SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Los Religiosos se deshacían en sollozos ante el cuerpo exánime
de su Padre queridísimo, y arrojándose a sus pies los descubrían
y una y cien veces los besaban. Besaban aquellas manos
santas; besaban sus vestidos; todo para ellos era santo. Llegó
Fr. Rodulfo al venerado cuerpo y le quitó la cadena de hierro que
a las carnes estaba ceñida y en ellas hincada, la cual después
mandó el Bienaventurado Jordán que se guardara, y siglos más
tarde fue a parar al convento de Lima en el Perú, donde con mucha
reverencia se conserva. Murió el Santísimo Padre Domingo
un viernes, a las doce del día, el seis de agosto del año 1221, a
la edad de cincuenta y un años.



Era de su natural disposición mediano de cuerpo, pero muy
hermoso, rostro largo, la barba algo roja y también el cabello; el
color del rostro muy blanco; pocas canas, algunas más en la cabeza
que en la barba. La voz en el pulpito muy alta y de buen
metal, sin pesadumbre de los oyentes; delgado de complexión, y
con las penitencias más acabado de lo que sus años pedían. De los
ojos y frente le salían como rayos de luz que le hacían respetar de
los que le oían y trataban. Tendido en el suelo después de muerto,
como otro bienaventurado San Martín, daba muestras, en la hermosura
exterior, de la gloria que en aquel punto tenía su alma.



En la misma hora quiso Dios descubrir a algunos siervos
suyos el estado glorioso en que se hallaba, para aliviar con esto
la pena en que quedaban sus hijos huérfanos. Entre ellos, el Prior
de Brescia, que después fue obispo de aquella ciudad, llamada
Fr. Guala, al tiempo que el bienaventurado Padre partía de muerte
a vida, estando en su convento en oración, vio una gran abertura
que se hacía en el cielo, de la cual colgaban dos grandes
escalas que llegaban a la tierra. La una escala la tenía Jesucristo
Nuestro Señor y la otra su Sacratísima Madre, y por entrambas
subían y bajaban muchos ángeles hasta llegar al pie de ellas,
donde estaba sentada en una silla cierta persona que en el hábito
era fraile de su Orden, cubierto el rostro a la manera de difunto
amortajado. Y poco a poco, tirando de las escalas el Salvador
del mundo y la sagrada Virgen, levantaron el trono del recién
muerto que en ellas estaba asido, y los ángeles subían juntamente
cantando y alabando a Dios con grande suavidad y melodía.
Sin otro discurso ni detenimiento se persuadió Fr. Guala que su
Padre Santo Domingo había fallecido y que los ángeles le subían
al cielo; y así partió luego para Bolonia, y halló que aquel mismo
punto y hora en que él había visto la visión era la hora de la
bienaventurada muerte del Santo. Este Fr. Guala, que fue obispo
de Brescia, Inquisidor General y Legado del Papa Gregorio Nono,
ha sido elevado a los altares por Pío IX.



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Cuando llevado el santo cuerpo a la iglesia le estaban cantando
el oficio de sepultura, llegó al convento el Prior del monasterio
de Santa Catalina de Bolonia, gran amigo del Santo, que al
saber su muerte venía con gran sentimiento y pena, como hombre
que le amaba mucho y sentía qué cosa era faltar de la tierra
un santo, porque él también lo era, y llamábase Fr. Alberto.
Adelantándose hacia el difunto, con mucha devoción y lágrimas
se echó de pechos sobre las andas, hincadas las rodillas en el
suelo, y comenzó a besar muchas veces las manos y los pies a su
santo amigo; y estando así, oyó una voz que le dijo clara y distintamente:
«Este año nos veremos juntos: vendrás tras mí a gozar
de Cristo».
De lo cual quedó tan regalado y contento, que se
fue con los brazos abiertos al Prior diciendo: «Buenas nuevas,
P. Prior; que el Maestro Fr. Domingo me ha abrazado y me ha
dicho que moriré este año y me tengo de ver con él».
Y así fue.



