía saber quien en vez de seguir la carrera
de las armas, se proponía seguir la de los sabios y de los santos.
A los catorce años le llevan a Palencia, donde había Estudio General
en que se enseñaba cuanto un sacerdote podía desear de
ciencias humanas y divinas, y cual necesitaría él para combatir
a los herejes y levantar cátedra en Roma, en el Palacio de los
Papas, explicando el Evangelio de San Mateo y las Epístolas de
S. Pablo. Allí, en Palencia, es entre los estudiantes el ángel por
la pureza de su corazón y por la penetración y comprensión de
su inteligencia.
Viendo en cierta ocasión los efectos del
hambre en los pobres, a causa de una larga sequía, vende
cuanto tiene, hasta los pergaminos o libros donde estudiaba,
diciendo: «No quiero pieles muertas cuando veo perecer
las vivas».
Y como cierto día encontrase a una mujer
llorando, porque un hermano suyo era cautivo de moros, no
teniendo más dinero con qué redimirlo, se ofreció a sí mismo
en sustitución y rescate del infeliz cautivo.



Hasta la edad de treinta años aproximadamente estuvo
en Palencia, y no pudiendo ser que desde los catorce hasta
esa edad durase su carrera de estudiante, creen algunos,
o que pasó de estudiante a profesor de aquella ciudad,
o bien que, después de ordenado, se dedicó al ministerio de
la predicación por tierras de Castilla, cumpliendo desde entonces
los pronósticos observados en su nacimiento. No fue entonces
monje Premonstratense en el monasterio de La Vid en la diócesis
de Osma, como alguno ha dicho por ver en la lista de abades
de aquel monasterio uno llamado Domingo de Guzmán.
Tío era del santo aquel abad y no el mismo santo, como se manifiesta
en el árbol genealógico de los Guzmanes y como lo entenderá fácilmente
quien advierta que no es edad apropiada para ser prelado de un grave
monasterio la de un joven menor de treinta años.
Lo sí cierto es que el Obispo de Osma, D. Diego de Acebes,
natural de la diócesis de Palencia, de grande reputación en la
corte de Castilla y adornado de virtudes propias de santo, queriendo
dar vida canónica regular según la Regla de San Agustín
al Cabildo catedral de su obispado, llevó a Santo Domingo para
que fuese como el modelo vivo de aquella vida canonical religiosa.
Tres años a lo sumo pasó en los claustros de la catedral
de Osma, suficientes para habituarse a la vida de comunidad
y al canto solemne del oficio divino, que tan grato fue a su corazón;
pues cuando rayaba en los treinta y tres de su edad, o sea
hacia el año tres del siglo trece, le tomó el Señor de la mano
para llevarlo al campo de batalla, donde se haría admirar y celebrar
su gran santidad, su ardiente amor a la iglesia de Dios,
su celo en la predicación contra los herejes, su tierna compasión
de los pecadores y su amorosa devoción a la Madre de Dios.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Al avariento que se viese en campo sembrado de oro no se le
encendería tanto la sed de la riqueza como al Santo se le encendieron
las ansias de defender a Jesucristo escarnecido, reparar
las iglesias destruidas o profanadas, proteger al clero perseguido,
a la viuda oprimida, al huérfano de padres católicos desamparado,
volver a Dios a tantos miles de almas por obra de herejes
descarriadas.
Sólo Dios sabe cuánto trabajó, oró, lloró, predicó,
batalló en aquella región de Francia durante años y años.

O pasaba las noches orando, o si dormía era por breves momentos
en el duro y frío suelo, sin dejar de darse cada noche largas sangrientas
disciplinas. Caminando a pie descalzo por pedregosos
caminos o espinosos campos, salía por las mañanas el obrero
evangélico, el heraldo de Dios, en busca de almas cristianas
y más de hombres imbuidos en los crasísimos errores del maniqueísmo.
Si éstos le desafiaban a conferencias públicas, aceptaba
él la lucha, confiando en el triunfo de Dios, o bien se adelantaba
él mismo a desafiarlos porque el pueblo viera que no los temía.