Hubieran querido los Religiosos darle al Santo sepultura en
silencio, por evitar (dicen) que el pueblo se lo arrebatase para
honrarlo cuanto su devoción les inspiraba; pero quiso el Señor
que su gran Siervo, que durante su vida se había sacrificado
porque sólo Dios, fuese glorificado, recibiera después, de muerto
los honores que tenía tan merecidos. Al efecto ordenó su santa
Providencia que a la hora de la muerte del Santo llegase a Bolonia
el cardenal Ugolino, Legado del Papa, gran amigo del difunto
Padre, que venía de Venecia, y con él el patriarca de Aquileya
y algunos más prelados, arzobispos, obispos, abades y mucha
gente eclesiástica que los acompañaba. El cual Cardenal, sabida
su muerte, no consintió que le enterrasen sin hallarse presentes
al oficio él y todos aquellos prelados. Celebró el mismo Cardenal
la misa cantada y por sus propias manos le puso en la sepultura
que abrieron los Religiosos en el suelo de la iglesia, como el
Santo lo había querido. Concurrió toda la ciudad a las exequias,
las cuales se celebraron con grandísima devoción y ternura.
Cubrieron la sepultura de tierra, haciendo primero por dentro, a
manera de bóveda, una fortificación de piedra y cal, y cerráronla
con una buena losa; recatándose el procurador Fr. Rodulfo y otros
Religiosos no les hurtasen de noche el cuerpo de tan buen Padre
los muchos devotos que tenía en la ciudad.



Dios, que no quería que aquel tesoro estuviese encubierto,
movió los corazones de los fieles a visitar el sepulcro e invocar al
tan venerado y amado Santo, premiándoles esta devoción con
divinos favores. Al principio del invierno se sintió en la iglesia
un olor tan sumamente suave y extraordinario, que no podía dudarse
fuera del cielo, comunicado a aquel sagrado cuerpo. Como
a diario se oían contar curaciones de ciegos, paralíticos, endemoniados,
que visitaban o prometían visitar su sepulcro. Llevaban
paños de oro y seda para cubrirlo, velas, exvotos, ya en súplica,
ya en acción de gracias por favores recibidos. Resistíanse a esto
los Religiosos, porque no se creyera que buscaban ganancia en
tales ofrendas, y mostrábase el Señor cada día más perseverante
en obrar prodigios con que creciera la devoción y concurrencia
de los fieles. Así por el tiempo de casi doce años estuvieron en
pugna por una parte los frailes y por otra Dios y los devotos de
Bolonia, los primeros en ocultar y los otros en publicar las gracias
de santidad y de protección del Santo, hasta que el nombrado
Ugolino, elegido papa con el nombre de Gregorio IX, sabedor
de la timidez de los Religiosos, considerada como ingratitud, irreverencia
y hasta desacato, después de reprenderlos, dispuso que
aquellos sagrados restos fuesen trasladados del sitio donde eran
a diario pisados, a un sepulcro más conforme a la grandeza del
eximio apóstol y preclarísimo fundador. Era su deseo asistir en
persona, como había asistido a su entierro, a esta traslación y
con sus propias manos extraer aquellos venerandos restos de la
pobrísima caja para colocarlos en lugar no tan indigno de su santísimo
amigo; pero no pudiendo ir en persona, escribió al arzobispo
de Ravena que con sus obispos sufragáneos se hallase
presente en el desenterramiento.



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Estaba a la sazón en Bolonia Fr. Juan de Vicenza, oráculo de
Italia, sapientísimo, santísimo, resucitador de docenas de muertos,
y por tanto venerado y seguido de todas las gentes. Como este Religioso
deseaba mucho la honra de su Padre y estaba con mucho
cuidado entre sí mismo, pensando si Dios nuestro Señor haría
alguna maravilla en crédito suyo, puesto en oración y fijo en esta
idea, aparecióle uno que le dijo estas palabras de un Salmo: «Éste
recibirá la bendición del Señor y la misericordia de Dios su Salvador».

Con esto quedó consolado y seguro de la honra de su Padre
y de toda su Religión, cuando fueran descubiertos sus restos (1).



Llegada la Pascua del Espíritu Santo, año de 1233, siendo
General de la Orden el bienaventurado Jordán de Sajonia, se
juntaron los Padres a Capítulo General en el convento de Bolonia.
Trescientos y más eran los Religiosos congregados con tal motivo
(prueba de la asombrosa multiplicación y dilatación de la Orden
en los diecisiete años que contaba de existencia canónica). La
ocasión era la más oportuna y solemne para glorificar al Señor y
honrar al Santo en la traslación de su cuerpo. Llamando, pues,
a todos los prelados que el Papa quería que le representasen, se
juntaron el arzobispo de Ravena con otros cuatro obispos y varios
abades, el Gobernador, Magistrados y Caballeros de Bolonia
con otra mucha gente de la ciudad y contornos.



En presencia de todos, Fr. Esteban, español, Provincial de
aquella Provincia, y Fr. Rodulfo, Procurador del convento, con
barras de hierro hicieron levantar la losa que cubría la sepultura,
y con picos rompieron la argamasa y paredes de piedra que se
habían hecho para guardar el ataúd. Y comenzó Dios a mostrar
la bendición que tenía echada a su siervo en la vida y la gloria
que poseía después de muerto. Porque súbitamente, aun antes
que la caja de madera se abriese (que estaba clavada) salió un
olor suavísimo y maravillosísimo, bien desemejante de todos los
de la tierra, con tan extremada fragancia, que daba vida y nuevo
regalo y consuelo al alma y al cuerpo de todos los que allí estaban.
Los cuales, hincadas las rodillas en el suelo, alababan y
bendecían al Señor, que tan maravillosamente glorifica sus santos.
Iba creciendo el olor mientras más iban descubriendo la caja,
y más todavía creció cuando, destapada, aparecieron los santos
huesos. Sacáronlos con mucha veneración el Beato Jordán, Maestro
General de la Orden, y el Provincial de aquella Provincia, y los
pusieron en otra caja mejor labrada y aderezada. Quedaba el olor
en la caja, en la ropa, en las manos, en la boca de todos los que
tocaban o besaban las santas reliquias, de manera que por muchos
días no pudo quitarse. Pasada una semana, volvieron aquellos
prelados y caballeros y mucha gente de la comarca a hacer solemne
oficio y procesión; y teniendo el Beato Jordán la santa cabeza
en sus manos, llegaron todos a besarla y reverenciarla, como a tal
Santo se debía, y tras ellos llegaron por orden los trescientos y
más frailes de los que estaban en el Capítulo a hacer lo mismo,
con muchas lágrimas de devoción por lo que veían que obraba
Dios para gloria de su buen padre y fundador Santo Domingo.



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(1) Algunos atribuyen esto al Beato Nicolás Palea, discípulo del santo Patriarca.
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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Un hecho refiere el Cantipratano (libro 2.° de Apibus) que
merece ser aquí señalado y para siempre recordado. Hallábase,
como queda dicho, en Bolonia el célebre por su predicación y
prodigios Fr. Juan de Vicenza, y estaba, como todos los demás
prelados y Religiosos, alrededor de la caja de las reliquias, y
queriendo dar mejor lugar a un obispo por nombre Guillermo,
que después fue cardenal, se puso a la parte donde estaban los
pies del Santo para que aquel prelado se pusiera donde estaba la
cabeza; mas en un instante se vio vuelto el cuerpo con la cabeza
hacia aquel gran santo y fiel imitador de su apostólico Padre, y
los pies hacia el obispo; y bien que de nuevo el humilde Religioso
hizo pasar al obispo a la parte de la cabeza, poniéndose él a
los pies de su santísimo Padre, con admiración de todos volvió
el cuerpo los pies hacia el obispo y la cabeza hacía el varón
apostólico; por ventura porque en aquel primer día que recibía
honores de la militante Iglesia, quería declarar que la corona más
preciosa que tenía en la tierra era sus hijos santos y tales como
el bienaventurado Fr. Juan; o bien nos quiso dar a entender cuánto
más se goza con un hijo que es verdadero fraile Predicador,
que con los personajes del siglo, sean ellos obispos, cuya vida no
es la del pregonero del Evangelio.