Confundidos una y otra vez y sonrojados ante el pueblo, resuelven
matarle en una emboscada y se lo advierten; mas lejos él
de temer tales amenazas, les ruega que llegado el caso no le
maten de un tajo, sino que en partes pequeñas vayan cortando
su cuerpo. Narbona, Mompeller, Albi, Carcasona, toda la región
tolosana estaba, o regada de sus lágrimas y sangre, o estremecida
con el estupor de sus milagros.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

Message par InHocSignoVinces »

El asesinato del Delegado del Papa, Pedro Castelnau, por
mano de los herejes, acabó de enardecer los ánimos de los católicos
contra la maldad albigense y moverlos a empuñar las armas
para acabar de una vez con herejes y herejías.
Redoblóse también
el santo celo del apóstol español, a quien el papa Inocencio
III encomendó el santo oficio de inquisidor de la fe, es decir,
investigador de la maldad herética, custodio de la doctrina sagrada
y juez de los delitos contra la Santa Madre Iglesia.
Así,
predicando un día en Prulla delante de grandísima multitud de
gente, publicó este nuevo oficio, apercibiendo que había de defender
la causa de la fe con todas sus fuerzas en nombre del Vicario
de Cristo; y que cuando estas armas, que eran espirituales,
no bastasen, se valdría de las temporales, que eran las espadas
de sus militares.



Aquél fué el principio de la Santa Inquisición que la Santa
Sede encomendó a la Orden de Predicadores, cuyos Maestros
Generales fueron los Generales Inquisidores desde Roma en el
mundo entero, hasta que a fines del siglo XVI el Papa que organizó
las Congregaciones Romanas hizo del Santo Oficio una
especial Congregación, cuyo Prefecto, de no ser el General de
los dominicos, quiso ser y sigue siendo el mismo Sumo Pontífice.

Por donde se puede ver (contra los impíos que aborrecen la Inquisición,
como aborrecen los delincuentes a los jueces justicieros)
cuan alta sea la excelencia de este tribunal, llamado por
lo mismo el Santo Oficio, y cuan necesaria su existencia en la
Iglesia de Dios para librarla de doctrinas disolventes, inmorales,
condenadoras de almas y perturbadoras de la paz pública.
Mansa,
dulce y misericordiosa como madre debe ser y es la Iglesia
de Cristo, pero no más que el mismo Cristo, quien, si compadecía
a los extraviados y perdonaba a los arrepentidos,
en cambio
a los sacrilegos y profanadores de la casa de Dios, no sólo con
amenazas, sino con el látigo, los arrojó del templo, y arrojó
y arrojará al abismo a cuantos se mofen de su misericordia.



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No puede hablar mal del tribunal de la fe quien para conservación
de la sociedad y para que reine la justicia y el orden en
los pueblos quiere que haya ejércitos bien armados y policía
y tribunales y ejecutores de la justicia que ahuyenten a ladrones,
malhechores, perturbadores del orden.
No puede quejarse de que
nombrara la Iglesia inquisidor, vigilante suyo, a Santo Domingo,
quien si tiene hacienda pone vigilantes que la guarden, y a los
que la robaren lleva, para ser castigados, a los tribunales.
Que
si una moneda, o una oveja, o un árbol valen algo y merecen
vigilancia,
algo y mucho e infinitamente más vale un alma y la
sangre de Cristo y la majestad de Dios,
contra quien se levantan
los herejes. Mientras los impíos y ciertos píos complacientes con
la herejía, detestan al ministro del Santo Oficio,
la Santa Madre
Iglesia ensalza a quien sigue el ejemplo de Santo Domingo
(1)
y decreta los honores de los altares en la tierra, y Dios en el cielo
confiere las coronas de la gloria a los inquisidores Pedro de Verona,
Raimundo de Peñafort, Pedro Arbués, Toribio de Mogrobejo
y muchos otros más.
Una injusta compasión del criminal
a quien se le castiga por hereje, equivale a un deseo implícito
del mal de todo un pueblo en peligro de ser infectado por la herejía,
con todo el séquito de desórdenes, discordias e inmoralidades
consiguientes a la falta de fe y a lucha de contrarias enseñanzas,
cual se ha visto en España desde que no hay cárceles
para los renegados y dogmatizantes de la impiedad.



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(1) Is enim praeclarus Ordinis Praedicatorum alumnus, imitatione accensus Beati
Patris Dominici, ut ille, perputuis, et concionibus, et disputationum congressibus, Officioque
Inquisitionis, quod ei primum praedecessores nostri Innocentius III et Honorius III
commiserunt. contra haereticos mirabiliter se gessit. (Sixto V, hablando del inquisidor
San Pedro Mártir.)