Terminada la ceremonia de besar el clero, las autoridades, la
nobleza, los Religiosos y muchedumbre innumerable de gente de
la ciudad y de los pueblos lejanos, los sagrados restos del gloriosísimo
y amadísimo Patriarca, fueron colocados en sepulcro de
mármol, de donde siglos después fueron trasladados a otro sepulcro
también de mármol, uno de los más ricos y majestuosos
sepulcros conocidos en el mundo, como que en él trabajaron los
mejores escultores de que hay memoria, y a su magnificencia
contribuyeron los espléndidos monarcas españoles.



Estando presentes a este acto cientos de Religiosos de tan diversas
naciones, era de suponer que quisieran llevar consigo algunas
reliquias de su santo Padre. Dios lo disponía así para darlo
a conocer y amar en todas las regiones por medio de los muchos
y grandes milagros que obraría. El historiador Flaminio cuenta
seis muertos resucitados en Hungría, otro en Áscoli, otro en Provenza,
otro en Alba Real y otro en Panonia. Otros portentos
singularísimos los cuentan el P. General Munio de Zamora y el
muy grave Maluenda. Por su número y calidad llegaron los pueblos
a llamar al Santo el «taumaturgo de su siglo». El papa Gregorio
IX, que le había tratado y admirado en vida y decía que
no dudaba de su santidad más que de San Pedro y San Pablo,
queriendo reparar el desacato con que durante doce años le habían
tenido los Religiosos en aquel pobre sepulcro encharcado y
privado de los obsequios de los fieles, mandó que en todas partes
donde había estado en España, Francia e Italia, se hicieran las
canónicas informaciones ordenadas a su pronta canonización, lo
mismo en lo referente a sus grandes virtudes que a los milagros
obrados en vida y muerte. Pronto se terminaron los procesos,
porque eran muy notorias sus virtudes y maravillas y muchos los
testigos que las habían presenciado, y así el día trece de julio del
año mil doscientos treinta y cuatro, con grande solemnidad y
regocijo de la Corte Romana y del pueblo cristiano, el nombrado
Sumo Pontífice le decretó los honores de santo canonizado, señalando
para su fiesta el día cinco de agosto, que después fue
cambiado por el día cuatro, por no privar de su fiesta a la Virgen
de las Nieves.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

Message par InHocSignoVinces »

Volvamos ahora la vista atrás para ponderar la alteza de su
misión y las virtudes con que supo revestirla. La alteza de su misión
nos la declara el mismo Padre Celestial, quien hablando con
Santa Catalina de Sena dijo:
«Dos hijos tengo, el uno engendrado
en mi mente, que es el Verbo encarnado, y el otro engendrado
en mi corazón, que es Domingo de Guzmán».
Asombrada la Santa
de una tan elevada comparación, que en cierto modo igualaba
a un Santo con el mismo Jesucristo, el Padre de los Cielos que
había pronunciado tan sorprendentes palabras, las explicó así:
«Mi Hijo, engendrado por naturaleza desde la eternidad, cuando
vistió la naturaleza humana me fue en todo obediente hasta la
muerte. Domingo, hijo de mi corazón, desde que nació hasta que
murió cumplió en todas las cosas mi voluntad. Jamás traspasó ni
uno solo de mis mandatos, ni manchó la pureza de su alma y de
su cuerpo, ni perdió la gracia del bautismo.—Mi Hijo por naturaleza,
el Verbo eterno que sale de mi boca, predicó públicamente
lo que yo le había mandado. Domingo, hijo de mi corazón,
predicó también al mundo la verdad de mi palabra; habló a herejes
y a católicos, por sí y por medio de sus hijos, y su predicación
continúa; predica hoy y predicará siempre.—Mi Hijo por naturaleza
envió sus apóstoles. El hijo de mi corazón envió sus Religiosos
Predicadores.—Mi Hijo por naturaleza es mi Verbo. El
hijo de mi corazón es el heraldo de mi Verbo. Por eso a él y a
sus Religiosos les he dado particularmente la inteligencia de mis
palabras y la fidelidad en seguirlas.—Mi hijo por naturaleza ordenó
su doctrina y ejemplos al bien de las almas. Domingo, mi
hijo adoptivo, empleó toda su vida en librar las almas del error
y del vicio. La salvación del prójimo fue su voluntad al fundar y
propagar su Orden. Por esto le he comparado a mi Hijo por naturaleza,
cuya vida imitó. Mira: hasta su mismo cuerpo es semejante
al cuerpo sagrado de mi divino Hijo»
(Vida de Santa Catalina,
por el Beato Raimundo de Capua; Segunda Parte, cap. VI).