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La muerte traidora y violenta del Legado Pontificio Pedro
Castelnau llenó de ira al Pontífice Inocencio III, y para castigar a
los asesinos con sus fautores y reprimir las audacias de todos,
dio orden de que se levantase una armada de hombres valerosos
y celosos de la fe católica, los cuales defendieran con la espada
lo que Santo Domingo y sus compañeros predicaban con la palabra.
Sintió entonces el Santo que su sangre era de guerreros
contra moros, y creó un instituto armado que llamó Milicia de
Jesucristo, al cual infundió su propio espíritu de fe y amor a la
Iglesia de Dios y le puso en condiciones de trabar lucha con las
tropas heréticas, bajo la dirección del gran cristiano, valiente
guerrero y noble caballero el Conde Simón de Montfort.
Les dio
propio uniforme, túnica blanca ceñida con correa y manto negro,
y para conseguir del Señor de los ejércitos valor y victorias les
impuso ciertos rezos de padrenuestros compatibles con la vida
de soldados. Los Sumos Pontífices colmaron de alabanzas y gracias
esta sagrada Milicia, a la cual, para ayudarla con oraciones
y penitencias se agregaban las esposas, hijas, hermanas, viudas
de tales cruzados, formando la que después fue llamada Tercera
Orden de Penitencia de Santo Domingo.



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Era por el año 1213 cuando las tropas del conde de Tolosa,
hereje y amparador de herejes, reforzadas por numerosas tropas
aragonesas, que capitaneaba su atolondrado rey D. Pedro, se
presentaron en los campos de Muret, ansiosas y seguras de derrotar
y deshacer la Milicia de Jesucristo, el pequeño ejército de
cruzados levantado por Santo Domingo.
Estaba el Santo con
varios obispos, monjes y sacerdotes dentro de la ciudad pidiendo
al Señor la confusión de sus enemigos a la vista de toda Francia
y de Europa. Un obispo celebró misa, y en ella comulgaron los
Militares dominicanos con su capitán el conde de Montfort. Oída
la misa y poniendo éste sus armas a los pies del obispo, postrado
en tierra dijo:
«Yo consagro mi sangre y mi vida en este momento
en servicio de Dios y de la santa fe católica».
Le dijeron
que pasara revista a las tropas para saber con cuántos contaba,
a que se negó diciendo que no esperaba de ellas sino de Dios
la victoria. Hizo que se retirasen los obispos a la fortaleza, dejándoles
para su defensa mil infantes de que disponía, y él con
ochocientos jinetes, recibida solemnemente la bendición del Obispo
de Tolosa, que se la dio vestido de pontifical, salió arrogante
en busca del enemigo, puesto su corazón en Dios y en Nuestra
Señora. Al verle salir con aquel puñado de hombres y marchar
flechado al encuentro del adversario, que contaba sus soldados
por muchas decenas de miles, salió Santo Domingo a la muralla
con un santo Cristo, que aun hoy se conserva en la iglesia de
San Sernín de Tolosa, ya para alentar a sus queridos cruzados
con el poder de la Cruz, ya para clamar al Señor cuando llegara
el fragor del combate, pidiéndole que saliera en su propia defensa.
Cual si fueran leones, con las fauces abiertas y en punta las
greñas, que acometieran a un rebaño de ovejas, así Montfort
arremetió por entre los enemigos en busca del rey don Pedro,
a quien de un tajo cortó la cabeza. Mientras tanto los jinetes de
la Milicia dominicana avanzaban hacia aquel gran ejército que
huía, cuando vio rodar la cabeza de su rey, y era perseguido,
alcanzado, alanceado, destrozado por la vanguardia de los militares
católicos.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Apóstol, inquisidor de la fe, fundador de una aguerrida Milicia,
Santo Domingo no se daba por satisfecho, porque no veía
tantas conversiones de herejes y pecadores como era su deseo.
Lloraba, oraba, se maceraba sin ver el fruto de tan tiernas plegarias.
Hijo amantísimo de la Madre de Dios, en ella puso y a ella
fio los deseos de su alma. Se retiró un día a una gruta del monte
Bouconne, y allí ayunando e interpelando a la Santísima Virgen
con lágrimas amorosas, le suplicaba que viniera en su ayuda
y volviera de carne aquellos corazones que no eran sino de roca
y hielo.
Eso esperaba la Madre de Jesús y de las almas para
hacer una manifestación de su amor que llenase el mundo y los
siglos de las gracias de la redención. La amorosa Madre se le aparece
entre santas hermosísimas, pero más hermosa ella que todas
las hermosas, con cara más risueña y cariñosa que todas las
sonrisas y cariños, y le dice que el mundo pecador no sería restaurado
sino por los mismos caminos por donde fue redimido.

El Ave María anunciando la Encarnación del Hijo de Dios fue
asimismo el primer anuncio de la salvación de las almas. En pos
de esa palabra bajó Dios al seno de María para pasar de allí
a las almas que devotamente repitieran ese celestial saludo. Que
el mundo repita, pues, una y cien veces esas palabras redentoras
pensando a la vez en los pasos y misterios de amor del Salvador
en su vida, pasión y muerte; que el mundo ore y medite, y la
vida divina, que es la vida eterna, vendrá sobre él, sobre las
herejes para desengañarlos, sobre los pecadores para convertirlos,
sobre los justos para santificarlos, sobre el pueblo de Dios
que crezca en la fe y en todas las virtudes.
«Predica esto, dice
la Virgen al Santo, y verás pronto sus frutos».



Así lo hizo el Santo, y así vio cumplidas las promesas de la
Santísima Virgen en bien del mundo universo, entonces, después,
ahora, como se verá hasta el fin de los siglos, si hasta entonces el
pueblo cristiano ora y medita según se hace en el santo Rosario.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Entretanto, el apóstol, el inquisidor, el santo fundador de la
Milicia de Jesucristo y primer predicador del Rosario, armado con
tales armas y levantado a tales alturas, dispone del poder de Dios
para obrar prodigios en confirmación de su doctrina y en gloria
de Nuestro Señor.
Ya libre de ser quemado un escrito suyo en
defensa de la virginal Madre de Jesús, que en presencia de los
herejes y en cumplimiento de un desafío había arrojado a las
llamas mientras veía arder como hoja seca el escrito compuesto
por ellos en contra de la Virgen María.—Ya saca de entre las olas
a cuarenta peregrinos ingleses que se ahogaban en el río Ariege,
junto a Tolosa, con sólo decirles que salieran a flote y se quedasen
quietos sobre las aguas, como sentados, sin hundirse, hasta
que los presentes les ayudaran a tomar tierra.—Si pasando el Santo
ese mismo río se le caen en él sus libros, tres días después los
saca un pescador con la caña, creyendo que eran un buen pez, y
sin la menor mojadura.—Ante el pueblo de Segovia, atribuladísimo
por la falta de lluvia, sin poder sembrar, siendo ya fin de
Diciembre, promete que lloverá aquel mismo día, y antes de terminar
su sermón se cumple su palabra.—En Chatillón le presentan
un niño caído del terrado y muerto. Levanta él los ojos con
lágrimas al cielo, y vuelto al niño, le toma de la mano y se lo
entrega a su madre vivo y sano.—Si de noche halla cerradas las
puertas del convento, sin abrirlas ni tocarlas entra cual si fuera
espíritu puro.—A los enfermos, con sólo imponerles la mano en
el nombre del Señor, les devuelve la salud.