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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Cuando Nuestro Señor se presentó a la Venerable Doña Marina
de Escobar, trayendo de la mano a un niño, como de dos
años, santo y hermosísimo, vestido de unos habiticos muy blancos,
como la nieve, y muy hermosos, le dijo a la Sierva de Dios:
«Este niño que me ves tener aquí de la mano, es Domingo de
Guzmán, cuando era niño de esta edad, para que conozcas la
grande santidad y pureza suya y la mucha razón que yo tuve de
amarle y quererle y guardarle».



Otra vez, no Nuestro Señor, sino la Sma. Virgen se presentó
a la misma Venerable con el mismo niño, diciendo:
—«Mira, mira qué niño tan lindo y santo;—componíale las joyas
que traía al cuello y pasábale su santa mano por la cabeza, acariciándole
el rostro y jugando con tan hermoso cabello. A todo
esto la Virgen Santísima estaba sentada y el niño en pie, y volviendo
los brazos a él quiso tomarlo en su regazo; mas el niño,
humillándose con mucha reverencia, no lo consintió. Y dijo la
Virgen que, porque ella quería mucho a este glorioso santo en su
niñez, le había guardado con particular cuidado» (Vida de la
Venerable Doña Marina,
lib. I, cap. XXII).



A esta señora se le aparecía varias veces Nuestro Padre, ya
solo, ya rodeado de otros muchos santos; traía collar de oro y manto
real y le reverenciaban los demás santos; y fue dicho a la Sierva
de Dios que era el Santo en el palacio de la gloria lo que los Grandes
de España, que llevan Llave dorada, en el palacio del rey.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

Message par InHocSignoVinces »

El principio, el medio y el fin, todo en él fue correlativo; antes
que al común de los hombres y de los santos lo eligió y santificó
el Señor para que primero en su iglesia y después en el
cielo fuera singularísimo imitador de Cristo y nobilísimo entre los
nobles de la gloria, entre los príncipes del reino divino.



Ahora se ve el significado y el cumplimiento de los pronósticos
de su infancia: la estrella en la frente, el panal de miel, la
antorcha, el globo.



Fue ángel en la pureza, querubín en sabiduría, serafín en el
amor, patriarca, profeta, apóstol, doctor.



Otros santos empiezan por la tibieza o por el pecado, pasan
por la conversión y llegan a la santidad.
Él, Domingo de Guzmán,
empezó siendo santo, creció sin tregua de virtud en virtud y acabó
como el sol entre hermosos arreboles.



Otros son alabados porque, como San Pedro que había dejado
la barca y las redes, hacen renuncia de posibles bienes por seguir
pobres a Jesús pobre. Él deja palacios, y coronas condales, y esplendores
de corte, y homenajes de nobleza, y descalzo muy a
menudo, con vestido bien pobre y raído, sin cama donde descansar,
mendiga, como el más desvalido de los hombres, el pan que
sostenga su vida.



Si otros, privilegiados de Dios, fueron distinguidos con los
estigmas de Nuestro Señor Jesucristo, él, más semejante que ellos
al mismo Jesucristo, recibió, no las cinco llagas, sino todas las
llagas y la muerte en cruz que el Salvador sufrió por redimirnos.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Como Jesús pernoctaba en la oración de Dios, según palabra
del Evangelio, pasaba él las noches macerándose y orando hasta
el amanecer.



Tres veces cada noche despedazaba su cuerpo con férrea disciplina,
por sus pecados (que no tenía), por la conversión de los
pecadores y por las benditas almas del purgatorio. Cuando a
causa de la mucha sangre derramada desfallecían sus fuerzas y
no podía golpearse con violencia, llamaba a un Religioso lego y
le mandaba que fuertemente le disciplinase.



Como Jesús vino a este mundo a dar testimonio de la verdad,
aunque le costase la vida, según dijo ante Pilatos, así él no buscó
en sus predicaciones y enseñanzas sino defender la verdad divina
aún a costa de la propia vida, y esto mismo dejó en herencia
a sus hijos, mereciendo que la palabra Verdad fuera el lema
de su conducta. No por otra razón, siendo tantos y tan osados y
poderosos los herejes en Europa a la muerte del Santo Patriarca,
nombró Gregorio IX inquisidores a nuestros Religiosos, sabiendo
que estaban prontos a morir por la fe, cuales fueron Fr. Guido de
Sexto en la Lombardía, Fr. Conrado en Alemania, Fr. Lamberto
en Francia; y después Fr. Pedro de Verona, Fr. Guala, Fr. Guillermo
de Arnaldo, Fr. Bernardo de Rochefort, Fr. García de Aura;
todos ellos, menos Fr. Guido, Fr. Lamberto y Fr. Guala, martirizados
por los herejes.



Como Jesús, que a la defensa de la verdad juntaba tierna
compasión de los pecadores, sentía el Santo tanta piedad y misericordia
a vista de herejes y otras almas en pecado, que predicándoles
prorrumpía en lágrimas y palabras tan tiernas, tan ardientes,
tan compasivas, que hacía a los demás llorar.



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Re: SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

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Era un Bernardo si hablaba del amor divino; un Crisóstomo
si ponderaba la hermosura de la virtud; un San Pablo en la explicación
de los misterios y lugares de la Sagrada Escritura.



Con Jesús en el Tabor hablan de la futura Pasión Moisés y Elias;
con el Santo hablan los apóstoles San Pedro y San Pablo; el primero
le entrega un báculo, el segundo el libro de sus Epístolas, y
ambos le dicen:
«Anda y predica; para esto te ha escogido Dios».


Jesús nombró a su Madre, madre del género humano; el Santo,
cual nadie ni antes ni después de él, la hizo madre afectiva
de millones de almas, uniéndolas a su corazón con la cadena del
santo Rosario.



En la devoción a Jesús sacramentado ¿quién hallará adorador
nocturno que, como él, un día y otro día, un año y otro año, sin
intermitencias, haya pasado las horas ante el sagrario desde el
crepúsculo hasta la aurora orando en variadas y expresivas posturas,
ya de rodillas, ya en pie, con los brazos en cruz, o bien
juntas las manos en flecha sobre la cabeza, ya postrado todo el
cuerpo con el pecho pegado a la tierra, exhalando gemidos?



Bien hace la Iglesia en el día de su fiesta en llamarle «Varón
de pecho apostólico, Sostén de la fe, Clarín del Evangelio, Antorcha
de Cristo, Segundo Precursor, Salvador grande de las almas,
a quien adornan en el cielo tantas coronas cuantas fueron sus virtudes
y son las almas que a la vida eterna llevó, lleva y llevará".



Domingo es su nombre, que quiere decir hombre del Señor,
hecho a imagen y semejanza de Jesucristo, que por los siglos sea
bendito. Amén.



FIN
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NUESTRO PADRE SANTO DOMINGO, ORA PRO NOBIS !!!
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