Hecho poderoso en obras como en palabras ante Dios y ante
los pueblos, emprendió una obra que fue como ejemplo de otras
muchas, que se contarían a millares, en bien del sexo débil
buscado
y corrompido con empeño por los impíos. Vio el Santo que
no pocos católicos, o bien obligados por la pobreza, o bien, siendo
ricos, esperando una esmerada educación para sus hijas, las
entregaban a los herejes, los cuales les imbuían sus corruptoras
doctrinas y detestables obras.
Para oponerse a tan grande mal,
buscó como remedio fundar un convento donde esas jóvenes, y
con ellas otras personas mayores, se pusieran al abrigo de la
corrupción herética, y fundó en efecto el tan celebrado monasterio
de Prulla, de Religiosas de clausura, nido bendito de donde
salieron tantas monjas para fundar tantos monasterios. Como a
hijo primogénito miró a este convento con amor especialísimo;
quiso que para siempre estuviese inmediatamente sometido a la
jurisdicción del General de la Orden y que para atender a las
Religiosas vivieran al lado cinco Religiosos. Allí vivían consagradas
a Dios las más egregias damas, hasta contarse doscientas
cincuenta y otras tantas educandas, hijas de la nobleza del reino,
Para evitar asaltos de malhechores, especialmente herejes, fue
construido el monasterio en forma de fortaleza, con murallas y
fosos, y era la Superiora, no sólo madre de la Comunidad, sino
también señora en lo temporal y espiritual de todas aquellas
tierras circunvecinas. Siguieron el ejemplo del Santo otros católicos
con el apoyo de los Obispos, fundando varios retiros, con lo
cual se vino a remediar el gran daño que hacían los herejes.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Mucho había trabajado y predicado el glorioso apóstol en
gloria de Dios y bien de las almas; pero ¿en qué pararía toda su
obra no bien le llegase la muerte? Así como el divino Salvador
no murió ni fundó su Iglesia para solos los hebreos y contemporáneos,
sino para cuantos en todos los siglos y pueblos de la tierra
quisieran ser salvos, así el hijo de los Guzmanes quiso perpetuarse
por todos los tiempos y vivir a la vez en todo el orbe, predicando
el Evangelio a toda criatura. Al efecto atrajo a sí, como
Jesús a los doce Apóstoles, a doce hombres, animados del mismo
espíritu, y formó con ellos una familia religiosa apostólica, a fin
de que, muerto él, quedase siempre viva su familia, y sin interrupción
anunciara el reino de Dios a todos los pueblos. Eran estos
discípulos del gran apóstol: Manes, hermano suyo, Miguel Fabra,
Miguel Uceda, Gómez Suero, Pedro Madín, Juan de Navarra,
Domingo de Segovia, Lorenzo de Inglaterra, Pedro Celani, Mateo
de París, Bertrán de Garriga, Tomás de Tolosa, a los cuales se
agregaron Guillermo Claret, Esteban de Metz, Nadal, Tancredo,
el lego Otón, y en pos de estos otros muchos, a cientos y a miles,
que en aquel siglo y en los siguientes y hoy, hicieron y hacen
oír su voz en los confines de la tierra.



Para una institución de este género, nueva en la Iglesia de
Dios, porque no era simplemente monacal como las antiguas,
sino monacal y apostólica, necesitaba el Santo especial aprobación
de Roma; y a Roma, llevado de la Providencia, se encamina,
a pedir nada más que una bula y una bendición, pero según los
designios de Dios a manifestarse en el Tabor de su grandeza y
de su gloria. Allí sería el gran taumaturgo, arbitro de la vida y
de la muerte, gran Maestro que abriría cátedra en el mismo Palacio
del Papa, Consultor de un Concilio ecuménico, sostenedor de
la basílica de Letrán, fianza viva del perdón y prolongación de la
existencia del mundo.



El Papa, que lo era Inocencio III, le ve, le oye, le admira; pero
sus planes de renovación de los pueblos son tan grandes, tan
atrevidos, tan maravillosos, que no se atreve de pronto a aceptarlos.
Apela el Santo al mismo Cristo, fundador de la Iglesia y
Redentor de los mundos, y entonces se encarga el Cielo de señalar
al Papa, quién es Domingo y cuál sería su obra. Ve en sueños
Inocencio III que la basílica de Letrán, figura de la Iglesia
Católica, se inclina amenazando ruina y que el Santo español le
aplica el hombro, la endereza y la sostiene. En aquellos mismos
días en las calles de Roma se encuentran y se abrazan, sin antes
conocerse, Domingo y un extraño mendigo llamado Francisco de
Asís, que también andaba en deseos de otra bula que aprobara
su familia religiosa. Jamás en la tierra se habían conocido; pero
se habían visto la noche antes en el cielo, presentados como fiadores
por la Santísima Virgen al divino Juez que, armado de tres
lanzas, levantado con ira grande su brazo, tenía resuelto acabar
con el mundo, y lo contuvo su dulce Madre diciéndole que aquellos
dos siervos suyos harían que el mundo prevaricador se convirtiera.
Los milagros de Domingo, el sueño de la basílica que se
derrumbaba y el rumor de aquel peregrino abrazo hicieron mella
en el alma del Papa, y si bien no concedió entonces la bula deseada,
dio esperanzas diciendo al Santo que volviera a Francia,
reuniera a sus compañeros, adoptara una Regla de las conocidas
y aprobadas por la Santa Sede, y hecho esto, volviera a Roma en
espera de lo que tanto deseaba.



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